Capitulo 25

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—Tú —le dijo rabioso por negar lo que para él era evidente y además muy importante— has
sido mío como ningun hombre lo había sido antes y yo he sido tuyo como ningún hombre lo ha sido en tu vida. Nos acostamos juntos. Y sí, sé que fui duro y en realidad quería castigarte, porque pensaba que eras otra persona, pero aun así... fue... increíble. Y tú lo sabes, Wei Ying. Sobró el cinturón y el principio tan brusco que tuvimos, pero luego... —meneó la cabeza y exhaló. —Fue... sublime —exhaló con fuerza. —Y tú, pequeño niño... —susurró alargando la mano para acariciarle el pelo. —Sé que estás asustado.
Wei Ying le apartó la mano de un manotazo y Wangji se tensó. Volvió a afilar la voz.

—Perdiste la virginidad conmigo.
—No. No la perdí por el camino como quien pierde una horquilla... Tú me la robaste... —
exclamó furioso. —No has sido mío ni yo he sido tuyo... —se obligó a serenarse. —Para hablar de
posesividad hay que tener algo más valioso que el cuerpo de otra persona. Hay que tener el corazón del otro. Obviamente, tú no tienes el mío y yo no tengo el tuyo, porque tú no posees
corazón, monstruo. Y, en caso de tenerlo, yo jamás reclamaría uno tan negro y vacío como el que tienes ahí metido —miró su pecho izquierdo con desprecio. —Nadie podría quererte nunca.

Después de esas palabras, se miraron fijamente el uno al otro. Se podía ver cómo saltaban
chispas entre ellos y pronto habría una gran explosión.
—Aléjate de mí —le dijo apartándose de él. —No quiero tener nada que ver contigo.
—¿Sabes, Wei Ying? No soy tan malo como crees —le dijo con la voz teñida de dolor. —A lo mejor
algún día me creerás y, por el bien de ambos, espero que te des cuenta pronto, porque esto va a ser un infierno.

—Tú ya me enseñaste cómo era el infierno. Además —repuso riéndose de él, —¿qué harás
si no pienso como tú quieres que piense? ¿Y si no me doy cuenta de tu supuesta bondad? ¿Me atarás a tu cama otra vez? —le preguntó con ira. —¿Ese es tu modo de demostrar que tienes
razón? Olvídalo, monstruo.
—Te ataré sólo si tú me lo pides —contestó él provocador.
Wei Ying sintió que un volcán de lava ardiente entraba en erupción a la altura de su diafragma.
Nunca antes se había sentido tan agraviado, tan encolerizado con alguien. Sí, él era el infierno y
el se consumía con sus llamas.
Era imposible que ese hombre estuviera realmente arrepentido por lo que le había hecho
pasar. Si no, ¿por qué iba entonces a hablarle de ese modo?
—No tienes ni idea de tratar a una persona, cerdo arrogante. Ni idea. Te disculpas y luego haces
como si la disculpa no valiera nada. Te detesto.

—¿No te gustó que te atara a la cama? —preguntó él con fuego en la mirada. —A muchas
parejas les gusta jugar así. ¿A ti no? Bien, lo tendré en cuenta —le encantaba provocarlo. Mejor ira que indiferencia, pensó.
—Yo no soy tu pareja... Abusaste de mí...
—Te complací. Tres veces —señaló alzando tres dedos. —Tu cuerpo no quería que me alejara
de ti, pero tú sí, porque me tenías miedo —encogió los hombros. —Solucionemos lo del miedo y dejémonos llevar.
—Cállate... Largo de aquí... —empujó su pecho sólido con las dos manos, pero no se movió ni
un centímetro.

—Espera, espera —susurró él esperando ser esta vez más sutil. No podía hablarle así... El
todavía no veía lo que él. Pero el vanirio posesivo salía a flote y era difícil controlarlo. El no sabía
que estaban predestinados a estar juntos, así que se obligó a hablar con más calma. —Te lo
suplico, Wei Ying. Escúchame.
—¿Qué quieres de mí? —gritó el asustado. Sus ojos lila reflejaban la frustración que sentía.
—Dame una oportunidad para demostrarte que no soy un bruto insensible. Sólo una —se
acercó a el sin avisar y enseguida estuvo a menos de un dedo de distancia de su cuerpo. Sus
pechos casi se tocaban. —Déjame enseñarte qué soy, quiénes somos los vanirios. Te suplico que
me dejes intentarlo —su tono había perdido toda arrogancia y altivez para convertirse en un
susurro lleno de reclamo.
Wei Ying no supo cómo Wangji se había movido con tanta rapidez hasta que se lo encontró
tapándole toda vista con su enorme corpachón de gigante. Su cuerpo transmitía mucho calor.
¿Acaso los vampiros no eran fríos como el hielo? ¿Por qué él no?
—No soy un vampiro —susurró él cogiéndole un mechón de pelo con delicadeza y acariciándolo
con dulzura. Esperaba un manotazo, pero no llegó.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora