🔞Capitulo 7🔞

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—¿Y mañana? —preguntó Xingchen.
—¿Quién sabe? Depende de cómo se comporte en la cama. Wei Ying deseó matarlo. Guangyao lo miraba fijamente sin contestarle.
—Ahora dejalo todo limpio y sin pruebas. Nosotros os esperamos en los coches. Obedecieron sin rechistar. A la velocidad del viento, y desplegando un abanico de poderes increíbles, limpiaron el parqué, reconstruyeron los objetos rotos y enterraron los cuerpos en la tierra.
Wangji miró al chico que tenía enfrente. Seguía pegado de cara a la pared. No osaba moverse ni abrir los ojos. Caminó hacia el y colocó una mano fuerte y posesiva sobre su hombro obligándolo a darse la vuelta.
Wei Ying se sacudió haciéndole entender que no quería que lo tocase, pero Wangji lo agarró con las manos y violentamente lo giró hacia él.
—Ahora escúchame bi... —dejó de hablar cuando vio lo que el bruto de Guangyao le había hecho en la cara. Palideció todavía más cuando olió la sangre que salía del corte de su pómulo morado. Manzana y mil recién cosechanda .
—¿Tú? —dijo horrorizado.
Wei Ying se cubrió los pezones de nuevo y le giró la cara. Wangji tenía hambre. Hambre de verdad: sexual y física. El era el pastel.
—Me da igual lo que me hagas, pero... ¿Qué harás con Brave? —le preguntó el sin poder controlar el temblor de su voz.
Le afectaba más lo que le pasaba a su perro que lo que le habían hecho a su padre. ¿Por qué?¿Sería efecto del shock?
Wangji sólo veía sus labios moverse. No oía su voz. Labios sensuales, algo enrojecidos por el golpe y la sangre.
—¿Lo vas a matar también? —lo miró más tranquilo al ver que su rostro volvía a tener una boca hermoso sin colmillos y unos ojos dulces y peligrosos del color del mar de una isla caribeña.
¿También? ¿A quién había matado él? Había sido Guangyao, no él. Le enfureció que lo acusara injustamente.
—Te dije que estaba dormido. Se despertará cuando yo se lo ordene. Ahora, no.
—¿No me dejas despedirme de él? —sentía la garganta ardiendo y escocida de la sal de las lágrimas.
Wangji sintió algo parecido a la ternura por ese joven. Pero desapareció al instante.
—No, no te dejo —lo tomó del brazo y lo llevó a trompicones fuera de la casa.
La lluvia torrencial caía sobre Barcelona. La noche estaba oscura y el cielo se iluminaba por los relámpagos. Wei Ying tiritaba del frío, aunque agradeció la sensación de frescor del agua, porque lo desbloqueó. Dos Porsches Cayenne negros, con los cristales tintados, esperaban en la cabina de seguridad. Estaban vacíos. A dos metros de la cabina había otro cuerpo en el suelo. Era Daniel.
Tenía los ojos cerrados y un corte sangrante en la frente. ¿Inconsciente?
—No está muerto —le dijo él. Se agachó y le puso la mano sobre la cabeza para susurrarle algo.
—Cuando despiertes, sabrás que Ruo Han y Wei Ying han tenido que viajar precipitadamente por asuntos de negocios. No sabrás cuándo volverán. Todo seguirá con normalidad. Nunca me viste.
Tropezaste y te diste un golpe en la cabeza.
El desencajó la mandíbula. Estaba sorprendido. ¿Podía hacer eso? ¿Podía mandar algo a alguien con aquel timbre de voz?
Wangji abrió la puerta del coche y lo obligó a entrar. Los asientos de piel beige se estaban empapando. Él no entró todavía. Abrió la puerta del maletero y sacó una bolsa precintada con algo rojo y esponjoso dentro.
Finalmente entró en el coche.
—Toma —le lanzó la bolsa que acabó golpeándole en la herida del pómulo.
Wei Ying gimió de dolor, pero se sorprendió al descubrir una toalla. No se lo iba a agradecer, pero había sido una sorpresa. Seguramente se la tiró para que no se mojara la piel de los asientos. Con una mano intentó abrirla, la otra ya no le respondía. Sentía las manos entumecidas.
—¿No te enseñaron a abrir bolsas, perro? Wei Ying se envaró.
—La abriría si pudiese utilizar las dos manos. Pero me has roto la muñeca, estoy con el pecho descubierto, tengo frío y se me está hinchando la cara —añadió con sarcasmo. —No, creo que no me enseñaron a abrir bolsas en estas condiciones, monstruo.
Wangji refunfuñó. Le quitó la bolsa de la mano con muy mal humor, la abrió y volvió a tirarle la toalla a la cara. Con lentitud y unos movimientos muy sigilosos, Wei Ying agarró la toalla con tanta fuerza que los nudillos de su mano buena perdieron el color. El arrancó el coche mirándolo de reojo. Lo había cabreado y eso le encantaba. El abrió la ventana y tiró la toalla a la calle con un grito de furia.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le preguntó él asombrado. —No quiero nada de ti. Prefiero coger una pulmonía o morir de frío a aceptar algo de un asesino como tú —le señaló con
el dedo. Wangji lo miró impasible.
