Especial 4: La Habitación

34 12 0
                                    

—No me gusta el color rojo, casi tanto como odio el pelo castaño.

Mi necesidad de tranquilizarlo iba a destruir por completo mi plan de alejarlo, pero verlo molesto debido a que asistiría a ese estúpido baile con Namtan, era difícil. No me gustaba ser la razón de su infelicidad ¿No podía ver que esto era lo mejor para él? El ceño fruncido en su rostro y la gama de emociones intermitentes en sus ojos me dijo que no me creía. Por mucho que yo necesitara poner espacio entre nosotros, no podía dejarlo así.

Poniéndome de pie, cerré la distancia que nos separaba, sólo por esta vez me olvidé del por qué tocar a Krist estaba mal. Cuando mi pecho rozó su espalda, su pequeño cuerpo se estremeció. Cerré los ojos y reprimí una maldición. Ya no sería capaz de detenerme. Esta era una forma de control que nunca había ejercido. No estoy seguro de que siquiera supiera cómo hacerlo. Envolví mis brazos alrededor de él, lo presioné firmemente contra mi pecho. El placer corría a través de mí y apreté mi abrazo. El temor de que nunca fuera capaz de dejarlo en libertad ahora me abrazó, filtrándose en mis pensamientos.

—Ella no significa nada para mí. —Su cuerpo se estremeció y mi necesidad de poseerlo se volvió insoportable. —Yo nunca te mentiría, Krist. —Susurré contra su oído.

Se recostó hacia atrás, para mirarme. Bajando la cabeza, le di un beso en la piel suave de la parte superior de su oreja. El aroma en él era delicioso. A diferencia de cualquier cosa que jamás hubiera experimentado. Continué besando la delicada piel a lo largo de su rostro. Inhalando el aroma embriagador que tenía. Mis manos se encontraron con sus caderas y temí que el feroz agarre le provocara algún daño. Pero no me podía forzar a soltar mi demandante abrazo.

—Tú me tientas. No puedo caer en la tentación. No estoy hecho para ser tentado, pero, Krist Perawat, me tientas. Desde el momento en que vine por ti me sentí atraído. Todo sobre ti... —Necesitaba tocar más de él. Deslicé mi mano por la piel expuesta de su brazo. Se calentó bajo mi toque. —Me vuelves loco de necesidad. De deseo. No lo entendí al principio. Pero ahora lo sé. Es tu alma llamándome. Las almas no significan nada para mí. No se supone que lo hagan. Pero la tuya se ha convertido en mi obsesión.

En vez de asustarse de mí y salir corriendo, como un ser humano normal haría cuando la muerte está admitiendo una obsesión con él, Krist se apoyó contra mí, lleno de confianza. Su cuello al descubierto, mientras su cabeza caía hacia atrás sobre mi hombro. Su piel era cálida y delicada. Bajé la cabeza y besé su suave curva. Disfrutando de la emoción de su pulso acelerado bajo mis labios.

—Quiero matar a ese chico cada vez que veo sus manos sobre ti. —Dejé un rastro de besos a lo largo de su cuello, mientras él se acomodaba más cerca de mí, lleno de expectación. —Quiero arrancar los brazos de su cuerpo para que no pueda tocarte de nuevo.

Incapaz de retener el gruñido dentro de mí provocado por una posesiva emoción que solo Krist había despertado en La Muerte. Esto estaba mal. Él no me pertenecía. No podía tenerlo. Yo era La Muerte. Él era humano. No podía reclamar su alma para mí. La agonía me recorrió.

—Pero no puedo tenerte, Krist. No estás hecho para mí. —Susurré con dureza.

Queriendo más que nada cambiar esa situación. Necesitaba dejarlo. Esto solo iba a lastimarlo más al final. Levantándolo, la acuné contra mí solo un momento. Dejando atrás el recuerdo de cómo se sentía envolverlo en mis brazos, lo recosté sobre la cama y rápidamente me puse de pie. No podía continuar tocándolo.

—Por favor. —Susurró.

No podía ser testigo de la súplica en su rostro. Cerrando fuertemente mis ojos quise explicarle todo. Hacerle entender. Pero no pude. Mientras menos supiera, más seguro estaría. Asi que, le dije la única que cosa que podía decirle.

—No puedo, Krist. Nos destruiría a ambos. —Sin abrir los ojos para verlo por última vez, me desvanecí.

Tu existencia [PERAYA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora