Especial 3: Siguiéndolo a casa

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El miedo pesaba en el aire. Krist no estaba al tanto de que lo había seguido a casa. No confiaba en mi promesa de mantenerlo a salvo. Esa simple verdad me enfureció. Sentir miedo era parte de mi vida. Mi presencia creaba miedo. Yo era inmune al sabor amargo familiar que dejaba en mi boca. Pero el miedo de Krist me molestaba.

No me gusta.

Me quedé en la puerta de su casa viendo cómo se mordía el labio inferior con nerviosismo. Esta no era la forma en la que se suponía que debía ser. Lo había salvado de la muerte. El miedo no debía ser una emoción a la que tuviera que hacer frente más.

—¿Qué pasa? —Pregunté. Su grito murió casi instantáneamente, mientras sus ojos se centraron en mí.

—Singto. —Jadeó él, apretando su mano contra su corazón. Podía oír la carrera dentro de su pecho a través del cuarto.

—Lo siento, no me di cuenta que estabas tan tenso sobre esto. —Caminé dentro de la habitación, mirándolo de cerca mientras se dejaba caer sobre la cama, él había dado un salto desde el momento en que lo había sorprendido.

—Bueno, discúlpame si almas extrañas que aparecen en mi casa, hablan conmigo y me asustan un poquito. —Me lanzó una mirada acusadora. —Entonces, te pregunto sobre eso, y tú maldices en la oscuridad y te pones todo enojado.

Maldita sea.

Siempre volvía a esto. Él quería saber demasiado. Cosas que no podía decirle. Tenía que mantenerlo a salvo. El conocimiento era peligroso. Necesitando estar cerca de él, me senté a su lado en la pequeña cama. El olor de miel me calentó. Su cabello siempre olía totalmente comestible.

—Lo siento por eso. No debería de haberte asustado de esa manera.

—Bueno, ¿Puedes decirme lo que está sucediendo y quién es ella? —Negué con la cabeza, apartando mi mirada. Si mirará dentro de esos suplicantes pozos oscuros, me hundiría.

—No, eso es lo único que no puedo hacer por ti. Pídeme cualquier cosa en el mundo, Krist, y me aseguraré de que sea tuya, pero eso no lo puedo hacer. —Suspiró y se enderezó.

—¿Por qué estás aquí, entonces?

Porque ellos tratan de arreglar lo que hice. Ellos no sólo lo dejarían solo. Yo era la Muerte. Podría decidir permitir una vida. Era mi elección. Hice mi elección. Pero no podía decirle nada de eso.

—Hasta que no sepa que todo está bien... hasta que me ocupe de lo que debe hacerse, voy a pasar las noches aquí en tu habitación. —Volví mis ojos hacia él y le sostuve la mirada. Quería que entendiera que no tenía nada que temer. —Tengo que protegerte —Me detuve, a continuación, hice un gesto hacia la puerta. —Si quieres tomar esa ducha, me aseguraré de que estés completamente a salvo mientras lo haces. —El alivio llegó a su cara y luego fue rápidamente remplazado por una pequeña mueca.

—¿Puedes leer mi mente?

No quiere que lea sus pensamientos. Interesante.

—No exactamente. Es más bien como que puedo sentir tus miedos con tanta fuerza que los puedo oír. —Me observó por un momento, como si recordara algo que lo confundía.

—Ya me has oído en la cafetería cuando hablabas con Namtan, no tenía miedo entonces.

Ah, sí sentí su miedo ese día. Me deleité con ese miedo. Sabiendo que él se preocupaba por la castaña coqueteando conmigo, aliviando el dolor en mí pecho, causado por la visión de él acurrucado contra el costado de Gxxod.

—¿No tenías? —Le pregunté, incapaz de quitar la sonrisa de mi cara. Su rostro se volvió una sombra adorable de rojo, antes de que se diera la vuelta y saliera corriendo de la habitación.

Tu existencia [PERAYA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora