XIV

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Hace 10 años:

El día había comenzado como cualquier otro. Tan rutinario que ni Tom pudo imaginar que, en un abrir y cerrar de ojos, su vida cambiaría para siempre. El 22 de marzo no sería recordado como un día más, ni siquiera de cerca.

Tom había seguido su rutina habitual: despertó temprano, desayunó de manera sencilla y se dedicó a estudiar durante cuatro horas. Después, como siempre, se sentó frente a su piano y practicó durante otras tres horas, dejando que sus dedos recorrieran las teclas como si fueran una extensión de su cuerpo. Tras un breve almuerzo, se dedicó a pintar durante la tarde, perdiéndose en colores y formas, permitiendo que su mente se escapara por un rato.

Había terminado un par de bocetos y decidió que era momento de descansar. Se dirigió hacia su biblioteca para leer, como solía hacer cuando quería desconectar de todo, pero justo antes de llegar a la puerta, su teléfono sonó, vibrando en su bolsillo.

—Tía... —dijo al contestar, sin mucho entusiasmo.

Del otro lado, la voz de su tía sonaba extraña, tensa, como si luchara por mantener la calma.

—Tom... No hay una forma fácil de decir esto, y lamento mucho tener que ser yo quien te lo diga... —hizo una pausa, y Tom sintió que el tiempo se detenía—. Tus padres... han tenido un accidente. —Otra pausa, esta vez más larga, como si las palabras le costaran salir—. Lamento tanto decirte que no sobrevivieron.

Tom tardó en reaccionar. Los segundos pasaron como una eternidad mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Su tía hablaba de sus padres, pero su mente solo podía enfocarse en una persona: su madre. La realidad golpeaba lento, pero profundo. No podía pensar en nada más.

—No... no puede ser... —murmuró en un susurro apenas audible.

Soltó el teléfono sin decir nada más, sintiendo cómo el suelo bajo sus pies se desvanecía. Su mirada, antes fija en la puerta de la biblioteca, se nubló por las lágrimas. Sintió el calor del dolor apoderarse de su pecho, pero, al mismo tiempo, una frialdad inmensa lo recorrió de pies a cabeza. No recuerda en qué momento había salido corriendo de su casa, pero lo siguiente que supo fue que estaba en los brazos de Charlie. Charlie también había recibido la noticia, y ambos compartieron el dolor en silencio, abrazados en medio de la devastación.

El entierro fue en París, en el Cementerio de los Bonnet, un lugar que hasta entonces no había significado nada para Tom. Pero ese día, se convirtió en el sitio donde descansarían sus padres, juntos. Había muchas personas en el funeral, demasiadas. Gente que lloraba desconsolada, pero Tom notaba que no todos lloraban por su padre. Gerard, su padre, nunca fue muy querido, no como su madre, cuya ausencia parecía devastar a cada persona presente.

Después del funeral, Tom tomó una decisión: se quedaría con sus tías. Ellas eran su única familia cercana, y aunque apenas podía articular una palabra, sabía que no podía estar solo.

Me Enamoré de un FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora