Capítulo XXIX
Pronto la primavera le dejó paso al verano. Dejando atrás una temporada que para muchos había resultado ser provechosa, mientras que para otros una verdadera pesadilla.
Londres había quedado atrás, mientras que el condado de Devonshire volvía a darle la bienvenida. Haciendo también posible aquella visita de parte de Beatrice O'Dubgaill, quien anhelaba verlos de nuevo. Y quien había decidido viajar desde tan lejos, con la única intención de ver a su queridísimo nieto y de su esposa, Annette. Y con ella había arrastrado a su también amada nieta Judith O'Dubgaill, sabedora que aquella temporada había sido horrorosa para ella. A pesar de que había mantenido una correcta postura que ocultaba lo obvio para una anciana como ella: "La desilusión de no haber encontrado ningún pretendiente".
James Cavendish, para ese entonces, no podía con la emoción que emanaba dentro de su ser, cada día, al ver a su esposa inmensamente feliz. En ocasiones la tomaba por sorpresa cuando ella tenía sus manos en su vientre, sintiendo las pataditas de ese bebé que ambos esperaban con tantas ansías.
Durante la visita de su abuela y de su joven prima, tuvo que acostumbrarse a compartir el tiempo de Annette, con ellas, quedando a veces excluido en esos temas que eran únicos en las damas.
Y aquel día esperado, finalmente llegó una mañana de Septiembre. Annette había despertado con dolores de parto. La fuente se había roto, indicando que aquel bebé nacería ese día y era necesario el médico de la familia. O la ayuda de una comadrona... No había tiempo que perder.
James jamás había pensado que terminaría completamente desesperado a causa de la incertidumbre. Caminaba de un lugar al otro en la sala principal, sin poder encontrar la calma. Mientras su prima y su abuela intentaba aconsejarle. Su abuelo incluso le había sugerido que bebiera un poco de licor, para calmar los nervios. Pero se había negado a hacerlo. Annette se encontraba dando a luz a su primer hijo y solo rogaba que ella y su bebé salieran bien de todo aquello.
No sabía cuántas horas o tiempo había pasado. Simplemente se encontró con un llanto que indicaba que el bebé finalmente había nacido.
-¡Es una niña!- expresó la comadrona-. ¡Lady Cavendish, ha tenido una hermosa niña!
Annette movió su cabeza. Encontrándose con aquel pequeño bulto en las manos de aquella mujer. Miró un cuerpo rojo diminuto, una cabeza. Tenía una niña... Una hermosa niña de ella y James.
-Es hermosa...-susurró con lágrimas en los ojos.
- Es momento que le avisé a lord Cavendish... No ha dejado de preocuparse por usted y ha estado toda la mañana inquieto, caminando de un lugar a otro. Temo que el duque de Devonshire también se encuentre igual.-le informó una de las sirvientas, mientras la comadrona y otra sirvienta le ayudaban a ponerse más cómoda.
La felicidad se observó aún más en el rostro de James, cuando finalmente entró en aquella habitación y se encontró con aquella imagen tan hermosa. Era Annette teniendo a su primogénito en brazos. Y aunque esperaba que el bebé fuese niño. No obstante, aquel bebé era una niña. Su hija y era el fruto de ese amor que sentía por su madre. ¿Acaso igual no podía considerarlo también como una bendición?
Pues lo era. Y se sentía inmensamente orgulloso de sus dos bellas mujeres.
-James... Es nuestra niña.- expresó con cierto temor, siendo consciente que siempre los hombres esperaban que su primer hijo fuese varón.
- Es hermosa... Como su madre...- le expresó al acercarse a ella y al rozar con su mano derecha el rostro de su agotada esposa.
- ¿No te molesta que sea niña?
- ¿Por qué tendría que molestarme?... Es nuestra hija. Fruto de nuestro amor-besó su frente-. Nunca olvides que eres la mujer que elegí en mi vida. Con la que quiero envejecer y tener más hijos. Aunque eso implique que llegue a tener muchas hijas... Ellas serán mis herederas. No hay ningún otro Cavendish que pueda heredar el título que pertenece a mi familia... No tienes porque preocuparte mi amada Annette...
Las lágrimas se esparcieron en el rostro de Annette, mientras contemplaba a James con aquel amor que había en su interior. no podía aún creer como amaba a aquel hombre que Dios había colocado en su vida para salvarle. Aunque al principio ninguno de los dos se soportaba.
Los días pronto siguieron pasando, mientras Annette veía cada día crecer a su pequeña hija. Prometiéndose cuidarla y darle todo aquello de lo que ella había carecido: Afecto.
Antes sus ojos vio como Dios le había bendecido. James era un maravilloso padre y había terminado de comprobarlo cuando al año siguiente, al quedar de nuevo embarazada, su segundo bebé resulto ser un hermoso niño. Y James siguió amando a su hija.
- ¿Por qué lloras?-le preguntó James al acercarse a ella, después de que sus hijos dormían en aquella habitación preparada para ellos.
- Temí tanto que reemplazaras todo tu amor únicamente a nuestro pequeño hijo.
- Alondra y Matthew son mis pequeños tesoros. No podría nunca amar a uno más que otro. ¿Sabes por qué? Porque tienen una parte de ti... Y son la muestra del amor que ambos nos tenemos, mi queridísima lady Cavendish...
- Lord Cavendish, voy a terminar de creer que ama usted hacerme sonrojar.
- Posiblemente sea cierto... ¿Y se me podría culpar?- le expresó con picardía al acercarse más a ella y besar sus labios con ternura-. Usted es la principal responsable de que mi corazón se encuentre rendido a sus pies.
-James...- expresó al sonrojarse un poco más.
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Todo lo que Soy (1er libro )
Narrativa StoricaJames Cavendish, había nacido en Escocia, aunque parte de su niñez y adolescencia la había pasado en Devon. Había sido educado como inglés, al ser el único nieto varón de Bernand Cavendish, duque de Devonshire. Y por lógica, debería heredarlo por pe...