Capítulo IV
Robert Cartwright no había dejado de mirar su reloj de bolsillo. En plena penumbra de la noche sabía que era lo que lo mantenía aún despierto. Su hija. Y el lugar en donde se encontraba en contra de su propia voluntad. Ella había vuelto a desobedecerle. ¿Acaso era una niña que no entendía órdenes?
Era consciente que había sido complaciente en aceptar únicamente que visitara a lady Beatrice O'Dubgaill. Aunque no era algo que hubiese accedido tan gustosamente. Y sus razones tenía. Odiaba a aquella familia, más de lo que pudiera recordar antes. Y tan sólo la mención del apellido O'Dubgaill hacía que su sangre hiciera ebullición dentro de sus venas.
Pronto escuchó los caballos del carruaje que había ido a buscar a Annette. Ya era suficiente todo el tiempo que había soportado sabiendo que ella se encontraba en aquel baile que había preparado aquella familia. Se puso de pie cuando la puerta se abrió y vio a su hija entrar.
— ¿Estás son hora de llegar?— le expresó seriamente, mientras cruzaba los brazos.
— ¡Padre! ¡Me ha dado un susto!— lo miró asombrado, al no verlo a través de la oscuridad.
— ¡Te he hecho una pregunta!... Me dijiste que sólo irías por una hora. Y son más de las doce.
— No me percate del tiempo... Dispénseme. No volverá a pasar.
— Por supuesto que no volverá a pasar. Te prohíbo que vuelvas a esa propiedad...
— Padre, pero ha llegado Judith, mi amiga de Bath... Quien había estado con su familia, en esta temporada, en Londres. He prometido...
— Siento si has hecho una promesa...— le interrumpió con frialdad— Estarás encerrada, hasta que yo decida que es momento para que vuelvas a salir.
— No me parece justo. ¡Ya no soy una niña!...
— Es cierto... Eres la prometida del conde de Essex. Y debes comportarte como tal. No como una niña... ¡Ahora vete a tu habitación! ¡No quiero verte más la cara!
Annette se encerró en su habitación, sintiéndose tan impotente. Era una simple muñeca de trapo a quien movían al antojo de quien la tenía entre sus manos. Se sentía tan vacía y tan sola. Aquella noche había tenido que escuchar los reproches de su padre, una vez más. Aunque era consciente que le había desobedecido como siempre cuando él le prohibía visitar a aquella familia.
— ¡Madre, no sabes cuánto te extraño!... Si estuvieses viva, no me sentiría tan sola. Quizás tú si me querrías...
Lejos de allí. El padre de Annette, se encerraba de nuevo en su habitación junto a aquella botella de coñac. Deseaba ahogar sus penas con el alcohol. De la misma forma que lo había hecho cuando Scarlett le dijo adiós. No soportaba aquella familia, aunque jamás le había expresado a su hija sus razones. Era su secreto. Y al menos, el pasado había quedado enterrado, al igual, que aquella mujer que le había roto el corazón. Y le había empujado a casarse con otra, a la cual no amaba.
O llegó amar para recibir el mismo pago.
Sabía que había cometido el error al traer de nuevo a su hija a aquel lugar. De la misma manera que había cometido el error de inscribirla en aquel mismo colegio de señorita, donde por desgracia, había tenido que conocer a un integrante de aquella familia. Aunque era consciente de que los días eran más amenos cuando ella se encontraba en Bath. Pero sentía que debía hacer lo correcto, al menos, una vez con su hija. Y había encontrado el cómo.
Un matrimonio por conveniencia. Un matrimonio que al menos le sacará aquella espina que la vida le había enterrado en lo más hondo. Y tan sólo lo conseguiría al deshacerse de su hija. Aquel eslabón que le recordaba cada día aquel pasado que no lograba borrar de su cabeza.
Quizás, por ello, había cedido esos últimos días a que ella sólo visitará a lady Beatrice O'Dubgaill. Aunque fuese un dolor de cabeza saber que se había convertido en una alcahueta. Pero al menos, sabía que nunca conseguiría su propósito. No de la misma forma que aquella familia lo había conseguido con Scarlett.
Pero había llegado a sus oídos que ahora se encontraba toda la familia O'Dubgaill. Incluyendo aquel joven que le recordaba lo que nunca había tenido. Un heredero varón.
Un hijo con la mujer que más había amado y que tan cruelmente le había roto el corazón.
—Robert... Lo siento. Pero no puedo casarme contigo.
—¿De qué hablas, Scarlett?
—Lo he pensado mejor... Y no puedo convertirme en tu esposa. Lo siento...
—¿Estás rompiendo nuestro compromiso?— le expresó en un tono airado. Ella era el amor de su vida desde que eran unos niños. La única que había visualizado como su legítima esposa—. No puedes hacerlo... Me diste tu palabra...
—Sé lo que dije... Y me disculpo por ello. He venido a decirte adiós... Uniré mi vida con otro hombre.
—¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Le conozco?— colocó sus manos en sus hombros. No podía creer todo aquello— ¿Te ha obligado tu padre? ¿Es eso verdad?
—Lo siento, Robert... Lo siento...— ella se había soltado y salido corriendo en aquella última vez que la había visto.
Ahora el pasado le recordaba una vez más lo cruel que podía ser la vida. El hijo de su pasado se encontraba allí, en Edimburgo. Mientras él deseaba deshacerse de todo aquellos sinsabores que le recordaba la infelicidad que siempre le había acompañado.
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Todo lo que Soy (1er libro )
Ficción históricaJames Cavendish, había nacido en Escocia, aunque parte de su niñez y adolescencia la había pasado en Devon. Había sido educado como inglés, al ser el único nieto varón de Bernand Cavendish, duque de Devonshire. Y por lógica, debería heredarlo por pe...