The silent sisters

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El cuerpo de Vaemond Velaryon estaba semidesnudo sobre una mesa de piedra, mientras las hermanas silenciosas trabajaban sobre él. La princesa Rhaenys miraba junto a su hija como las septas embalsamaban el cuerpo. Vieron como el maestre se acercaba a ellas evitando mirar el cadáver.

- El cuerpo estará listo para su regreso a Marcaderiva por la mañana, mi señora. - Dijo el hombre - Tal vez debáis dejar hacer a las hermanas silenciosas. Trae mala suerte mirar a la faz de la muerte.

- El desconocido me ha visitado más veces de las que recuerdo.- suspiro la princesa seria- Os aseguro que le trae sin cuidado si abro o cierro los ojos.


Ambas vieron cómo el maestre asentía y se marchaba del lugar, las dos estaban en silencio sin querer abordar el tema que las preocupaba.

- Viejo idiota, podrías haber abierto la boca antes de que aceptara esa estúpida propuesta.

- Siempre puedes huir y perderte en el mar - dijo su madre con sorna.

- No quiero ser como mi hermano- dijo en un susurro-  Yo acepto las consecuencias de mis actos.

- ¿Esto es lo que realmente quieres?- le preguntó su madre.

- ¿No es lo que todos habéis querido siempre para mí? - le contestó ella.


Rhaenys miró a la mujer que estaba junto a ella, su porte fuerte, su mirada dura. Su pequeña había pasado por tanto. Ante ella veía a una mujer que se había reconstruido con los fragmentos de los traumas que la rompieron en su niñez. La inocencia que una vez cubría sus ojos lilas había desaparecido, dejando paso a la sabiduría de alguien que había sobrevivido en varias ocasiones. Vio el reflejo de las llamas en su mirada, ésta no se inmutó cuando las hermanas silenciosas comenzaron a eviscerar el cuerpo. Sabía que su hija era un espíritu libre e indomable y siempre había querido que se casara, pero no de esta manera. No obliga por encontrarse entre la espada y la pared.

Rhaenys miró a su pequeña, a la última de sus vástagos y tragó saliva.

- Yo solo quiero que seas feliz - Dijo mientras le agarraba una mano.


Alyssa cerró los ojos soltando la mano de su madre. No quería estar en su situación, no quería casarse. Se agachó a la altura de su perro, el cual estaba tumbado y comenzó a acariciarle la cabeza. Fauces movió la cola feliz ante los mimos de su dueña. Suspiró con pesar, pensó en sus amigos, en su tripulación, en su pueblo. En todos aquellos por los que había aceptado la propuesta del Rey, puede que su tío estuviera muerto , pero siempre habrá carroñeros detrás de su isla.

- Puede que mi tío ya no sea una amenaza- dijo acariciando a su perro detrás de las orejas - Viendo como están las cosas necesitaremos de este plan b en la sucesión de Marcaderiva, si no queremos perderlo todo.

- ¿Sabes que te estas metiendo en la boca del lobo?- Dijo la princesa mientras apretaba el hombro de su hija- Es probable que tu futuro esposo intente usurpar tu título y barcos, y usarlo en el beneficio de los verdes.

- Que lo intente - Dijo Alyssa seria, levantándose - No permitiré que nadie se aproveche de Marcaderiva y sus habitantes.


Madre e hija se miraron a los ojos, y con cariño chocaron sus frentes, las dos estaban preocupadas por su futuro. Verdes y Negros jugaban su partida de ajedrez, y era indudable que los problemas les salpicarían a ellas. La tormenta podría acercarse con fuerza, pero su casa sobreviviría.

¿Tienes algún vestido que puedas dejarme?- Dijo su hija entre sonrisas.


El pequeño salón estaba preparado para una cena, frente al ventanal una mesa grande estaba dispuesta, todos los invitados se encontraban ahí. Todos menos la más importante, la futura novia. El rey había sido porteado hasta el lugar hacía un par de minutos y todos esperaban a Alyssa expectantes. Aemond que se encontraba junto a su hermano tomando una copa de vino, no despegaba la mirada de la puerta cerrada, confundido. No sabía si quería casarse con ella, pero el hecho de que ella lo dejase plantado era algo que le dolía. Todo el mundo estaba en silencio, incómodos, sin saber dónde mirar o cómo empezar la conversación que a todos les pasaba por la cabeza. Probablemente la joven había escapado, una vez que la amenaza había fallecido. Los minutos pasaban y nadie aparecía en el lugar, la comida que habían colocado los criados, comenzaba a enfriarse. El septón Supremo tamborileaba sus dedos nerviosos en su otra muñeca, la joven estaba llegando extremadamente tarde. Aemond ya no podía aguantar la conversación de su hermano sobre beber vino, la mandíbula se le tensaba más cuanto más tiempo pasaba, al punto de que acabó rechinando los dientes. Estaba apunto de salir del salón cuando su padre habló, intentando tranquilizarlo.

HATE ME (Aemond Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora