II

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Sanji casi se atraganta cuando sintió el aliento caliente del espadachín en su oído, susurrando palabras que le helaron la sangre: «¿Quieres vestirte como Satine...?»

El tiempo se detuvo a su alrededor, se sentía atrapado, descubierto en sus más profundos y escondidos deseos. ¿Cómo es posible que semejante idiota se diera cuenta de algo tan íntimo, tan personal?

El cabeza de musgo sólo tenía ojos y cerebro para pensar en sus espadas, o al menos eso es lo que Sanji siempre pensó. Pero ahora estaba peligrosamente cerca de él, haciéndole esa terrible pregunta. ¿Debía negarlo?, ¿qué pasaría si Zoro confirmaba sus sospechas?, ¿lo golpearía igual que sus hermanos lo golpeaban?, ¿lo humillaría y lo despreciaría como todos los fantasmas de su infancia hicieron?

—Te hice una pregunta —insistió.

Fingiendo indiferencia, el cocinero buscó con calma la cajetilla de cigarros que siempre llevaba consigo. Necesitaba ordenar sus pensamientos antes de responder. Cuando encontró el objeto, se llevó un cigarrillo a los labios, lo encendió y aspiró el humo mortal que le ayudaría a tranquilizar su corazón.

Giró su rostro hacia Zoro, quedando frente a frente, y exhaló el humo directamente hacia su rostro de manera descortés.

—¿Qué mierda te pasa? —exclamó el moreno ahogado por el humo.

Sanji no le dirigió palabra, decidió ignorarlo y volver su vista al escenario, pero esta vez su rostro lucía sombrío.

—Acá están sus bebidas —interrumpió la camarera.

El espadachín tomó la botella de sake y se la empinó en un largo trago. Estaba acostumbrado a beber así y no tenía ninguna intención de pretender finos modales. Cuando quedó satisfecho, se limpió los labios con el dorso de la mano que tenía libre y dejó la botella medio vacía sobre la mesa.

—Creo que te verías muy bien —dijo calmadamente.

El rubio sintió una furia invadiendo su interior, ¿se estaba burlando de él?

—¿Te estás burlando de mí, espadachín retrasado? —dijo levantándose de la silla y tomando a Zoro por el cuello de la camisa.

—No.

Se quedó en silencio, viéndolo a los ojos con mirada asesina. Si ese estúpido se estaba burlando de él, jamás se lo perdonaría. Ambos habían tenido una especie de rivalidad desde que se conocieron, pero nunca se ensañaban personalmente, y eso era algo que los dos respetaban de forma tácita.

Soltó a Zoro del agarre e intentó calmarse, quizás había sobre reaccionado. La verdad es que no tenía idea de qué pensaba u opinaba Zoro acerca de aquellos "pasatiempos". El espadachín era un hombre reservado, y francamente nunca lo había visto juzgar a nadie ni meterse en los asuntos de sus demás nakama.

Aspiró nuevamente el humo de su cigarrillo y se sentó en un movimiento lento y elegante. Descartó lo que quedaba de la colilla en el cenicero y dio un pequeño sorbo a su piña colada.

—Gracias —respondió en un sonido casi inaudible.

Zoro entendió que estaba pisando un terreno delicado, pero no quería detenerse. Él jamás decía algo que no sintiera y la visión de su amigo luciendo ese ajustado vestido era algo difícil de olvidar.

Hasta ese momento no sabía que le gustaban ese tipo de cosas, pero hace mucho tiempo que se había dado cuenta de que le gustaba el «cocinero pervertido». Le causaba gracia decirle así, después de todo, era su pequeña venganza personal por el hecho de que el rubio no sentía lo mismo por él.

Sanji estaba nervioso, sentía la mirada del espadachín estudiándolo, pero su rostro estoico ocultaba lo que sea que estuviese pensando o sintiendo. No sabía qué decir, pero de alguna manera percibió una especie de complicidad silenciosa y reconfortante.

—A ti... —el rubio se interrumpió a sí mismo, notablemente inseguro de lo que iba a decir— ¿a ti te gustaría vestirte así?

Zoro se reclinó en su silla y soltó una carcajada. No tenía la intención de burlarse, pero la imagen de sí mismo con ese diminuto vestido le pareció sumamente ridícula. Pensó que en Sanji luciría bien, ya que era un hombre cuidadoso con su apariencia, pero él era una bestia, tosco y lleno de cicatrices, ni siquiera le gustaba bañarse todos los días.

El cocinero sintió un pequeño susto en su estómago, la risa del espadachín no parecía tener ninguna mala intención oculta, pero era un tema sensible para él.

—Dudo mucho que yo quepa en un vestido de esos —admitió el moreno—, sería un espectáculo grotesco para la humanidad.

Sanji se río suavemente, no le gustaba la palabra «grotesco», pues muchas veces la había escuchado en contextos que le hacían hervir la sangre, pero de alguna manera esta vez se sentía diferente.

—Vamos a robarnos ese vestido —sugirió Zoro divertidamente.

El otro no pudo contener su sorpresa, robar era algo habitual para ellos, después de todo eran piratas, pero no fue así como había pensado pasar su noche en aquel local.

Cuando terminó el espectáculo, ambos piratas lograron escabullirse detrás del escenario para hurtar el codiciado atuendo. Esperaron a que todo se calmara en los camerinos y, caminando entre las sombras, llegaron hasta una puerta que decía «Satine»

En ese instante, algún pobre diablo desprevenido se cruzó con ellos, pero el aura asesina de Zoro le impidió hacer cualquier pregunta o reclamo. El trabajador desconocido entendió la amenaza que significaba el fornido espadachín y salió corriendo sin pronunciar palabra.

—Busca rápido, cocinero de mierda —gritó el peliverde desde el umbral de la puerta.

—No me apures, esta fue tu idea.

Cuando encontró el dichoso vestido, lo tomó como un tesoro entre sus manos y, antes de robarlo, comprobó por encima de la ropa que efectivamente cabía en él. Una vez asegurada la talla, salió rápidamente de la habitación, intentando disimular su felicidad.


Continuará...

Corazón atadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora