Capítulo XXX

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Capítulo XXX

Condado de Devonshire_ Primavera de 1823


La felicidad puede a veces ser efímera. Estar allí, en frente de nuestros ojos. En nuestras manos. Para después en un cerrar y abrir de ojos y ya no estar. Se ha esfumado. Y no sabemos a dónde.


James Cavendish una mañana de abril de 1823 había sido testigo presencial de eso. Había salido a cabalgar con su amada esposa, al ella pedirle recorrer aquellos paisajes de la propiedad del duque de Devonshire, antes de marcharse unos días a Londres. Aquel que desde que se había convertido en su esposa, se había convertido en su hogar. Incluso, había observado como su abuelo había empezado a dejar ser menos fríos y distante con ella. Además, de ver con sus propios ojos a los nuevos Cavendish de la familia.


¿Cómo podría llegar a pensar, siquiera, que la vida volvería a enfrentarlo a aquel sentimiento que había experimentado tiempo atrás?


Esa mañana Annette se veía rozagante y aún más hermosa. Incluso jugaba con él, como si fuesen unos niños al ver quien llegaba a la meta.


- ¿No me diga que tiene miedo a que le gane una mujer, lord Cavendish?- le expresó con una sonrisa, fingiendo petulancia.

- ¡Disculpe, lady Cavendish!- le miró fingiendo sarcasmo- ¿Pretende insultarme?

- ¿Podría hacerlo con la verdad?- expresó al empezar a cabalgar, sin permitirle tiempo a James para reaccionar.

- ¡Lady Cavendish, está haciendo trampa!- dijo al ir detrás de ella, mientras la escuchaba reír.


¿Cómo olvidar que la había conocido aquel día en que ella pretendía huir en caballo? ¿Acaso la había subestimado tanto hasta el punto de creer que no sería una buena amazona?


Y ahora ella le probaba lo excelente amazona que era.


- ¿Cree que me ganará?- le preguntó a todo pulmón, mientras la admiraba.

- ¿Aún lo duda?


La risa de Annette era melodía en sus oídos. Sin embargo, cuando ella estuvo a punto de llegar a la meta, algo la detuvo bruscamente. Se sentía mal. Observó a James acercarse a ella, pero aún estaba algo retirado.


Y de pronto todo se oscureció ante sus ojos.


James la vio caer de su caballo, algo que le llenó por completo de temor. Cabalgó hacia donde se encontraba ella y se bajó de inmediato de su caballo.


- Annette... Annette... ¿Me escuchas?


Pero solo obtuvo como respuesta el silencio.


Tocó su frente y se percató que hervía en fiebre. ¿Por qué ella no le había dicho que se sentía mal?


El miedo siguió incluso presente, cuando el médico de la familia hizo acto de presencia y le informó que la fiebre había subido y que ella desde ese momento tendría que estar bajo observación. No podía dar un diagnóstico completo hasta que se observará por completo si era una simple fiebre o algo peor.


- Dejaré estas indicaciones... Es importante que le den mucha agua y los medicamentos que le receté. Mañana a primera hora regresaré. Sin embargo, si observan algo irregular, envíen por mí.

- Gracias Señor Peterson... Enviaremos por usted si lady Annette requiere de nuevo su presencia.


La incertidumbre creció de una forma avasallante, hasta no dejar más que angustia y un sin fin de preguntas sin respuestas.


Sin embargo, las respuestas se hicieron presente, sin permitirle siquiera darle un tiempo para pensar. El diagnostico que le presentó el médico había sido peor. Aún más, cuando aquella fiebre en vez de bajar, había aumentado y no bajaba de los 39° grados.


- Me temo, lord Cavendish, que debe tomar una inmediata decisión con sus hijos. Es necesario que los desalojen de esta propiedad y lo lleven a un lugar más seguro. Lady Cavendish se encuentra muy mal.

- ¿Qué? ¿Qué intenta decirme?

-Su esposa presenta una , aguda y febril. Por eso el motivo de su fiebre tan alta, los escalofríos y los dolores articulares en todo el cuerpo. Presenta inflamación de las amígdalas. Y he observado que le han empezado a aparecer en el cuello una repentina erupción en el cuerpo, como pequeños puntos sobreelevados.- respiró hondo-. Me temo, que no es una simple erupción.

- ¿Qué quiere decir con eso, doctor?

- Que su esposa tiene escarlatina... Por eso deben sacar a sus hijos de aquí. O ellos podrían también contagiarse.


Aquella noticia fue como un completo balde de agua fría, por lo que agradeció la ayuda de su abuelo, quien se ofreció a llevárselos inmediatamente a su propiedad de Londres.


- James... ¿Qué sucede?- le preguntó Annette al ver el miedo y el dolor en sus ojos.

- Nada, mi amada Annette...- mintió para no angustiarle.

- No eres bueno mintiendo, por lo que no me mientas... ¿Qué sucede? ¿Tan grave es mi enfermedad?

- Sólo has enfermado de un extraño virus... Pero pronto mejoraras. Debes tomarte el medicamento que se te ha recetado.

- Me siento tan débil...- y no mentía en ello y James lo sabía.

- Pronto te pondrás bien y retomaremos la carrera de caballo...

- Está bien...


James la dejó descansar, al mismo tiempo que bajaba un momento para despedirse de su abuelo. Y también de sus hijos.


- Cuídalos por mí...

-Lo haré como si fueran mis propios hijos.- le dio una palmada amistosa y afable a su nieto-. Y tú no dejes de mantenerme avisado sobre el estado de Annette...

- Lo haré... Te lo prometo...

Besó las frentes de sus hijos, pidiéndole a Dios que los cuidara. Mientras él se quedaba en aquella lucha que cada segundo le robaba la tranquilidad.

Y era verse a sí mismo, como a su padre, cuando la mujer que más amaba enfermó... Y luego murió.

- Dios, te ruego que no me la quites, por favor... Sálvala te suplico.



Todo lo que Soy (1er libro )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora