Recuerdos

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—Creo que ese campo tiene un hechizo o algo así, me siento drenada, y lo único que hicimos fue correr y esquivar cosas— dijo mientras caminaban por las calles de la ciudad.

Jean en particular estaba atrayendo la atención de muchos ojos pocos amigables. Al terminar el entrenamiento que tuvieron a última hora, ella decidió que la mejor manera de combatir el calor que sentía era tirándose un tobo de agua encima. Las gotas le bajaban por la cara y la ropa mojada solo era consolidada por su chaqueta de la academia.

—¿Cómo está tu tortuga?— pregunto cambiando el tema rápidamente.

—Bien, ¿Como esta la tuya?—

—Ya se está poniendo muy grande, quería hacerle una especie de tanque fuera de la casa, pero mi papá piensa que ya es hora de dejarla ir, le dije que no quería hacerlo, probablemente la vaya a liberar ahora que no estoy ahí— dijo mirando a la calle.

La tortuga de Jean era de una especie diferente a la de Lucio, incluso cuando se la acaba de dar, la de ella era radicalmente más grande que la de él.

—¿Qué hiciste?— preguntó Lucio, sabiendo muy bien que de todas las personas Jean no iba a dejar que le quitaran nada, mucho menos a la mascota que ella misma consiguió en el río.

—Pues está muy cómoda en mi dormitorio— dijo con una sonrisa. —Y sigue siendo mejor que la tuya—

—¿Dónde la pusiste?— Lucio no tenía que poner ni un pie en los dormitorios de la academia para saber que eran extremadamente pequeños y apretados. El edificio que las contenía era un poco viejo, con grandes columnas de mármol y una elegante fachada de madera con balcones de rejas metálicas, cada cuarto tenía una pequeña ventana, y el edificio estaba cubierto de cientos de ellas.

—La puse en la ventana, el marco de la cama es tan grande que la tapa por completo— dijo con una sonrisa triunfante.

Pasaron unos segundos en silencio donde se pudieron apreciar los miles de sonidos que tenía la ciudad para ofrecer, las personas hablaban y sus pisadas sonaban contra el concreto, los miles de papeles pegados a las paredes sonaban y ocasionalmente salían volando cuando la brisa pasaba por las estrechas calles.

—Tenemos que ir a la calle de los mercantes— dijo Jean cuando a los lejos se empezaban a ver los coloridos edificios con grandes vitrinas y miles de puestos en la parte de afuera.

—Se está poniendo oscuro— dijo Lucio. Ya estaba cayendo la tarde, y el sol empezaba a darle ese conocido color dorado y naranja a las calles que no tardaría mucho en convertirse en la negrura de la noche. A decir verdad no era solo la noche lo que lo preocupaba, sino la gran cantidad de gente que había puesta en una calle tan estrecha.

—Vamos, no he visto la ciudad— dijo Jean agarrandole la manga de la chaqueta.

—Vas a pasar aquí mínimo tres años— le respondió Lucio

—Quien sabe, tal vez no llegue al tercero, y después te arrepentirás de no haberme acompañado— dijo jalandolo con más fuerza, Lucio río en respuesta y dejo que ella lo guiara.

—Tal vez me ataquen. Soy una pobre joven campesina en la ciudad, quien sabe que me puede pasar—

—Si, sobre todo tú— respondió Lucio.

Mientras caminaban Jean se paraba a ver cada puesto que había, miraba todo con ansias y sorpresa. Apuntaba las cosas que le interesaban, y hacía comentarios fuera de lugar cuando algo no era de su agrado. Había demasiadas tiendas y cosas por ver que Lucio sintió como su mente colapsaba de la cantidad de información que estaba recibiendo.

—Tienes que tener muy mal gusto para comprar algo así— dijo Jean mientras se alejaban de un puesto que vendía unos grandes y pesados broches de oro.

El Fuego Que Se Llevo El CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora