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CADA VEZ QUE CYRA PENSABA que la vida dejaría de ser una caprichosa de mierda con ella, las cosas resultaban peores, dejándole claro que tal fantasía jamás sucedería y que ella seguiría siendo el blanco de las burlas de su propio destino.
Maldijo las decisiones que la condujeron a su presente, pensando que quizá fueron malas, que quizá fueron demasiado impulsivas, pero ya daba igual: nada podría evitar lo que le esperaba. Así que mientras se amarraba el cabello en una coleta, casi rezó como Susan lo hacía.
Supuso que su realidad sería el infierno a partir de ese momento. No sólo debía levantarse más temprano de lo usual y abandonar la seguridad de su habitación, sino que su precioso tiempo iba a compartirse con el odioso hijo mayor del líder.
El mismo nativo que la odiaba con todas sus fuerzas. Y no, claro que no eran ilusiones ni falsas ideas. Era un hecho que el hermano de Lo'ak la odiaba, podía afirmarlo con esos ojos rígidos mirándola mientras se colocaba la exomáscara.
Pensó por un momento en quitársela estando en el exterior para acabar su suplicio. Estaba segura de que moriría de cualquier modo bajo la responsabilidad de Neteyam.
ー¿Los humanos no valoran el tiempo? ーse quejó en un siseo. Llevaban apenas seis minutos caminando cuando Cyra se agachó para atarse las agujetas de las botasー. Me voy a hacer viejo esperándote. Date prisa.
La morena rodó los ojos. Aunque era bastante obvio que paraba cada vez que se le daba la gana únicamente para molestarlo.
ーBueno, en teoría ya eres viejo. No es como que sigas siendo un adolescente ーrespondió a sus reclamos sin borrar una de sus cínicas sonrisas usualesー. ¿Cuántos años tienes? ¿Tal vez cincuenta en años na'vi?
El macho joven le dio la espalda de forma brusca sin detener su caminata un segundo más. La obligación se denotó en sus acciones. No la quería cerca.
ーCállate y avanza o te dejaré aquí para que los depredadores te coman viva.
ーSiempre eres tan servicial. Es un gran alivio.
Ambos continuaron recorriendo el sendero que conducía a la reserva en completo silencio, uno en particular que cortaba cruelmente el ambiente entre los dos, teniendo el sonido seco de las hojas y las ramas quebrándose debajo de sus pisadas. Las zancadas de Neteyam fueron un castigo para Cyra, haciéndose más y más largas, obligándola a apresurar su ritmo. La pobre humana casi estaba corriendo detrás de él, entonces le dijo una sarta de insultos y maldiciones que incluso no existían porque no era atlética ni de chiste.
En definitiva no se sentía a salvo al lado de un demente que daba la impresión de querer dejarla atrás justo como prometió, razón por la cual ella miraba sobre sus hombros hecha una completa masa de paranoia.
