Capitulo 27

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Averigüemos qué hay detrás de todo esto. Mañana mismo viajaremos a Londres, al atardecer.
Wei Ying sabe cuál es la dirección del edificio que Newscientists tiene en la capital.

—Está en la calle Oxford. Iremos por la mañana —lo contradijo Wei Ying. Así él no lo acompañaría.
—Irás con Wangji le ordenó Feng Mian mirándolo fijamente y desaprobando la actitud de su nieto. —Al atardecer. Hay que trabajar en conjunto, pequeño. Este es un gesto que demuestra que los berserkers estamos dispuestos a confiar en ellos.
Feng Mian— Huaisang intervino. Él tampoco quería a Wangji cerca de Wei Ying, —el no quiere que...
Huaisang, es suficiente —Feng Mian alzó la voz.
Wei Ying miró a su abuelo y se sintió traicionado. Respiró con agitación, soltó la mano de Huaisang y se dispuso a salir de allí mirando a Wangji por última vez, con rabia y frustración.

—Ya que ha quedado claro que mañana iremos a Newscientists al atardecer, ahora sólo queda el Peanas follaiseach —dijo Wangji con la mirada sombría. — Wei Ying, no te vayas —ordenó con un gruñido.Wei Ying se paró en seco cuando oyó la ordeno
Niño, acércate —le ordenó también Feng Mian ofreciéndole la mano. ¿Por qué? —exigió saber con los brazos en jarras. —¿Por qué tengo que obedecerle?
Wangji va a recibir un castigo ante todos —respondió Feng Mian. —Por lo que te hizo. Tú debes estar presente. Es lo correcto. Fuiste tú el agraviado.
Wei Ying frunció el ceño y los labios, y dirigió sus ojos a la agitación que se formaba detrás de Wangji. Tres vanirios acercaron una mesa baja de piedra circular y la colocaron en el centro de la
reunión.
Wangji se dirigió a su hermano Xichen y, colocándose enfrente de el, se sacó el polo negro por la cabeza y se lo entregó.
Wangji —le dijo Xichen angustiado. —No tienes que hacerlo.
Wei Ying agudizó el oído y escuchó la conversación.

—Tengo que hacerlo, Xichen, y ni esto va a ser suficiente para curar el daño que le hice.
—Vas a perder mucha sangre... y recuerda que si no consigues que el te alimente...
—No te preocupes, Xichen. Bráthair es fuerte —sonrió.
Aunque no podía engañarlo. Aquello iba a ser muy doloroso.
A Xichen se le humedecieron los ojos y agachó la mirada. Xingchen y Wan Yin estaban preparando unas cuerdas largas y gruesas. Las untaron con algo parecido a miel y luego las rebozaron en un cuenco lleno de fragmentos desiguales de cristales.
¿Qué iban a hacer?
Wan Yin le ofreció las cuerdas debidamente preparadas y Wangji las examinó. Asintió con un gesto de su cabeza morena y éste las dejó sobre la mesa.

Wangji se giró y miró a Wei Ying.
El lo miró de arriba abajo. Tenía el torso desnudo y los ojos oscurecidos. Se quitó la cinta de cuero negro de la cabeza y dejó que los mechones le cayeran por la cara y por los laterales del
cuello.
—¿Qué haces? —preguntó el tragando saliva.
—Acércate aquí, Wei Ying —dijo Wangji.
Wei Ying se quedó inmóvil ante la orden.
—Por favor —rogó él.
Wei Ying miró a su abuelo y a los berserkers y, llena de dudas, se plantó ante él. Wangji dio un paso hacia el sin apartar la vista de sus ojos, rodeó su cintura con un brazo y empezó a palpar su baja espalda.

Wei Ying se sobresaltó y percibió un montón de mariposas que volaban por su estómago. Empezó a respirar con dificultad. Wangji se detuvo cuando encontró lo que buscaba. Cogió el puñal que llevaba Wei Ying en el cinturón y lo desenfundó.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le dijo el alterado y dando un paso hacia atrás.
Wangji dio uno hacia delante, lo tomó de la mano insistente, le abrió los dedos y le colocó la empuñadura del puñal de Zi Xuan. Lo obligó a cerrar la mano en torno a él. Cogió su muñeca con las dos manos para acercar la punta del puñal que cogía Wei Ying a la fuerza y dirigirla a su corazón. Se arrodilló ante el murmullo insolente de los berserkers y la incomodidad de los vanirios.

Wei Ying tembló por lo que estaba pasando entre ellos.
Wei Ying —dijo Wangji con la voz casi rota y la cabeza agachada, —mi vida está en tus manos. Te pido perdón por mi agravio hacia ti. De poder volver hacia atrás, lo rectificaría, pero no puedo... así que —lo miró a la cara con los ojos llenos de vulnerabilidad y arrepentimiento. —Lo mínimo que puedo hacer es que tú seas quien dicte mi veredicto. Vivo o muero. Tú decides.
—Yo no... Suéltame... —se removió intentando soltarse. Si había algo que el quería hacer, era levantarlo del suelo y sugerir que todos se fueran a casa.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora