VIII

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Estaba acostado en el mullido sofá mientras observaba a los peces en el acuario. Necesitaba un tiempo a solas para superar la vergüenza que le producía lo ocurrido en el desayuno.

Vio que la puerta se abría, dejando al descubierto un torso con tres katanas amarradas a la cintura. Se sintió aliviado, pues en ese punto, el marimo era la única persona con la que se sentía cómodo.

—Hola —dijo el peliverde tomando asiento a su lado.

—Hola —el rubio sonaba un poco triste.

—¿Cómo estás? —no quería sonar preocupado, estaba consciente de que al cocinero no le gustaba que lo trataran con condescendencia.

—Bien, supongo... —dijo en un tono poco convincente.

Zoro le sonrió y se movió en el sofá hasta quedar encima de él con los codos apoyados sobre la blanda superficie, uno a cada lado de la cabeza del cocinero. Estaba haciendo una especie de plancha abdominal para no aplastarlo.

Manteniendo esa posición, le rozó la nariz con la suya y dejó un suave beso en sus labios. A Sanji le gustó ese gesto, fue tierno y sensual al mismo tiempo.

Mon blond exquise —pronunció Zoro, con un acento francés que le salió espantoso.

El aludido lo observó extrañado, ¿le había hablado en francés?, ¿desde cuándo el cabeza de musgo hablaba francés?

¿Excuse-moi? —respondió el rubio con un acento infinitamente mejor.

El espadachín soltó una risa:

—"No soy tan estúpido después de todo" —dijo con el énfasis necesario para hacerle entender que estaba citando sus palabras de la noche anterior.

—¿Desde cuándo hablas francés? —inquirió.

—No lo hago, solo me aprendí esa frase de memoria —admitió con sinceridad.

El rubio lo seguía viendo con extrañeza: Zoro lo sorprendía cada vez más.

—Pensé que te iba a gustar... —confesó con algo de timidez.

—Por supuesto que me gusta, pero no me esperaba eso de ti —Sanji estaba ruborizado.

El espadachín se sintió complacido, pues ese era exactamente el efecto que quería lograr en su compañero:

—Es una canción, pero no me aprendí lo demás.

Ah ma délicieuse, ah mon enfumeuse, ma petite crâneuse, ma veuve joyeuse. Lorsque je t'allume, toi ma blonde exquise, ça dissipe mes brumes. —dijo el rubio en perfecto francés.

Por supuesto que la conocía, era una canción de amor muy famosa. Estaba gratamente impresionado de que la cultura de su nakama abarcara algo más que espadas y sake.

A Zoro se le antojo infinitamente sensual contemplar al otro hombre hablando en ese idioma inentendible para él, pero no era la primera vez que lo hacía; a veces escuchaba al rubio cantar en su lengua natal mientras estaba con sus quehaceres en la cocina.

Cuando eso pasaba, al peliverde le entraban unas ganas enormes de besarlo, sin embargo, se conformaba con solo escuchar. Se sintió dichoso de que esta vez fuese diferente, porque ahora sí podía besarlo y eso fue lo que se apresuró a hacer.

El moreno dejó caer suavemente parte de su peso sobre el rubio, lo suficiente para no dejarlo sin aire, pero manteniendo la cercanía necesaria que le permitiera sentir el cuerpo que estaba debajo de él.

El beso se fue profundizando hasta convertirse en un lenguaje más sensual que el francés. Estaba lleno de palabras no pronunciadas, pero que tampoco necesitaban ser dichas para que ambos las entendieran.

Corazón atadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora