Era entrada la noche cuando se despertó agitada. la luz de la luna, que entraba por la ventana, bañó el cuerpo sudoroso de la joven. Ésta apretaba fuertemente las sábanas entre sus manos intentando controlar su respiración. Había tenido una pesadilla.
Una pesadilla que en su momento ocurrió de verdad. Agobiada se retiró las sábanas y se sentó en la cama. El dolor había sido tan real, aunque sólo fuera un sueño. De vez en cuando los recuerdos de aquel día venían a ella. En ocasiones sentía el contraste entre el agua fría y el fuego abrasador, como el agua comenzaba a hervir y por mucho que lo intentara nunca podía salir a la superficie. Otras veces era ella la que enterraba el cuchillo hasta la empuñadura de madera en el ojo del príncipe, pero apenas podía disfrutar de su triunfo cuando el dolor aparece y moría agonizando por la gravedad de sus heridas. Pero la pesadilla que más odiaba era aquella en la que revivía las curas del maestre, sentir como restregaba el trapo mojado por las quemaduras o como las pinzas le arrancaban la piel calcinada. Se llevó las manos al hombro, la cicatriz era rugosa al tacto, incluso despierta podía sentir el dolor y las manos trabajar sobre su espalda. Siguió las protuberancias con las yemas de los dedos, por detrás del brazo hasta el codo. Apretó aquella zona del brazo con fuerza, antes de salir de la cama. Necesitaba tomar el aire.
Fauces, que dormía plácidamente, se despertó en cuanto sintió que su dueña se movía. Se encontraba tumbado, alerta a cualquier movimiento. Bajó de la cama para seguir a Alyssa en cuanto ella puso los pies en el suelo.
Salió del cuarto en camisón y descalza, necesitaba alejarse de esa habitación desconocida. Caminó por pasillos oscuros con suelos de mármol fríos, mientras las uñas de Fauces repicaban en las baldosas. No sabe cuánto tiempo estuvo andando, giraba en las esquinas, bajaba los tramos de escaleras que se encontraba, aceleró el paso intentando salir de ese laberinto. Casi corría cuando consiguió llegar al jardín, formado por gigantescas terrazas. Su respiración estaba entrecortada cuando llegó a la barandilla del balcón y cerró los ojos por un momento. La brisa fresca movía los mechones de pelo platinado que se habían salido de su trenza. Desde ahí podía escuchar las olas del mar, rompiendo contra las rocas.
La luna brillaba en lo alto, dando un tono plateado al oleaje. La pasarela en la que se encontraba daba a un acantilado y al fondo las aguas estaban revueltas. Por un momento el pensamiento de saltar al agua llegó a su cabeza, sumergirse hacia el fondo hasta que sus pulmones ardieran. Si lo hacía sería una caída bastante alta, tendría que tener cuidado con las piedras. Estaba estudiando las posibles rocas que se encontraban bajo la espuma de mar, buscando cual sería la mejor zona para zambullirse cuando por el rabillo del ojo vio a Fauces tensarse.
El pelo del perro se erizó, un gruñido comenzó a surgirle en la garganta mientras enseñaba sus caninos. Fauces hizo honor a su nombre, mostrando cuatro blancos y afilados colmillos. El can estaba listo para atacar en cualquier momento.
Se giró dispuesta a enfrentar el peligro, llevándose una mano al cinturón para coger su cuchillo, pero en su cintura no había nada, solo la tela del camisón que llevaba. Tan acostumbrada estaba a llevarlo que por un momento había olvidado que solo tenía puesta la ropa de dormir. Frente a ella se encontraba un joven de pelo platinado, el cual apenas era un par de centímetros más alto que ella, el pelo largo a duras penas le sobrepasaba los hombros. Iba vestido con tonos verdes y llevaba un parche en su ojo izquierdo, bajo este pudo vislumbrar una larga cicatriz que cruzaba su cara.
- Tú - susurro Alyssa.
Aemond se había pasado toda la tarde en la biblioteca, incluso se había perdido la cena con sus madre y hermanos. Los rumores habían corrido hasta esas estanterías repletas de sabiduría y polvo, a esas horas todos sabían que la reina estaba enfadada porque la nueva invitada la había dejado plantada en la puerta. El joven sabía que su madre la había invitado a la corte, pero seguía sin entender porqué, para qué querían a un gorrión como ese entre ellos. Estaba seguro que su abuelo había tenido algo que ver, y su padre secundó la idea esperanzado de que la niña Velaryon acudiera. Sabía que su padre un día había tenido planes para ellos, aunque estos se habían torcido, el rey nunca había perdido la esperanza sobre el compromiso entre los dos jóvenes.
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HATE ME (Aemond Targaryen)
Fantasy#ElysianContest #CheryllsAwards #CoronaAwards2024 #dyjawards24 *** Nadie pensó que quedaría en cinta una tercera vez. Tiempos convulsos eran aquellos, para quedarse embarazada. Pero quién habría pensado que en una visita a los peldaños de piedra, pa...