vii. Cena con los hispanos

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<<Brr brrr brr>>

"Ugh"

Ucrania suspiro frustrado y colgó a la llamada entrante. Su dolor de cabeza no toleraba tanto ruido.

Se quito sus gafas para sobar sus cansados globos oculares. Su "habitación" estaba oscura y la única luz era la que provenía de la pantalla su laptop, llena de texto y números que hacía un rato habían perdido su significado.

El omega había trabajado por cuatro horas seguidas, en modo automático, pero cuando el sistema le arrojo un error en las cuentas, deseo morir. Ahora debería repasar cada numero para encontrar el error, como buscar el foquito fundido de una serie navideña de 300 metros.

Brr... brr

<<número desconodido>>

Volvió a colgar.

Ucrania no era de los que respondían llamadas sin identificador, en su linea de trabajo, eso no era aconsejable. Nadie se dirigía a él sin antes pasar por Rusia, después de todo, él era un omega, su lugar no era importante dentro de la familia, y los idiotas que lo buscaban eran de dos tipos: los que querían usarlo para traicionar a su hermano o los que querían un favor "especial".

-Necesito café- musitó mientras se levantaba y se dirigía a la cocina. Las ventanas de los pasillos miraban a un cielo oscuro salpicado de pocas estrellas y carente de luna. Se le erizaron los pelos de la nuca por caminar en tan oscuro lugar, pero, para su fortuna, la luz de la sala y cocina eran un refugio.

Sonidos de risas venían de ahí, pero no les hizo caso y continúo avanzando.

-Buenas noches- lo saludó, eh, alguien. Lo sentía mucho, pero en serio le costaba recordar cada nombre y rostro de los hispanos. Ubicaba a Perú, por obvias razones, a México, por ser un omega que le caía en el hígado, pero el resto eran... personas.

Ellos eran muy amables con él y sabía que no era justo que no se acordara de sus nombres, pero nunca había sido muy atento a las presentaciones.

-Buenas noches- respondió algo cohibido- Este... ¿puedo usar su estufa? Quiero prepararme un café.

-Pero parce, si ya le hemos dicho que no debe preguntarnos- respondió un alfa de cabello marrón-. Es más, siéntese, ahorita yo le preparo un cafecito de olla.

Ucrania asintió y obedeció al alfa. El problema es que la mesa de la cocina era pequeña, y ya estaba abarrotada por otras seis personas. Sin fijarse mucho, tomo un banquito y se puso en la esquina. Quería usar su teléfono como excusa para no socializar, pero su bolsillo vacío le indicó que lo había dejado en su cuarto.

-No, no te sientes ahí, pibe, que luego no te casarás bo- un alfa de ojos heterocromaticos se burló de él.

-Aah- fue lo único que respondió. Aunque fuera un omega que sabía usar un arma, su lobito no dejaba de temblar y agazaparse ante la presencia de tantos alfas. Eso y la falta de sueño le impedían hacer funcionar su cerebro para continuar la conversación.

Los otros hispanos solo le sonrieron y continuaron sus platica, de vez en cuando dirigiéndose a él.

Vaya que eso era nuevo para el ucraniano. En casa, su voluntad estaba a disposición de lo que sus hermanos alfas dijesen, y su opinión iba de última, se esperaba que guardara silencio y no expresara su opinión, aquí en cambio le preguntaban y lo trataban con mayor consideración. De hecho, le sorprendió saber que se les permitiera ir a la escuela superior y tener trabajos.

Aunque lo último seguro era más por necesidad económica.

Pero tampoco podría decir que tuviesen un trato igualitario, pues los omegas seguían siendo los encargados de cocinar, lavar y mantener la casa limpia, actividades tradicionalmente ligadas a su estatus.

El acuerdo (Canadá & Ucrania)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora