Capitulo 43

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—Eres como ellos. Has cambiado. Tus ojos, tus colmillos... ¿Crees que no me había dado cuenta? Eres distinto. Había intentado quitarle hierro al asunto, me intentaba convencer de que no te pasaba nada... Y mira como estoy ahora... Ya no eres mi amigo. No sé lo que eres... Ni siquiera llevo un crucifijo —murmuró con la mirada ida y llevándose la mano al cuello.
—Déjame ver tu estómago, A-Qing. Ayer te hirieron....

—¿Qué quieres ver? —gritó furiosa con los ojos de oro llenos de lágrimas. —Mira... —se alzó la
camiseta y mostró los arañazos que aunque estaban sanando, todavía los tenía inflamados. —Esto me lo hicieron tus amigos...
—Lo que te atacó no son amigos míos. Tú, sí. Y A-Ning, también —contestó acercándose a ella
con sigilo. — Wangji te salvó la vida...
—Es un vampiro, maldita sea... Como tú... Como el... —señaló a Lan Xichen. —Por Dios si hasta tenéis colmillos... Fue una carnicería y actúas como si tal cosa —meneaba la cabeza incrédula.
No, no te acerques a mí —puso las manos para detenerlo.
—Ellos son buenos, A-Qing. Protegen a los humanos de lo que te atacó a ti.
—No...
—No te haría daño por nada del mundo, A-Qing —tenía las mejillas húmedas de tanto llorar. Los ojos lilas clamaban por un poco de comprensión de su amiga.

—No quiero que me toques, por favor —le escupió. —Creo que estoy trastornada... —cerró los ojos y se apretó la cabeza con las dos manos.
Wei Ying se obligó a sí mismo a relajarse. No podría soportar que las dos únicas personas que quería se alejaran de el. Era demasiado doloroso. Ya había tenido suficiente con el rechazo de
Wangji.
A-Qing... —dijo en voz baja. —Es verdad. Tendría que haber sido sincera con vosotros...
—Wei Ying... —dijo Lan Xichen advirtiéndole del peligro que había en revelar su naturaleza— no
deberías.

—Por supuesto que debo —contestó el con un gruñido.
A-Qing tragó saliva y dejó que los brazos cayeran a cada lado de su cuerpo.
—¿Qué es verdad? —preguntó mirándolo de hito en hito.
—Yo... ya no soy... como tú —agachó la mirada avergonzado.
—¿Por qué? —exigió saber sin delicadeza. —¿Qué como eres, Wei Ying? ¿Me vas a morder?
¿Quieren matarme? —miró a Lan Xichen, que se tensó al oír las palabras.

—Si quisieran matarte, ya estarías muerta. Pero te aseguro que antes tendrían que pasar por encima de mí para llegar a tocarte. Te lo juro. Aquellas palabras eran muy obvias. A-Qing relajó los hombros y por primera vez dejó que la imagen de su amigo del alma, volviera a construirse ante sus ojos. Su pelo largo y brillante caía sobre un hombro. Sus nuevos ojos lilas no la miraban, sino que miraban al suelo. Sus pestañas negras estaban húmedas de las lágrimas y encima sorbía la nariz como una niña pequeña a la que le habían quitado el mejor de sus juguetes. Era Wei Ying. No llevaba capa negra, ni tenía los ojos blancos, ni le chorreaba sangre de la boca. Su cuerpo era el mismo, su voz también, y su mirada, aunque no era azul, seguía transmitiendo cariño y bondad a raudales. Cariño por ella.
A-Qing se echó a llorar. Era Wei Ying, pero ya no era el mismo. Estaba preocupada por el. Se alejaba de su vida unos días y cuando volvían a verse estaba convertido en un dios de ojos lilas con colmillos.

Wei Ying levantó la cabeza al darse cuenta que los gemidos no venían de el, sino de A-Qing. Dio dos pasos hacia delante y lo rodeó con los brazos, echándose a llorar también. — A-Qing, por favor... no te haría daño nunca. No llores. Yo te quiero. Por favor, no me dejes de lado. Por favor.
A-Qing se agarró a el y correspondió al abrazo.

—¿Qué te ha pasado, Wei Ying? ¿Qué está sucediendo?
—Es una historia muy larga...
—Me importa un comino. Cuéntamelo todo ahora mismo —susurró contra su hombro. A-Qing
era un poco más bajita que Wei Ying.
Wei Ying asintió y, mientras la guiaba a la cama y se sentaban, sintió como una losa de cientos de kilos liberaba parte del dolor de su espalda.
—Y entonces, Lan Xichen me ha dicho que no reaccionabas a sus coacciones mentales. Me he asustado y he venido corriendo. No sabía lo que pensabas de mí y sabía que estabas aterrada.
Después de haber escuchado durante una hora larga y tendida las explicaciones de Wei Ying, A-Qing asentía como una niña obediente y jugaba con el borde de su camiseta. Wei Ying se lo había
explicado todo, hasta los detalles más morbosos y más vergonzosos. Todo.
—¿Qué opinas de lo que te he contado? —preguntó Wei Ying temeroso de la respuesta.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora