Capitulo 30 💙

365 43 0
                                    

Cuando encuentres a tu cáraid, verás que su olor y su presencia te alterarán. Necesitarás tocarlo, necesitarás besarlo, lamerlo, abrazarlo. Él te saciará — dijo él con voz erótica. —Yo soy tu cáraid.
Wei Ying no recibió el mensaje mental pero se sonrojó igual, pues su mirada lo decía todo y, avergonzado, volvió a ponerse la mano en el cuello. El necesitaba probar a ese sándalo con pelo negro y ojos verdes que tenía enfrente con la misma desesperación que le describía Wangji.
—Sigue con la historia de los dioses —se apartó de él sutilmente.

—Frey —continuó Wangji retomando el hilo con facilidad, —por su parte, cuando vio que su hermana Freyja nos había otorgado unos dones tan poderosos, temeroso él de que los vanirios llegáramos a superar el poder de los dioses, nos otorgó otra debilidad —caminó a su alrededor, como un felino a punto de saltar sobre su presa. —Los dioses son muy celosos y necesitan estar siempre por encima. Él era el dios del sol naciente, así que nos hizo débiles ante el amanecer. Por eso no podemos caminar bajo la luz del sol. Y Njord nos entregó la inmortalidad y nos otorgó la capacidad de comunicarnos con la tierra, con la naturaleza. Nos entregó dones comunicativos con los animales.
—Cielos —suspiró Wei Ying mesándose el pelo hacia atrás, —es material para una novela.
Wangji sonrió y el gesto le llegó a los ojos, enterneciendo por la mirada de Wei Ying.

—Todos esos dones, unidos a la capacidad guerrera de esos clanes, crearon lo que ves ante tus ojos. Yo soy uno de ellos.
—Eres un viejo. Tienes dos mil años de edad —alzó las cejas impresionado. —Creo que si rio tuviese línea directa con los dioses no dudaría en pagar lo que fuera por uno de sus tratamientos de belleza.
—¿Demasiado para ti, ángel? —se colocó tras el inclinándose hacia su cuello.
Se movía a tanta velocidad que Wei Ying no podía seguir sus movimientos. Tan pronto lo tenía delante como, de repente, lo tenía detrás.

—¿Y vosotros a qué clan pertenecéis? —se agitó nervioso.
—Somos celtas. Hace dos mil años, en Bretaña, fuimos convocados por los dioses en Stonehenge. Allí se nos dijo cuál iba a ser nuestra misión y allí se nos transformó.
—¿Y visteis a los dioses? —preguntó sorprendido.
—En su forma humana, sí. Eran hermosos, esbeltos y finos. De tez de porcelana, pelo hecho de hebras de sol y los ojos llenos de agua marina —un paso más y volvió a quedarse enfrente de el.

—Siempre me pareció imposible que ahí arriba no hubiera nada.
—¿No eres cristiano?
—Creo que hay algo poderoso que nos hace como somos y nos otorga de consciencia, pero no me tragué la historia que pregonaba la iglesia.
—Hay tantos dioses como mundos —aseguró Wangji. —Cada persona es un mundo distinto.
Wei Ying lo miró fijamente y meditó sus palabras.
—¿Era mi padre un celta? —le preguntó desviando los ojos hasta su cuello.
Wangji se acercó a el y se inclinó para hablarle al oído.

—Tu padre era el celta más temido de todo el clan. Un guerrero invencible, leal y amigo de sus amigos. No le importaba dar la vida por aquellos a los que quería —susurró hundiendo la nariz detrás del hueco de su delicada oreja. —Era el hombre del trueno —explicó orgulloso. —No tenía miedo a nada. ¿Y tú? —¿Qué... qué haces? —le dijo el cerrando los ojos y temblando de la expectación. Le estaba rozando el cuello con la nariz.
—No te imaginas lo bien que hueles para mí, Wei Ying —contestó sin rodeos. —Tu olor hace que
me eleve de la tierra.

Eso no podía estar pasando. Wangji lo estaba seduciendo, le estaba quitando uno a uno los grilletes del miedo y de la vergüenza. El tragó saliva intentando apartarse y no le contestó.
—Tu padre, se perdió por el olor de tu madre —prosiguió él con su seducción. —Él encontró en ella a su cáraid, aquella que estaba destinada a caminar con él por la eternidad, a apaciguar su maltrecho corazón, a darle el calor del amor y del hogar. cáraid para un vanirio es como el sol.
—¿Una maldición? —preguntó con voz estrangulada.
Wangji sonrió y apoyó los labios en la sien de Wei Ying, y lo obligó a acercarse a él cerrando suavemente sus dedos sobre su muñeca. Acariciándolo con el pulgar, justo donde el cinturón lo había quemado en aquella fatídica y salvaje noche. Tiró de el suavemente.

Sangre y Colmillos (El libro del Wei Ying)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora