xvii. Una bomba en martes

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La camioneta del canadiense se movía a buena velocidad entre las calles del empobrecido suburbio. Su mano golpeaba el volante al ritmo de la música y hasta llegaba a cantar algunos coros.

Canadá estaba de un excelente humor. Giró la camioneta para dirigirse a la calle donde estaba la vieja casa de ladrillo rojo, con mucho cuidado para que su nuevo y pequeño colchón no se cayera del toldo.

Sabía que su alegre humor era algo inusual para un martes de nubes grises, pero sus ánimos solo aumentaron cuando se estacionó frente a la casa.

"Nuestra" musitó su lobo, pero el canadiense negó con la cabeza.

El espacio era del ucraniano y quería respetar eso, pero ni su sonrisa ni su lobo querían ceder a la idea de un "lugar de ellos".

Mientras caminaba por el resquebrajado caminito de cemento, un borboteo emocionado empezaba a formarse en su estómago. En su última visita había encontrado a Ucrania con un arma y a punto de matar una planta, esperaba que esta ocasión le fuera mejor, después de todo, el fin de semana lo ayudó a colocar varios muebles y adornar el lugar.

Fue un momento... esclarecedor, pese a su constante gesto de sicario, Ucrania podía ser muy dócil cuando le dabas instrucciones claras y se malhumoraba con facilidad ante decisiones muy simples. Sonrió un poco al recordar como este lo hizo mover un sillón de un lado a otro porque simplemente no estaba seguro de donde se vería mejor.

Canadá hubiese perdido la paciencia de no ser porque el omega solía limpiarse el sudor con su playera, ocasionando que esta se alzara unas buenas pulgadas y se mostrara su abdomen.

El mirar su ombligo alargado, los huesos de su cadera y esos abdominales blancos, marcados y sensuales le dieron tanta paz mental que lo tomó como si fuera el mejor pago del mundo y ni se quejó.

La idea de vivir con Ucrania dejaba de sonar tan mala, después de todo, podía pasar que, algún día, sin querer queriendo, entrara al baño al tiempo que él se duchaba y...

Su lobo y el sonrieron con un gesto pervertido.

Canadá llegó a la puerta y tocó el timbre, incluso saludo a una cámara que había instalado. Ucrania había insistido mucho en poner pequeñas cámaras, bien ocultas, a lo largo de la pequeña propiedad. Fue cuando el canadiense agradeció sus primeros semestres de la universidad, de algo le sirvieron para configurarlas adecuadamente, así como su altura de jirafa para colocarlas en los espacios que el omega quería.

Metió las manos en sus bolsillos y espero, pero el tiempo se alargaba.

Con el ceño fruncido, volvió a tocar el timbre e incluso dio unos golpes en la puerta, pero nada, ¿acaso Ucrania no estaba en casa?

Ansioso, sacó su teléfono, buscando el contacto del ucraniano para llamarlo.

-Lo sentimos, el número que intentas contactar no existe o a cambiado...- le respondió la operadora en el último tono.

Esto no le agradaba, en lo absoluto. Abrió su aplicación de mensajes, pero noto que ninguno llegaba al numero. Su lobo se movía ansioso en su pecho.

-Si fuera Ucrania, ¿Dónde pondría una llave de emergencia?- musitó mirando debajo de unas masetas y entre las hierbas crecidas.

"Si fueras él, no tendrías una segunda llave" se respondió solo. Ciertamente, no pareciera que el ucraniano fuera alguien que dejara las llaves en cualquier lado para que cualquiera pudiese entrar a la casa.

Ahora que convivía más con él, sabía que Ucrania tenía unos muy marcados rasgos de paranoia.

Hizo un gesto con la boca, no podía regresar a casa con un colchón en el toldo, haría que su familia sospechara.

El acuerdo (Canadá & Ucrania)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora