Capítulo 24

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Capítulo veinticuatro

En la campiña, en un remoto y apartado lugar en medio del monte, hasta una humilde choza, en la que apenas y hay una habitación abierta que sirve para sala, cocina y comedor y un pequeño cuarto, llegaron dos rubias acompañadas del esposo de una de ellas y varios escoltas.

―aún me cuesta creerlo, discúlpelo señora, fue la impresión, nosotros la dimos por muerta, de haber sabido, ―se lamentaba Mary, una mujer de avanzada edad.

―no diga eso, fue gracias a ustedes que sobreviví, dentro de sus limitaciones no dudaron en ayudarme y al ver mi terrible estado me llevaron a donde sabían estaría mejor, ―agradeció Bianca.

―el señor Peter ya está mejor, ha despertado del desmayo y le expliqué que no está viendo fantasmas, aún está un poco aturdido, pero más tranquilo, ―informaba Vicent.

―muchas gracias, nos alegra de corazón que se haya recuperado señora, de veras, pero ahora...

―señora Mary, por favor, dígame, donde está la tumba de mi bebé, durante todos estos años he sufrido pensando en él y en que ni siquiera pude verlo.

―yo, ―titubeaba Mary.

―díselo mujer, ella necesita saberlo, merece saberlo, ―animó Peter, ingresando al pequeño espacio.

―por favor, no tema, solo queremos saber, nos urge, ¿Qué paso con el bebé?, ―fue Rosemary quien insistió.

―la señora estaba apenas con vida, quizá producto del accidente entro en parto, pensé que morirían, pero ella como impulsada por una fuerza invisible, logro apenas estar consciente para pujar, cayendo desmayada tan solo un segundo después de parir, ―inició Mary.

―yo tomé la criatura, era una preciosa niña, la envolví con una toalla vieja, me disculparán, no contaba con mas, ―se justificó Peter.

―la bebé lloró fuerte, pero rápidamente se fue quedando dormida, pensamos que no sobreviviría, puesto que estaba muy quietita, nosotros somos apenas unos granjeros, no sabemos de cosas de médicos, vimos que la señora empeoraba y buscamos llevarla a un convento que estaba relativamente cerca de nuestro ranchito, pensábamos llevar a la bebé, pero creímos que había muerto, pues estaba muy quieta, no parecía respirar, ―explicaba Mary.

―una niña, mi hija, ―Bianca no pudo contenerse y sus sollozos se convirtieron en un llanto inconsolable, siendo abrazada por Rosemary, quien también estaba llorando.

―tardamos algunas horas en ir y venir del convento, dispuestos a enterrar a la niña al llegar, pero grande fue nuestra sorpresa, cuando al volver la encontramos llorando a todo pulmón, la pobre tenía hambre, como pudimos hicimos agüita de arroz, los primeros días, luego nos atrevimos a darle leche de cabra, que fue lo único que teníamos y le dimos con temor que le hiciera daño, pero no había nada más, la niña comió y no se enfermó, de hecho, se hacía más fuerte cada día, ―contaba Peter.

― ¡VIVA!, ¿está viva?, ―dijo entre llanto Bianca y con un asentimiento pidió que siguiera contando.

―alegres por la niña, decidimos ir al convento, para entregársela a su madre, con la esperanza que ella hubiera sobrevivido, pero antes de tocar la puerta, salieron dos religiosas, comentando que nada habían podido hacer por la pobre mujer que había llegado, que era una pena que hubiera muerto, pensamos que se trataba de la señora, ―continuaba Mary.

―aun así, decidimos preguntarles si podían recibir a la niña, pero ellas nos dijeron que no era lugar para bebés, indicándonos de un orfanato en el que podíamos dejarla, así que emprendimos nuevamente el viaje, hasta encontrarlo y la dejamos allí al pie de un árbol, envuelta en una toalla vieja, que era lo único que teníamos para cubrirla, no nos quedamos a entregarla, por temor a que nos acusaran de robo o algo, ―completó Peter.

Pequeña Señorita AndrewDonde viven las historias. Descúbrelo ahora