Capitulo 14

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Wei Ying estaba en un lugar que creía no haber visto nunca aunque la sensación de familiaridad
lo contrariaba. A su alrededor, todo eran luces y sombras que se entremezclaban como pintura
amarilla y gris. La luz del sol poniéndose entre las montañas, invitando a la noche a que cayera sobre la tierra. El dando vueltas sobre sí mismo con los brazos extendidos en un bosque misterioso, esperando a que alguien saliera entre las sombras que creaba la luna con su luminosidad. Alguien querido, alguien amado, alguien anhelado y olvidado durante mucho, mucho tiempo... Una silueta apareció entre la vegetación. Era un hombre alto y corpulento, tanto que mientras se le acercaba, el tenía que echar la cabeza totalmente hacia atrás. No podía verle la cara... La imagen era muy borrosa.
—Buenas noches, mi bello Wei Ying —le decía mientras se agachaba y lo cogía en brazos.

El calor humano y el afecto, eran tan reconfortantes cuando se sentían tan sinceros... ¿Quién era ese hombre?
—Ha estado todo el día preguntando por ti —decía una voz melodiosa y femenina tras el. —
¿Y mi athair? preguntaba. Sabe pocas palabras, pero ésa fue la primera que aprendió. Te adora.
—Y yo a el —respondía el hombre. —¿Y tú?
—¿Y yo qué? —le preguntaba la mujer de un modo divertido y coqueto. —¿Me adoras, mi amor? —parecía que la había tomado de la cintura y ahora los abrazaba.
—De un modo que hasta me duele.
—Dímelo. Dímelo en mi lengua —le rogó.
La mujer soltó una dulce carcajada.
—Is caohm lium thu a, mo ghraid

La mujer se acercó a besarlo. ¿Por qué demonios no podía verles la cara?
Aquella imagen se convirtió en una espiral vertiginosa que no dejaba de dar vueltas a toda velocidad. La espiral se paró y apareció otra imagen.

La misma mujer estaba con el. No la veía claramente, pero la percibía, la sentía. Era un día
soleado, se acercaba el crepúsculo.
La mujer lo abrazaba con fuerza y le susurraba una canción al oído. ¿De qué le sonaba aquella
nana? Su voz lo relajaba e incluso podía llegar a percibir su olor. Olía a fresas y a melocotón.

Wei Ying —le acarició el pelo con dulzura. —Athair ya está aquí.
El hombre se acercó a el, lo besó en la mejilla y los cubrio con una manta negra
abrazándolos con necesidad y posesión.
—¿Cómo están mis dos amores?
—Mejor ahora que tú estás aquí.
Hubo un silencio entre ellos.

—Hoy ha hecho mucho sol —observó él. —¿Wei Ying ha estado bien?
—Sí —contestó la mujer sonriéndole. —Me temo que este jovencito —cogió su manita y le
besó los dedos— ha decidido que todavía no quiere parecerse a su athair.
El hombre acarició su nariz con la de el.
—Me alegro —le dijo. —Sólo tienes tres añitos, pequeño. No sería justo.
—Tampoco lo es para ti —replicó la mujer.

—A mí no me hace falta —dijo él encogiéndose de hombros. —Ya os tengo a vosotros para
iluminar mi vida.
La imagen volvió a desaparecer y a disiparse. Se estaba desvaneciendo, se iba, cuando se
encontró bruscamente en otro escenario.

Corrían a mucha velocidad. El hombre los había agarrado a ambos y esquivaba árboles, piedras,
ramas y ríos... Los llevaba en brazos.
Huían de algo o de alguien.
El hombre cayó violentamente con el bien amarrados a él. Puso su cuerpo para que no
sufrieran el golpe.

Dirigió la mirada a la rodilla del hombre. Sangraba y estaba reventada.
—Wei Ying... —dijo la mujer agarrándolo por los hombros. —¿Estás herido? —lo inspeccionó
angustiada. —¿No? Cariño, mírame.
Toda su atención en el rostro de la mujer. Parecía hermosa, pero su voz se quebraba de miedo.
¿Era pelo negro y largo lo que veía? ¿Ojos... verdes?
—Athair está herido —continuaba la mujer.
Volvió a desviar la mirada hacia el hombre, que se hacía un torniquete en la rodilla con un trozo
de tela de su propia camisa. Miró el hombro de la mujer que también sangraba. Se sentía tan
asustado.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora