IX

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Tenía tanta curiosidad por él. Eso nunca cambió. Cuando me contaba sobre su vida, lograba sentirme más cerca de él. Me sentía especial, como su confidente. Había logrado ganarme su confianza, y eso no tenía precio. Una parte de mí estaba feliz porque me había contado tanto, pero la otra parte estaba triste. No diría que cambió mi manera de verlo, porque no lo hizo. Simplemente entendí en ese momento por qué creyó que no le quedaba otra opción. Imaginé que si lo hubiera conocido antes, tal vez, solo tal vez, hubiera podido detenerlo. Pero si Charlie no lo hizo, nadie podía hacerlo. En ese momento apenas tenía 13 años y tampoco pasaba por el mejor momento. Tal vez así tenía que ser, y era tan triste.

—Supongo que ahora me verás como un niño lastimado —dijo, mirándome con una intensidad que no pude descifrar en ese momento. Sus ojos transmitían una mezcla de vulnerabilidad y desesperación.

—No —susurré—. Te veo de la misma manera... —hice una pausa—... solo que ahora quiero darte un abrazo.

Él sonrió débilmente y estiró sus brazos hacia mí, cerrando y abriendo las manos en un gesto nervioso. Solo fueron unos segundos; yo no me moví, pero entonces él me abrazó. Fue un abrazo breve, pero lleno de una carga emocional que ambos necesitábamos.

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Dos meses después de que él me contara sobre su vida y de que nos abrazáramos por primera vez...

Estábamos en la sala, cada uno inmerso en su propio libro mientras Tom tarareaba suavemente. Tom me "obligaba" a leer al menos diez páginas diarias, y aunque no lo admitía, ya empezaba a disfrutar de la lectura. Estábamos cómodos en nuestro rincón, cuando de repente se escuchó un ruido sordo en el baño cercano. Parecía que fui la única en notarlo, pues él seguía leyendo y tarareando tranquilamente.

—¿Escuchaste eso? —dije, tratando de ocultar mi inquietud.

—Sí, parece que algo se cayó —respondió Tom con calma, sin apartar la vista de su libro.

—Voy a ver qué fue —dije, pero al dar dos pasos, el miedo me detuvo—. ¿Me acompañas? Me da miedo. Qué... qué tal si es un fantasma. —Lo admito, no pensé bien en mis palabras.

—¿Estás bromeando? —Finalmente, Tom levantó la vista de su libro, con una expresión entre incrédula y divertida.

—No.

—No puedo creer que dijeras eso —dijo, con tono serio pero con una leve sonrisa en los labios.

—¿Por qué?

—Por la ironía de tus palabras.

—Sigo sin entender.

—Vals —suspiró—, yo soy un fantasma.

Al principio, era algo que tenía presente constantemente, pero después de todo el tiempo que pasamos juntos, de todo lo que me enseñó, de cómo me escuchaba y siempre estaba conmigo, me olvidé del hecho de que estaba muerto. Cada palabra y cada gesto suyo me hacían sentir que todo era real, que nada había cambiado.

Me Enamoré de un FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora