IV

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Subí corriendo; sentía que me seguían, lo cual no era inusual... ya lo había sentido antes, pero no lo había notado hasta ese momento. Subí hasta el tercer piso; ahí estaba el salón. Me quedé estática con la mano en una de las puertas gigantes del salón; no había un picaporte o algo parecido. La puerta no era lisa; tenía cosas talladas: flores, árboles, notas musicales y pájaros, organizados de la manera más hermosa posible. Entonces, advertí que era un bosque, un lindo bosque. Aunque no todas las figuras estaban talladas.

La puerta era enorme, y ahora que Charlie lo había mencionado, sí era obvio que se trataba de un salón o incluso otra biblioteca, aunque la de la casa no tenía puertas.

Jamás me había tomado el tiempo de detallar la puerta y, mientras la veía, noté que en uno de los extremos había una telaraña, pero esta no estaba tallada; era una forma más en 3D. Mientras observaba la puerta, de reojo vi algo que brillaba en el suelo. No alcanzaba a distinguirlo bien debido a mi pésima vista. Me acerqué cautelosa e intrigada. Conté ocho pasos para llegar al objeto brillante.

Era una llave, una de esas llaves pesadas y antiguas, pero la forma era peculiar: una telaraña. La tomé y, aunque no me atrevía a aceptarlo, sabía que él la había dejado ahí.

Me quedé apreciando la llave por un momento. Tenía miedo de voltear; sentía cómo me observaban. Pero el ambiente no era pesado, era muy extraño. Sentía paz, me sentía segura, pero al mismo tiempo tenía miedo... miedo de lo que pudiera encontrar, no de que alguien o algo me hiciera daño.

Sentía paz y tranquilidad, como si el ambiente fuera una manta suave que me envolvía completamente; tan cálida y, para nada, asfixiante.

Volví a la gran puerta y, por inercia, metí la llave.

Y...

Era la llave. Entro sin problema alguno. La gire. Lo había logrado, era la llave. Yo había abierto el salón.

«Él quiso que yo abriera el salón. Él así lo quiso —pensé—. Me dio permiso.»

No pude evitar sentirme agradecida, conmovida y, de alguna manera, estúpidamente especial. Pero todavía sentía ese miedo latente, ese nerviosismo de enfrentar lo desconocido. Tomé aire, profundo y pausado, antes de abrir las puertas y entrar. Lo primero que vi fue un gran ventanal que literalmente ocupaba toda la pared que daba hacia el patio trasero... o que, al menos, debería dar hacia el patio trasero. Cuando mis ojos se fijaron en la enorme ventana, no pude evitar soltar una risa suave al pensar que ni a Max ni a mí se nos había ocurrido entrar por ahí. Aunque, después de meditarlo un poco más, me sentí bastante estúpida; era demasiado alto y peligroso. «Sí, por eso Max no lo había mencionado», pensé.

Un gran ventanal. Mucha luz. Mucha, mucha luz inundando la habitación.

Lo siguiente que captó mi atención fueron varias mantas cubriendo objetos grandes y extraños, pero no necesitaba ser un genio para saber qué eran: instrumentos musicales. Sus formas eran inconfundibles bajo las telas. Me acerqué con curiosidad a la manta más grande, la que estaba más cerca del ventanal. Sabía que debajo de ella había un piano; siempre había querido ver uno de cerca, sentir sus teclas bajo mis dedos, aunque era un deseo muy vago. Sabía que si le hubiera pedido a mi padre que me llevara a clases de piano, él lo habría hecho sin dudarlo. Con toda la emoción e ilusión del mundo, me habría comprado uno, pero él sabe que su hija rara vez termina lo que empieza. Aun así, lo habría hecho; él habría creído en mí, como siempre lo hace. No me gustaba ilusionarlo con cosas que no iba a terminar... otra vez.

Me Enamoré de un FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora