* CAPÍTULO 1. *

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Enero 15, 2020.

Era una noche bastante oscura en el palacio de Ítaca, el fuerte sonido a silencio era una de las cosas que más me perturbaban, no le encontraba el lado a la cama, incluso el té me sabía amargo, ¿Qué era lo que sucedía que no me permitía avanzar de esta cumbre de pensamientos? No sabía si era su olor a ausencia o la profundidad de la alcoba.

No tengo un recuerdo exacto que me permita definir cómo era su rostro con exactitud e incluso sus caricias se me escapan entre los dedos. Parece que todos mis intentos por saber de él se me salen de las manos descaradamente sin pedir permiso a marcharse.

No sé qué hacer, el aire me aprieta cada vez que intento respirarlo y llevarlo a cada uno de los rincones de mis pulmones, mientras que me aprietan haciendo que recuerde cada balbuceo de mi madre.

- ¡Eres la reina de Ítaca, madre! Deberías ser capaz de echarlos a todos.- he refutado con fuerza pero con la voz temblorosa.

- Sabes perfectamente que no es eso, simplemente no puedo.

Ha argumentado ella con tanta indiferencia que hasta me parecía tonto seguir con la conversación.

Me marche de la habitación sin siquiera atreverme a despedirme.

¿Ha dicho que no puede?

Era tan enfermizo escuchar esas dos últimas palabras durante las siguientes dos horas. Era como si su "no puedo", fuera un "no quiero", camuflado con resistencia, pero de aquellas resistencias débiles que te asfixian en las madrugadas.

No la podía entender y a lo mejor era muy egoísta de mi parte, pero es Penélope, la reina de Ítaca, esposa del rey Odiseo y el que esas palabras salieran de sus labios carmesí era lo más absurdo que he presenciado en todos mis veinte años.

Rápidamente se llegaron las dos de la mañana, había pasado toda la noche solo cuestionando una respuesta, una, que no podía llenarme lo suficiente.

¿De esta manera sería Odiseo tan cobarde como para morir?

Era algo que muchas veces me he preguntado. Si de verdad él volvería o la luz que lo traería de vuelta comenzó a jugar a las escondidas y se le ha perdido en el camino.

Constantemente he cuestionado a los dioses, he llamado a su puerta infinidad de veces, desde los últimos quince años, pidiendo que si Odiseo ya ha muerto, me lo hagan saber primero que a todos, porque no me parece justo llorarle en vano a un hombre del que apenas sé su nombre, pero se empeña en todas las noches en acariciar mis entrañas, como si se aferrara a mis recuerdos, impidiendo que deje de creer en él y, he de suplicarle, que para la próxima, por lo menos envíes una postal de supervivencia.

Una última cosa, a los dioses del olimpo, he de suplicar que mi madre no cometa una locura, por lo menos hasta que yo encuentre el equilibrio entre el miedo y lo que ha de ser eso que llaman valentía.

¿Y si estuvieras aquí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora