III

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Tenían que darse prisa si querían huir con el vestido sin ser descubiertos, de lo contrario, les tocaría iniciar una pelea que los dejaría completamente al descubierto.

Encontraron la salida sin problemas, pues en medio del bullicio de la música y el baile, nadie notó ningún movimiento sospechoso. Sanji sentía un calor agradable en su pecho, nunca antes había tenido esa cercanía con el cabeza de musgo, pero le agradaba. Había pasado mucho tiempo desde que se sintió libre de ser él mismo con alguien.

La última vez que gozó de esa libertad fue con Zeff. El viejo que lo acogió y le brindó un hogar cuando escapó de su familia. Sin esperar nada a cambio, lo educó, le enseñó a defenderse, le inculcó valores morales y lo ayudó a convertirse en chef.

En aquel entonces, su madre ya había fallecido, pero en Zeff encontró una figura protectora que le brindaba cierto consuelo a su joven alma.

Recordó que cuando era adolescente y tuvo su primera novia, el viejo le advirtió que si trataba mal a la chica o le rompía el corazón, él mismo lo castraría. No iba a permitir que su «hijo» se convirtiera en un patán. Sonrió para sí mismo al recordar cómo esa fue la primera vez que Zeff lo llamó «hijo».

Para Sanji no fue difícil cumplir esa promesa, ya que estaba acostumbrado a respetar a las mujeres. Lo difícil era luchar contra otros deseos que consideraba impuros y que envolvían su corazón en sombras.

En aquel entonces, el joven rubio había dejado atrás los días en los que se escondía en la habitación de su hermana para probarse sus vestidos. Eran días dolorosos que prefería no recordar, pues la única fuente de luz en su vida era su madre. Sin embargo, cuando ella falleció, todo se sumió en la oscuridad. Los maltratos hacia su persona se intensificaron, ya que nadie lo protegía del sadismo de sus hermanos ni de la indiferencia de su padre biológico.

Su vida en el Baratie junto a Zeff era diferente; sin duda el viejo tenía su carácter, pero en el fondo lo quería.

Una noche, Zeff encontró a Sanji en su habitación, contemplando una prenda de ropa interior femenina que tenía entre las manos. El viejo asumió que pertenecía a la chica con la que estaba de novio y entró sin tocar la puerta para darle «la charla». No pensaba hacerse cargo de ningún embarazo adolescente, ni iba a permitir que su hijo adoptivo trajera mocosos al mundo de manera irresponsable.

Lo que Zeff no se esperaba fue la reacción de Sanji, quien se aterrorizó al ver al viejo entrar en su habitación. Sin siquiera pensarlo, escondió la prenda detrás de su espalda y le prometió que nunca más se la pondría...

—¿Qué? —Exclamó el viejo.

Sanji se quedó de piedra dándose cuenta de que había metido la pata. El viejo no lo había visto probándose la ropa interior, simplemente pensaba que estaba imaginándose alguna especie de fantasía sexual.

Se vieron fijamente por unos instantes, el viejo no era tonto, de inmediato había comprendido lo que aquello significaba. Caminó lentamente con su pata de palo hasta la cama del joven y se sentó a su lado, le dio una palmada en el hombro y, luego de un incómodo silencio, se levantó y caminó hacia la puerta.

—No me importa lo que hagas con eso, solo cuídate. No quiero nietos inesperados ni enfermedades raras —. Sentenció antes de salir y cerrar la puerta detrás de él.

Sanji volvió su atención al presente. Aunque era agradable recordar cómo Zeff siempre lo apoyó en todo (a su manera peculiar y seca), no era momento para pensar en eso. Acababa de hacerse con un vestido que probablemente valía varios miles de berries, por lo que prontamente tendría a la policía de Dressrosa buscándolo.

Corazón atadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora