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Odiaba los silencios incómodos. Estar sola en silencio total era algo que disfrutaba profundamente. Pero estar con otras personas y en completo silencio, aunque cada uno estuviera sumido en lo suyo, me causaba una ansiedad que se apoderaba de mí. Y cuando él estaba cerca, sintiéndolo a mi lado en ese silencio, me volvía loca. Y me hacía sentir cada segundo como una eternidad.
Papá salía mucho de viaje por su trabajo y, cuando estaba en casa, pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su oficina, que estaba del otro lado de la casa, lejos del salón. Había días en los que ni siquiera sabía si estaba en casa, de viaje, o trabajando cerca. Antes solía despedirse, pero ahora parecía que ya no tenía el menor interés en hacerlo. Durante un tiempo, aquello me afectó profundamente. Me dolía que ni siquiera se molestara en decir adiós. Pero aprendí a no dejar que eso me afectara... o al menos, eso creía. Odiaba la idea de que las acciones de otras personas pudieran influir en mi estado emocional. ¿Por qué algo que yo no hago, no digo, no pienso, no siento, decisiones que no tomo y que no tienen nada que ver conmigo, pueden llegar a afectarme? ¿No se suponía que solo mis propias acciones, mis propias decisiones deberían afectarme a mí y solo a mí? Pero con el tiempo, entendí que eso no siempre depende de nosotros. Cuesta aceptar que no tenemos el control de casi nada. Aún me enloquece. Pero después de todo, es mi padre, claro que me afectaba, y eso estaba bien. A veces odiaba sentir tanto, sentir todo, y en otros momentos no sentir nada. "Al final, no somos de piedra, pero tampoco de vidrio.
A los 6 años, todo comenzó a cambiar. Mi madre estaba la mayor parte del tiempo enojada, con todo y con todos, por supuesto, conmigo también.
A los 7, mi madre comenzó a medicarse; no se paraba de la cama, hundiéndose en su tristeza.
A los 8, las cosas solo empeoraron. La casa se llenaba de una completa sensación de desolación.
A los 9, una nueva esperanza pareció llegar para ella; estaba embarazada. Pensé que eso podría cambiarlo todo, pero el bebé no llegó a nacer. Tal vez fue la gota que derramó el vaso.
A los 10, mientras papá trabajaba, mi madre metía personas en la casa y organizaba fiestas salvajes. El lugar se convertía en una pesadilla viviente. La casa olía a alcohol, cigarro, marihuana e incluso a thinner. Una noche, desesperada, intenté colgarme en el baño. Mi madre llegó antes de que lo hiciera; en lugar de consolarme y tratar de entender porque, me regañó hasta el cansancio y luego no me habló durante mucho tiempo.
Ella terminaba mal, siempre mal, y se volvía agresiva. No solo bebía; también se hundía en otras cosas. Yo me encerraba en mi cuarto, pero siempre había personas intentando abrir mi puerta, invitándome a "jugar" con ellos. Me aterraba. Cada vez que escuchaba el tintineo de las botellas o las risas estridentes de desconocidos, mi corazón se aceleraba. Y así fue durante casi un año. Hasta que un día, papá no avisó que llegaría...
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Me Enamoré de un Fantasma
RomanceLa vida le mando un chico maravilloso, perfecto. Pero, la vida no siendo lo suficientemente cruel con ella decidió que estuviera muerto.