VII

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Sanji abrazó al espadachín por el cuello, recostándole descaradamente la erección. Se acercó a su oído y le rozó la oreja con los labios. El rubio también tenía sus artimañas de seducción.

—Entiendo lo que dices, pero esto ya lo pensé —le dijo con la voz más seductora que pudo lograr —no me hagas rogarte, marimo.

El agarre tomó a Zoro desprevenido, y no pudo evitar flaquear cuando sintió el duro miembro chocar contra el suyo, que ya comenzaba a traicionarlo.

El moreno tomó la cara del otro hombre entre sus manos, en un gesto que hacía que el cabello del rubio quedara para atrás, revelando sus hermosos ojos azules y las estúpidas cejas que lo enloquecían. Se veía demasiado apetecible así, y no entendía por qué el cocinero insistía en llevar el rostro cubierto con un flequillo.

Lo observó por un breve segundo y luego atrapó su boca en un beso. Una de las manos soltó el cabello del cocinero y bajó lentamente hasta su deliciosa cadera, sin detenerse mucho tiempo allí, continuó hasta apretarle el culo.

Sanji profundizó el beso, disfrutando la avidez de aquellos labios. Era la primera vez que besaba a un hombre, y era una experiencia completamente distinta.

Zoro no estaba siendo brusco, pero ese era un beso mucho más fuerte que los besos femeninos, tanto así, que podía sentir con claridad el carácter dominante del moreno.

Lentamente el peliverde echó la cabeza para atrás y lo miró a los ojos.

—No —dijo firmemente.

Sanji frunció el ceño, haciendo que sus cejas se vieran aún más ridículas.

El espadachín quería reírse pero mantuvo la expresión seria:

—Lamento mucho las cosas que tuviste que vivir, Sanji —era la primera vez que lo llamaba por su nombre —pero hasta que no me demuestres que eres capaz de ser tú mismo sin máscaras ni arrepentimientos, no pienso estar contigo.

El rubio aflojo el agarre y suspiró.

—Espadachín de mierda —dijo derrotado— siempre encuentras la manera de hacerme sentir mal.

—Te sientes mal porque tengo razón —respondió.

—Sí ya sé —admitió con fastidio.

Deshizo por completo el abrazo y encendió un cigarrillo. Odiaba quedarse con las ganas, tendría que echarse una ducha fría para poder calmar el calor que tenía entre las piernas.

—Bueno, ¿cómo quieres que te lo demuestre? —preguntó exasperado.

—Qué se yo, cocinero pervertido. Tú eres el que tiene que pensar en eso.

Al día siguiente, Sanji se levantó temprano para hacer el desayuno como de costumbre, solo que él sabía que ese no iba a ser un desayuno habitual. Estaba nervioso, ya se había fumado una cajetilla completa de cigarros y no tenía ni dos horas de estar despierto.

El estúpido cabeza de musgo lo había puesto en un aprieto, y si bien quería echarle la culpa y maldecirlo, sabía que tenía razón. No quería seguir viviendo con el corazón atado, y decidió que era ahora o nunca: iba a salir del closet.

Poco a poco se fueron incorporando los miembros de la tripulación y ya estaban todos comiendo de buena gana.

—Nami —dijo con nervios— ¿me puedes dar un adelanto de mi mesada?

(No «mi preciosa Nami», no «Nami—swan», solo «Nami». Detalle que no pasó inadvertido por Zoro.)

—¿Para qué? —respondió la tacaña pelirroja sin levantar la mirada del plato.

Corazón atadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora