xvi. De compras con un pelirrojo

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Ucrania había estado en situaciones donde malas decisiones desencadenaban guerras, otras en donde su vida y la de otro estaban en la balanza y otras más donde tuvo que pelear con garras y dientes por su supervivencia.

Crecer en una mafia definitivamente no es un camino de rosas, mucho menos para un omega enfermizo al que la muerte parecía tener preferencia.

Sin embargo, era de asombrarse que dicho "preferido" sintiese una presión igual o más grande al bombeo en la garganta de un corazón desbocado cuando le apuntan con un arma al hecho de estar eligiendo entre uno u otro sillón.

-¿Cuál le gusta más, señor?- preguntó el vendedor, un sujeto alto y de sonrisa de zorro.

"Me gustaría dejarte una bala en la cabeza así dejas de joderme", pensó Ucrania con odio.

-No sé- dio media vuelta y se fue de la tienda.

Esto era frustrante. Ya era la decima bodega de muebles que visitaba sin hacer compra alguna. Ahora que tenía una casa propia y podía tomarse el tiempo para decorarla... se sentía frustrado.

Jamás había tenido en cuenta sus gustos, la única propiedad que su padre le dejo, allá en la montaña, sus hermanos le exigieron y amenazaron con impedirle cambiar nada. Claro que no le importo, ese lugar solo servía para pasar sus celos, no es como si tuviera una gran conexión emocional. En la casa principal, tenía un cuarto pequeño sin decoraciones, algo que su familia tachaba de "modesto y sobrio" para hacerlo sentir mejor.

En otras palabras, lo "suyo" nunca fue suyo y, para su horror, descubrió que no sabía que le gustaba.

Estacionó el auto de segunda mano en su vieja- nueva propiedad y gruñó disgustado al entrar y ser recibido por sus paredes vacías. Al menos el horrible empapelado de gatos se había ido, pero fue sustituido por una pared llena de manchas oscuras, pegamento viejo y yeso. 

Tampoco tenía muebles, ni un mugre silla de plástico donde sentarse. Ni siquiera había comprado una taza para poner en las alacenas de la cocina. 

Había soñado tanto con un espacio para él mismo que nunca pensó en lo estresante que podía ser decorarlo.

Tiró su sudadera con frustración en cualquier lado y atravesó la sala hueca hasta llegar al jardín.

Incluso ahí no encontró paz, se puso en cuclillas y empezó a arrancar las hiervas, sin importarle que no usara guantes y que algunas hojas se amarraban a sus dedos para lastimarlo.

No debía ser así.

Él se imaginaba en una casa bonita, de esas de revistas, pasando sus días relajado mirando la televisión o leyendo en el hermoso jardín que habría construido. Un año para él mismo, solo, feliz y sin rusos idiotas que le dieran ordenes todo el tiempo.

Pero a este paso tendría una casa vacía, fea y con un colchón en el suelo.

Y las raíces del cabello se le empezaban a notar, porque su tinte "llega la próxima semana, caballero".

-¡Mierda!- una mala hierba especialmente tenaz se resistió y él tuvo que usar todo su cuerpo para arrancarla, terminado en él cayendo sobre su trasero y la planta aún pegada al suelo- ¡Agh!

Estaba teniendo un día de mierda y como no podía ser de otra manera, sacó una pistola. La planta pagaría por ello.

Estaba tan ofuscado que no le importaba que, aún si casas de los vecinos estaban separadas, alguien podría escuchar los disparos, ese alguien llamaría asustado a la policía, él tendría que huir y perdería la casa.

¿Por qué nada le salía bien?

-¡Ya voy!- rugió furioso al escuchar como tocaban el timbre. La planta bajo unas hojas, aliviada- ¿Qué quieres?

El acuerdo (Canadá & Ucrania)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora