XVII

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Tic-tac, tic-tac.

Han pasado ya seis meses. El 9 de septiembre fue el cumpleaños de Cons, y salimos a comer. Desde que llegamos, no dejaba de preguntar por Tom, como si su ausencia fuera un misterio sin resolver.

—¿Y Tom? ¿Cómo está? —preguntó Cons, mientras jugaba con su servilleta.

Max, siempre tan atento, trató de cambiar de tema, sonriendo con un guiño.

—Hablemos de lo que hay en la mesa, ¡mira este guacamole! —dijo, tratando de aligerar el ambiente.

A pesar de su esfuerzo, sentí una punzada en el corazón. Tom jamas conocería a Cons, nunca  se lo presentaría a mi abuela, nunca. La mezcla de risas y nostalgia nos acompañó durante esa comida.

El 15 de septiembre, me sorprendió que Tom hiciera pozole, una tradición que me hizo sonreír.

—Nunca me gustó tu pozole, sabes —le dije mientras removía la olla—. Pero este huele realmente bien. Es gracioso como mantienes esa tradición.

—Es lo menos que puedo hacer. Mi madre lo hacía cada año, y siempre era una fiesta —respondió con una sonrisa melancólica.

Luego llegó el 1 de octubre, el cumpleaños de mi papá. Ese día decidí no llamarlo, ni tampoco felicitar a mi tía Linda. No quería incomodar a nadie.

El 1 de noviembre llegaba el cumpleaños de mi madre, y de nuevo, no me importo. No sabía cómo afrontar esas fechas, cada una menos complicada que la anterior. Luego, el 10 de noviembre, era el cumpleaños de Max. Mi tía no dejó que pasáramos su cumpleaños en mi casa, así que un día después vino a visitarnos y se quedó dos días.

—¡Feliz cumpleaños, Max! —exclamé, entregándole un pequeño regalo—. Espero que te guste.

—¡Un libro! Justo lo que quería. Eres la mejor, Val —dijo, iluminando la habitación con su sonrisa. Juro que fue el mejor cumpleaños de su vida; lo vi sonreír de una manera que hacía tiempo no veía.

Pasamos juntos el Día de Muertos, decorando el altar con fotos y recuerdos. La madre de Tom estaba allí, junto a otros familiares de su parte. Hablamos sobre su tío Maxwell De la Brise, un hombre del que Tom no sabía mucho, ya que nunca lo conoció.

—Su madre siempre decía que era un espíritu libre —comentó Tom, mientras colgaba una foto en el altar—. Nunca supimos qué pasó realmente. Ella solo dijo que se había ido.

Dimos dulces a los niños y vimos películas de terror, riendo y disfrutando de cada momento. Decoramos la casa con flores y papel picado. Fue tan lindo y divertido que casi me olvidé que el tiempo avanzaba.

Me Enamoré de un FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora