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— ¡Abuelo, abuelo!
Unos pequeños y apresurados pasos se escucharon desde las afueras de la casa. La puerta de la cocina fue abierta por una niña en puntillas apenas alcanzando la perilla, luciendo un vestido blanco con flores rosas, el cual se encontraba con algunas manchas de tierra a causa de su "expedición" en el jardín de la casa de sus abuelos. El hombre mayor la observó, ella levantó su mano derecha con un destello de felicidad en los ojos, mostrándole algo que había encontrado en lo más profundo del jardín y que le había encantado en cuanto la vio bailar a causa del viento y por su extraña apariencia.
—Mira esto, abuelo. Es bonita.
—Ah, ¿Qué tenemos aquí? —él se agachó un poco tomando a su nieta entre sus manos para colocarla sobre la vieja mesa de madera que hay en medio de la cocina—. Un diente de león.
—¿Esto es un diente? —preguntó confundida tocando uno de los dientes de leche flojos de su boca, diente que está dispuesta a tirar esa misma noche para que su dinero estuviera a la mañana siguiente debajo de su almohada.
—Es el nombre de esta flor. Es muy linda, pero difícil de encontrar por esta zona, tienes suerte de haber encontrado está.
—¿Por qué suerte?
—Si pides un deseo y le soplas es probable que se te cumpla —contó con un tono mágico y misterioso moviendo sus manos para que el efecto sea aún más, la mirada de su nieta se iluminó mucho más con una sonrisa que deja ver ese diente flojo que se mueve con facilidad cada que apoya su lengua en el.
