IX

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Se sentó en su regazo, lo tomó por el rostro y lo besó agresivamente, mordiendo el delicioso labio inferior del moreno y halándole con fuerza el cabello.

No sabía por qué, pero se había instalado algo eróticamente violento en él, y aquel mordisco tuvo la fuerza suficiente como para que el otro hombre se separara con un gesto de dolor.

El rubio no le tomó importancia y volvió a besarlo, necesitaba tener aquellos labios junto a los suyos.

Zoro se dejó besar con el ritmo agresivo que le marcaba el cocinero. No le desagradaba pero lo tomó un poco por sorpresa.

Notó que el otro hombre había comenzado a tener su distintiva hemorragia nasal y eso sí que lo excitaba.

El peliverde se separó una vez más y tomó a Sanji por el cuello; con el pulgar de la mano libre le limpió la sangre, manchando el resto del rostro con un color escarlata.

El rubio, por su parte, sintió un placer innombrable cuando Zoro lo atrapó en aquel agarre, pero quería más, algo dentro de sí lo impulsaba a entrar en una especie de lucha.

El cocinero siempre había sido un amante delicado y sensible con las mujeres, pero eso también era una máscara producto del estricto código moral que le impedía ser agresivo con ellas.

Ahora que estaba experimentando una sexualidad desconocida, sintió que algo se apoderaba de él; quería morder, apretar, someter y ser sometido.

Zoro se dió cuenta de eso por la forma en que Sanji lo miraba, así que procedió a complacerlo:

—Te voy a follar como nunca te han follado en tu vida —le dijo.

El cocinero, aún atrapado en el agarre del cuello, sonrió complacido, con un gesto que dejaba entrever sus dientes superiores, ahora manchados de sangre pues la hemorragia nasal no hacía sino aumentar.

Recibió un nuevo beso del moreno, que ahora comenzaba a aumentar su fuerza, asfixiándolo un poco, pero no sé quejó.

Cuando el otro hombre finalmente soltó el agarre, le quitó los pantalones, lo tomó del brazo y le dió la vuelta, dejándolo boca abajo sobre el sofá.

No se veían rastros de la delicadeza anterior que había tenido el espadachín con él, pero aquello le gustaba. Si bien no lo estaba lastimando, esta era la naturaleza bestial de Zoro a la cual estaba acostumbrado.

Mientras tanto, la escena frente a Zoro era enloquecedora: el cocinero de mierda tenía el culo más hermoso que había visto en su vida; estaba perfectamente tonificado y tomarlo entre sus manos le dió más placer que mil botellas de sake.

Le alzó las caderas para encontrar una posición cómoda, le apretó los glúteos y lo nalgueó, dejando la piel roja ante aquel contacto. Luego se agachó y le lamió la zona maltratada, deslizándose pasionalmente hasta la entrada del rubio.

Se detuvo allí por varios minutos, preparando al cocinero con una mezcla de lengua y dedos, e intentando disminuir la fuerza de sus actos, pues sabía que era una zona delicada.

Para no dejar de satisfacer el deseo agresivo que le demandaba su compañero, compensó la delicadeza recién adoptada con apretones de piel y músculos, dejando hematomas en los glúteos y piernas de su nakama.

Quería tomarlo en esa posición, pero no le pareció adecuado. Por mucho que estuviese ejecutando aquel juego de poder y furia, sus sentimientos por Sanji eran más que sexuales, así que, cuando terminó de prepararlo, le dió la vuelta nuevamente, dejando al excitado y sangrante cocinero boca arriba.

Le beso los labios con pasión y se posicionó para entrar; si bien le había prometido que se lo follaría duro, hizo este movimiento con suma delicadeza.

Sintió que el otro le clavaba las uñas en la espalda, así que se movió aún más despacio, besando y acariciando aquel pálido rostro mientras mantenían el contacto visual: le estaba haciendo el amor a Sanji y quería asegurarse de que él también lo disfrutara.

El cocinero agradeció el hecho de que, al menos durante los primeros minutos, Zoro había retomado su delicadeza anterior.

Aquello era más doloroso de lo que se esperaba y la verdad que es no habría soportado que se lo metiera agresivamente.

Era increíble la forma en que el espadachín lo comprendía: sabía qué líneas cruzar y cuáles respetar.

Comenzó a sentir que el moreno marcaba un ritmo un poco más rápido, pero igual de delicado, y esto comenzó a desplazar el dolor para abrir paso al placer.

Zoro continuó besándolo y cerciorándose con la mirada de que estaba bien.

Por su parte, el cocinero dejó de apretarle la espalda con las uñas y se relajó, pero ahora no sabía qué hacer con las manos, así que decidió utilizarlas para tomar el rostro del espadachín.

El moreno se separó un poco de él, le atrapó las manos, se las besó y con un movimiento dominante se las echó para arriba.

El rubio estaba a la completa merced de su compañero, rendido en aquel juego violento que había comenzado minutos antes, pero disfrutaba de la forma lenta y posesiva en que Zoro lo tomaba.

Comenzó a experimentar un placer indescriptible que lo hizo arquear la espalda y girar el rostro hacia arriba.

El otro hombre no pasó inadvertido el gesto y profundizó el agarre con el que lo tenía atrapado; el peliverde también estaba disfrutando de sobremanera estar en el interior de Sanji, lo que hizo que suaves y profundos gemidos comenzaran a escapar de sus labios.

—¿Cómo estás? —preguntó el espadachín para no perder el control de sus actos.

—Ahh... bien... mmm —respondió el cocinero entre gemidos.

Zoro depositó tiernos besos en su enrojecido rostro. Si bien la hemorragia ya se había detenido, el rubio traía la cara como un tomate.

—¿Quieres que vaya más rápido? —continuó indagando el moreno.

—No, no puedo... Ahh —jadeó Sanji hecho un lío.

Zoro se detuvo de inmediato, ¿lo estaba lastimando?

— ¿Te duele? —dijo con tono preocupado.

—Un poco, pero no te detengas —lo tranquilizó.

—No quiero que te duela, quiero que lo pases bien —dijo al tiempo que le secaba el sudor de la frente.

—Estoy bien, marimo idiota —respondió el rubio ligeramente avergonzado.

Zoro se separó para cambiar de posición, quizás era mejor que el otro hombre marcara el ritmo él mismo.

— Ven aquí —le ordenó luego de tomar asiento en el sofá.

Sanji obedeció, aunque le dolía el culo a horrores.

—Marca tú el ritmo —continuó indicando el moreno.

Cuando el rubio se subió a su regazo, Zoro le humedeció la entrada con saliva, y fue entonces cuando pudo notar que Sanji estaba sangrando.

Respiró profundo y se maldijo por no traer consigo un lubricante.

—Te estoy lastimando —dijo sin dudar, no quería continuar de esa forma —necesitas un lubricante.

Sanji suspiró: tenía el miembro erguido como la Torre Eiffel, pero sabía que, si continuaba, no iba a poder caminar por una semana.

Zoro lo tomó por la nuca y le besó la frente:

—Te prometo que después te voy a romper el culo, pero hoy no, no así.

El rubio se rio con el comentario de su nakama. Después de todo, él era quien lo había instado a comportarse como un salvaje, pero ahora estaba agradecido con aquella reflexión.

Si bien disfrutaba algo de maltrato, aún tenía mucho descubrir de sí mismo.

—Está bien —respondió al tiempo que sellaba la promesa con un beso en los labios.



Continuará...

Corazón atadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora