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Misel vio la notificación en su teléfono, ya los gemelos habían nacido y Darien estaba bien, un mes, un maldito mes desde la última vez que supo algo de Damon y fue por una estúpida llamada.

Después de todo este tiempo sólo lograba sentirse peor, sus sentimientos lograban encajarse en su pecho mucho más, Mikel estaba asistiendo a sesiones con la psicóloga aún y a pesar de lo que Damon le había dijo quería verlo.

Mikel estaba seguro de que mentía cuando le dijo que no lo quería. Mordió su labio inferior, según Yulián luego de la llamada Damon había hizo un escándalo para que le dieran de alta.

Los doctores cedieron cuando Yulián intervino y una vez estuvo a punto de subir al auto Damon se negó diciendo que no iría con él, que renunciaba a todo.

Lo dejó ir por separado y no supieron más de él, Damon fue a su casa, recogió algunas mudas de ropa que tenía allí, se llevó el dinero en efectivo que guardaba y finalmente se largó desapareciendo de la vista de todos.

Misel buscó, pero fue inútil, ni siquiera Yulián pudo encontrarlo.

Estaba cansado y a dos mil doscientos ochenta y cuatro kilómetros lejos de casa, tuvo que viajar para ver a su próximo empleador, iba a rechazarlo sólo por estar tan lejos, el contrato que ofrecía no era nada del otro mundo.

Misel vio una tienda de libros infantiles y se detuvo, estaba al otro lado de la calle y a pesar de que le había comprado muchas cosas a su cachorro tenía la necesidad de ir hacia allá.

Dio un paso al frente tratando de alejarse y se detuvo otra vez, sólo iría y echaría un vistazo alrededor, no lo mataría.

Caminó hacia allí y abrió la puerta, una campana en la parte superior le dio la bienvenida.

—Lo siento, pero es hora de cerrar —dijo alguien desde un poco lejos.

Misel pestañeó y rebuscó alrededor, no creía estar imaginándolo, era la voz de Damon, pero no podía verlo, quizás se debiese a las ganas de verlo que tenía.

—Si es muy urgente escoja algo rápidamente.

No, no lo imaginaba, era definitivamente la voz de Damon, pero estaban a kilómetros de casa, Misel caminó hacia una de las estanterías y lo vio acotejando algunos muñecos.

Tenía un jean y una camisa blanca, encima llevaba un delantal púrpura lleno de muñequitos, el cabello estaba mucho más largo que la última vez, pero era él.

Era la persona que llevaba meses huyendo.

Damon frunció el ceño y giró la cabeza, se puso de pie repentinamente en cuanto lo vio y empezó a caer, Misel corrió y lo agarró, habían terminado en el suelo de todas formas, pero al menos Damon no se había golpeado la cabeza.

Su mejilla quedó descansando sobre su abdomen, Misel sintió su corazón dispararse y su respiración nerviosa, llevó una mano a su pelo y lo colocó detrás de la oreja.

Damon se levantó lentamente y recogió los muñecos que había tirado echándolos a un cestón.

—Gracias por detener mi caída —murmuró agarrando la cesta y dejándola en un estante.

—¿Es lo único que tienes que decirme? —Damon fue a la entrada y giró el cartel de cerrado, frunció los labios y lo miró.

—¿Qué quieres que diga?

—El motivo por el que te fuiste, ¿por qué sigues huyendo? Estás a kilómetros de tu familia —Damon arrugó la frente.

—¿Familia, que familia es esa?

II (Sin) Un cachorro para amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora