XIII

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Zoro mantuvo el abrazo por un tiempo más, mientras acariciaba las suaves hebras de cabello rubio. Después de varios minutos en silencio, giró el rostro de Sanji hacia él y le dio un beso en los labios, acompañado de una sonrisa.

—¿De dónde sacaste que estoy enamorado de ti? —preguntó curioso.

—Lo dije solo para manipularte —confesó Sanji con tono juguetón—. Y funcionó, así que supongo que es cierto.

No hubo necesidad de más palabras. La ausencia de ellas fue una confirmación en sí misma.

Con cuidado, Zoro separó su cuerpo del de Sanji y se levantó de la cama para buscar lo que quedaba de vino. Se inclinó la botella y la vació hasta el final, afirmando con simpleza: 

—Bueno, ahora conoces mi secreto y yo conozco el tuyo.

Se dirigió a una de las bolsas de compra y sacó el vestido azul, sosteniéndolo delicadamente entre sus manos.

—Ven —ordenó el espadachín.

Sanji se levantó con elegancia y se acercó a él. Aún llevaba puestos los tacones y la lencería femenina. Aunque esta última estaba ligeramente desordenada, se las arregló para acomodarse antes de llegar donde se encontraba Zoro.

—Gírate —ordenó nuevamente.

El rubio obedeció, mostrando una sumisión poco característica que provocaba un deseo ardiente en el peliverde.

Zoro acarició la espalda de Sanji y depositó suaves besos en la parte posterior de su cuello y hombros, inhalando el aroma masculino que lo caracterizaba. Todo en Sanji le encantaba, tanto que podía olvidar fácilmente todas sus fallas, insolencias y desacuerdos. Sentía que podía perdonarle cualquier cosa, y eso le generaba un poco de miedo.

—Toma, ponte esto —le extendió el vestido mientras le marcaba posesivamente el cuello, dejando pequeños moretones en su piel.

Por su parte, el cocinero estaba tan erecto que su miembro se escapó nuevamente de la ropa interior, tenía los pezones duros y la piel erizada.

El hambriento espadachín continuó su camino de besos mientras Sanji deslizaba el vestido sobre su cuerpo. Cuando el rubio estuvo listo, Zoro lo giró hacia él, agarrándolo de la cintura con firmeza.

Sanji tomó las manos del espadachín y, con un gesto provocador, llevó uno de los dedos a sus labios, besándolo y jugueteando con su lengua. En ese momento, el control pasó al cocinero, quien guio a Zoro para que se arrodillara frente a él y apoyó el pie izquierdo sobre su hombro, clavando levemente el tacón y forzándolo a arrodillarse aún más. El movimiento reveló una abertura lateral en el vestido, dejando al descubierto una pierna decorada con vellos rubios y masculinos.

—No creas que voy a ablandarme solo porque estás enamorado —advirtió Sanji con determinación.

El moreno miró hacia arriba desde su posición, mostrando su característica sonrisa peligrosa.

—No creas que por eso voy a dejar que me domines.

Sanji le dio un empujón firme con el pie, apartándolo hacia atrás en un gesto dominante y sensual. Luego se dirigió a la mesa de noche, donde guardaba sus preciados cigarrillos, y comenzó a fumar, fingiendo total indiferencia.

—Qué lástima, porque eso es exactamente lo que pretendo hacer —dijo mientras exhalaba el humo— Acuéstate.

El espadachín se levantó del suelo y se sentó en la cama. No estaba seguro de si le gustaba que el otro hombre tomara el control de la situación.

—Eso no es estar acostado —lo reprendió.

Apagó el cigarro en el cenicero y buscó la corbata que se había quitado anteriormente. Tomó el fornido cuerpo del espadachín y lo condujo hacia la cabecera de la cama, obligándolo a recostarse boca arriba. Con la corbata, le ató las manos por encima de la cabeza y las sujetó al respaldo de la cama. Una vez terminado, se sentó a horcajadas sobre la pelvis de su compañero.

Corazón atadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora