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❪ 🌓 ❫
NETEYAM Y CYRA CONTINUARON sus entrenamientos sin ningún imprevisto a pesar de que la tensión entre ambos era notoria. No los malinterpreten, cada uno sabía en lo que se habían metido y estaban conscientes de las posibles repercusiones, pero eso era todo. No había chistes ni charlas casuales de por medio.
Otra vez se trataba de un abismal silencio que se irrumpía cuando era necesario. O cuando Cyra decidía que la quietud estaba volviéndola loca. Ya estaba lo bastante desquiciada como para decaer más.
La humana ocasionalmente tentaba a su suerte e intentaba romper el hielo con algún comentario ocurrente, recibiendo la misma reacción rígida del macho.
ー¿Hoy no dirás nada? ーpreguntó ella en un susurro distraídoー. Has estado particularmente callado.
Neteyam no la miró. Siguió afilando su cuchillo de madera y negó con la cabeza.
ーNo tengo nada que decirte. Además, te recuerdo que habernos revolcado no nos hace amigos.
ーEso no fue lo que quise...
ーLas cosas no tienen que cambiar entre nosotros ーse adelantó a su queja.
Dawson sintió su sangre hervir por la indignación. Claro, ¿qué esperaba? Nada bueno podía venir de él. Tampoco podía reclamarle su grosería, pues ella sabía a lo que se enfrentaba una vez aceptando. Así que, empleando el tono más relajado que pudo hallar, le dio la razón.
ーEs obvio que no han cambiado, porque sigues siendo igual de irritante.
ーPuedo asegurarte que no soy el único ーcontratacó.
¿Qué tenía de malo entablar una conversación decente? Sí, él no era de su agrado, no eran cercanos ni de broma, pero al menos debían cruzar un par de palabras para mantener un ambiente pacifico, ¿no era cierto? De otro modo las semanas faltantes serían un completo infierno, demencialmente aburridas y monótonas.
Cyra no imaginaba cómo iba a sobrevivir al resto del proceso de preparación, sin mencionar el de prueba final para adaptarse a su avatar. Deseaba que fuera menos tedioso de lo que ya se estaba volviendo.
Odiaba despertar cada mañana con la sensación de estar desvaneciéndose en el intento. La opresión en sus pulmones y el vacío en su pecho se hicieron presentes aquella madrugada, dándole una señal de alerta entre la oscuridad: de nuevo comenzaba a rendirse. Lentamente, un latido tras otro.
Estaba harta de las subidas y bajadas de su estado anímico. Las despreciaba porque sabía bien lo que causaban en ella. Y no quería dejarse arrastrar por el eco de sus tristezas, del abandono y del miedo a continuar aferrándose a su tambaleante deseo por vivir.
