Cap. 2: Sigue mis pasos

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—Entonces

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—Entonces... —susurró mi hermana, tanteando el terreno mientas voy tachando las cosas de la lista que ya están hechas. Traté de aparentar que no sabía lo que pensaba preguntar—. ¿Lop si viene hoy?

Antes de si quiera pensarlo, su nombramiento me hizo sonreír.

—¿Jav viene?

—Desde luego que sí —contrarrestó irritada de que diera vueltas.

—Entonces lo más seguro es que ella también —combine y me alejé a tiempo para que mi oído no sufriera por el grito que daría.

Se me hacía divertido que todos los que vendrían esa tarde, pensaban a ciegas que mi hermana era la persona más dócil y dulce del mundo, cuando, en realidad, debe ser el ángel más inquieto y pícaro que ha pisado la tierra.

Con tan solo do... Bueno, en realidad, ya entonces trece. Si ella quisiera, podría trazar planes para conquistarlo todo y nadie se daría cuenta cuando lo lograría. Era un orgullo para su familia decir que, a pesar de su ceguera, poseía una inteligencia sinigual y siempre, siempre, encontraba la forma de conseguir lo que quería.

Y así, cuando no está haciéndome comentarios sarcásticos y molestándome por mi torpeza nata, o ensayando por horas, estaba asombrando al mundo con su ingenio.

No tenía dudas de que Mely Larbi, lograría todo lo que se propusiera en su vida.

Sonreí viéndola correr tan rápido como la dejaba su bastón escalera arriba, rumbo a despertar a la abuela, aunque, siendo sinceros, lo más seguro era que ella ya la estaría esperando. No solo por la fecha, la abuela siempre estaba lista para cualquier cosa antes de que cualquiera de nosotros despertáramos.

Me agradaba tener a toda la familia aquí, otra vez.

Suspiré viendo lo que quedaba de la lista, alzando la mirada cuando sentí el olfateo de un canino enorme cerca en mi brazo. Volteé divertido y abracé por encima a Polen, lanzándole besos para dirigirlo a su estancia antes de que vinieran los decoradores a arreglar el patio.

—Lo siento, amigo —Le sonreí al cerrar la cerca—. Prometo venir a verte luego y colarte algo de la parrilla.

El gran leonberger me ladró con entusiasmo, aceptando el trato inteligentemente. Reí divertido y, tras darle una última caricia, me regresé al patio, donde ya mi madre había empezado sin mí a dirigir todo.

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