—¿Quieres que hablemos de asesinos? Aún no he empezado contigo, Wei Ying. No me provoques
—le dijo con una voz suave pero fría.
—Pues más vale que cuando empieces, termines conmigo —sugirió con los ojos rojos e
irritados. —Porque removeré cielo y tierra para ir a por ti y destruirte. Asegúrate de dejarme bien
desvalido, asegúrate... Porque por pocas fuerzas que me queden, te buscaré y te mataré. Lo juro
—estaba temblando no sólo de frío, sino de la rabia que sentía en aquel momento.
Él admiró su valentía. Estaba débil, magullado, herido en su orgullo y, sin embargo, todavía peleaba. Si no fuese quien era, puede que...
—Monstruo. ¿Os llamáis vanirios, verdad? —lo miró de arriba abajo conteniendo la ira que lo carcomía. —Os merecéis todo lo que os hagan.
¿Es que no le tenía miedo? ¿No había tenido suficiente con todo lo que le estaban haciendo?
¿Por qué no le temía?
—No me das miedo —añadió con asco y desprecio.
Ni pensarlo. Si había alguien que debía temerle, esa persona era el. Sonrió con malicia.
—Veo que crees que lo que nos hacéis está bien —comentó alargando de nuevo los colmillos.—Bien. No te cubras, prostituto —le ordenó.
—Vete a la mierda.
—Te he dado la toalla y la has rechazado. Ahora no te cubras.
Seguía abrazándose el pecho sin apartarle la mirada y con los labios temblorosos. Wangji frenó en seco y paró a un lado de la carretera. Cogió la palanca de posición del asiento de Wei Ying y lo echó para atrás, dejándolo estirado. Se desabrochó el cinturón de seguridad y de un salto se colocó encima de el.
—Habéis matado a mujeres y niños —le susurró volviéndolo a agarrar del pelo y forzándolo a levantar la cara hacia él. —Violasteis a las mujeres, le extrajisteis los órganos, incluso los fetos aaquellas que estaban embarazadas. A los niños, los apartáis de sus padres y les forzáis a que vean cómo los mutiláis. Experimentáis con ellos para ver cómo reaccionan sus pieles al sol y luego hacéis el proceso una y otra vez para ver y estudiar sus rápidas recuperaciones. Matáis y torturáis
—le tiró del mechón. —Te mereces todo lo que yo te haga a partir de ahora.
¿Quién era capaz de hacer algo así? Se preguntaba Wei Ying mientras miraba fijamente sus ojos verdes. ¿De verdad había gente tan salvaje? ¿Pero qué pintaban el y su padre en todo aquello?
—Pero... pe... pero, yo no... no tengo nada que ver co... con eso —le susurró implorando un voto de confianza. —Tie... tienes que creerme, Wangji.
Wangji tensó la espalda cuando lo oyó pronunciar su nombre por primera vez. Le soltó el pelo y colocó una mano a cada lado de su cabeza. Lo miró detenidamente. Estaba acorralado, doblegado, herido por él y los suyos. Sus magulladas manos reposaban tensas sobre su torso con los brazos doblados. Habían matado a su padre. Y el quería luchar por su libertad, por su vida. Pero no podía engañarlo. El era lo que firmaba y daba el beneplácito a los transportes para que movieran de un lado al otro la mercancía, los instrumentos y las medicinas. Era el hijo de Ruo Han y se suponía que entre ellos había confianza como para trabajar juntos en algo así. No era ningun ignorante.
—Déjame entrar en tu mente y entonces, sólo entonces, pueda que te crea —le desafió.
—¿Qué... qué debo hacer para que entres? —preguntó inseguro.
—Relájate.
Wei Ying echó un vistazo a la posición de sus cuerpos. Sí, claro, relajarse. Así de fácil.
—Me estás aplastando... a... así no puedo...
—Cállate —gritó. Ellos no podían tener aquella conversación cordial, el era su enemigo. —Haz el favor de cerrar los ojos —utilizó su tono melódico para atraerlo e inducirlo a la relajación.
Wei Ying cerró los ojos gustoso y empezó a abrir las piernas. No, por Dios. ¿Qué estaba haciendo?
Esa voz... Wangji apretó los dientes ante la invitación. Miró como sus piernas bronceadas y esbeltas se abrían. Se encajó entre ellas hasta que tocó y aplastó su sexo con el. Encajaban a la perfección. De estar desnudos, ya lo habría hecho suyo. Se concentró en el. Intentó acceder a su mente, a sus recuerdos. No había ningún muro pero se topaba cada dos por tres con una niebla espesa y blanca. No era que no pudiese entrar. Si entraba, él se perdería en esa confusión. El no lo iba a dejar, no lo iba a permitir.
—¿Intentas confundirme? ¿Quieres que me pierda? —le preguntó él con un gruñido.
—¿Perderte? ¿Confundirte?
—Basta... No me engañarás más. Me pones obstáculos. No quieres que descubra la verdad.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora