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Vivir en un tranquilo y bonito pueblo como Bucheon, lleno de multitud de casitas de estilo colonial, de dos plantas, todas idénticas y de un anodino y omnipresente color blanco, era bastante aburrido.

Que el pueblo siempre permaneciera igual, con los monótonos comercios de toda la vida y los mismos habitantes, que solamente cambiaban en el número de arrugas que tenían, resultaba tedioso. Y, por último, que lo más emocionante que pasara en ese lugar fueran las estúpidas peleas de mi perfecto hermano pequeño, KyungSoo, con el vecino de al lado, JongIn Kim, era sencillamente patético.

Pero eso, definitivamente, simplificaba mucho la vida en Bucheon. Desde pequeños, los niños de este entrañable paraje en el que nunca cambiaba nada sabían dos cosas: a qué iban a dedicarse de mayores y con quién querían casarse. Yo, ChanYeol Park, el típico hijo mediano de un ama de casa y un hombre de negocios, tenía muy claras tres ideas: La primera era que quería ser veterinario, ya que en mi camino siempre se cruzaban decenas de animales desvalidos y, aunque yo intentara evitarlo, sus tristes caritas, siempre me convencían para llevarlos a casa, algo con lo que mi madre no estaba de acuerdo en absoluto.

Especialmente en el momento en el que mi hogar comenzó a parecer un pequeño albergue, pero ésas son cosas a las que un niño de apenas doce años no les presta atención. La segunda idea de la que estaba convencido era que, por nada del mundo, me casaría con una mujer con el carácter de mi madre. Cuando ShinHye Park se enfadaba, sus indignados gritos resonaban por toda la casa y, si era mi padre el causante de sus airados reproches, éstos podían durar días o incluso semanas. La tercera, y tal vez la más importante de todas, consistía en que nunca me enamoraría: estaba harto de ver cómo mi padre hacía una y otra vez el idiota detrás de mi madre en todo momento. Y eso que ya llevaban muchos años de matrimonio.

En definitiva, ésas eran las tres grandes decisiones de mi vida, que, como siempre hacía, tomé precipitadamente un día en el que nada parecía salirme bien. Lo malo de los planes que haces cuando eres un niño es que ninguno de ellos acaba saliendo como habías pensado. ChanYeol Park lo había vuelto a hacer, no tenía remedio.

Pero ¿cómo podía dejar a una pobre cría de gato abandonada bajo el aguacero que caía por más que los gritos de su madre fueran la injusta recompensa por sus actos? Aunque apenas tenía doce años, ese inquieto niño de cabellos rubios y hermosos ojos azules ya sabía a lo que quería dedicarse en un futuro.

Él sería el mejor veterinario del mundo, y así podría cuidar de todos los animales sin que nadie lo reprendiera por ello nunca más. ChanYeol intentó intervenir en el monólogo sobre la responsabilidad que su madre le estaba soltando con el fin de explicarle que ése era su deber, pero la mirada que le dedicó su padre junto a algún que otro gesto un tanto cómico le advirtieron de que, si lo hacía, sería peor. Así que ChanYeol decidió guardar silencio mientras miraba fijamente las baldosas de la cocina que se encontraban detrás de su madre y pensaba una vez más en las musarañas. Cuando los gritos de su madre finalizaron y ella lo observó con su feroz mirada, retándolo a decir algo en su defensa, él pronunció la frase universal que todo niño listo aprende, ya sea culpable o inocente de sus trastadas.

—Lo siento mucho, mamá, perdóname —suplicó ChanYeol utilizando vilmente su mirada de lastimado angelito para conseguir conmoverla—. Es que estaba solo y abandonado, y no tenía a su mami, y recordé que yo tengo una amorosa madre que siempre me cuida y...

—¡Eso no funcionará esta vez, ChanYeol Park! —señaló ShinHye molesta, cruzando los brazos algo irritada mientras hacía ese inquietante y repetitivo movimiento con el pie que indicaba que cada vez estaba más furiosa—. ¡Ésas son justamente las mismas palabras que me dijiste cuando trajiste al perro, a ese irritante conejo que no para de comerse mis plantas, el nido de pájaros que ahora descansa en nuestro árbol, al camaleón de tu hermano, al hámster de tu hermano y a la cabra que, gracias a Dios, pude encasquetar al viejo Oswald para que la llevara a la granja de su tío! ¡No sé cómo consigues toparte con tantos bichos, si sólo te mando a hacer simples recados a la vuelta de la esquina! La última vez acordamos que no traerías más animales abandonados a esta casa, ¡y espero seriamente que cumplas tu promesa!

UHDPP_ChanBaekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora