Léa- Dios santo - fue lo primero que pensé al despertarme aquella mañana
Lo que había experimentado con Nathan la noche anterior había sido lo más intenso de mi vida, cada parte besaba o tocaba estallaba en llamas ante su simple contacto, estaba claro que me volvía loca y que me tenía completamente a su merced.
El vuelo se me hizo más corto de lo esperado porque me dediqué la mayor parte del trayecto a dormir en los brazos de Nathan, era difícil de explicar pero cada vez que estaba con él sentía una paz absoluta, como si fuese un hogar y eso me preocupaba, porque acababa de salir de una relación y lo último que quería era entrar en otra, pero con Nathan parecía que todo mi cuerpo y mi mente se relajaban, me sentía muy a gusto con él y una parte de mí no quería dejarlo escapar, porque sabía que valía la pena.
Siempre había querido que alguien me cuidase y me diese el cariño que en teoría te tiene que dar una pareja, eso con Joyce no lo terminaba de sentir, siempre estaba pendiente a sus cosas y no me sentía escuchada ni comprendida. Me gustaría encontrar a alguien que se enamorase de mi, alguien que solo con mirarme sonriese y que su prioridad fuese nuestro bienestar como pareja y solucionar todos los problemas que hubiesen, al pensar en esto se me escapó una lagrima porque me di cuenta de que con Joyce estaba más falta de cariño de lo que me admitía a mi misma y a los demás, Nathan por suerte no se dio cuenta porque estaba durmiendo.
Cuando llegamos al hotel Ilikai de Honolulu, la ciudad en la que nos quedaríamos los próximos días, me quedé con la boca abierta. La recepción estaba decorada con unas grandes macetas y unos sillones de color beige, el suelo estaba cubierto por baldosas grises que le daban un aspecto impecable a la estancia. Al final tuvimos que compartir habitación con Simon, cosa que no me hizo mucha gracia por cómo se puso en París y porque no podría disfrutar de la privacidad con Nathan, pero decidí no decir nada.
Al entrar en la habitación de nuevo me sorprendí, para empezar porque teníamos un balcón con unas vistas preciosas al mar. La estancia estaba decorada con unos sofás marrones, una mesa negra en el centro y un mueble marrón con la televisión y un florero. Entrando a la derecha, se encontraba una gran cama doble con un cabezal del color beige y dos mesitas de noche la lado y tocando a la terraza, se hallaba una pequeña cama individual.
Después de haber dormido un rato, nos encontrábamos en el restaurante del hotel esperando para que nos trajesen la comida, antes de eso, habíamos dado una vuelta para ver las instalaciones y habíamos visto que había un gimnasio en la planta baja y una gran piscina arriba del todo.
- ¡Estoy deseando visitar la ciudad! - comentó Sél entusiasmada
- Sí, y también nadar en la increíble piscina de arriba - dijo Cloé
Después de comer nos dirigimos hacia la habitación para deshacer las maletas. Habíamos quedado en que a las cinco de la tarde saldríamos a dar una vuelta por los alrededores del hotel y a pasear por la playa.
- Voy a hacer unas llamadas - dijo Simon en cuanto entramos en la habitación
Nathan y yo asentimos y en cuanto cerró la puerta se acercó a mi.
- Deberíamos mandarlo con Sél y Mark - dijo Nathan mirándome los labios fijamente
- No pasa nada, tampoco estorba tanto -
- Sí que pasa, porque no te podré hacer esto - dijo acariciándome el muslo lentamente - ni esto - prosiguió besándome en el cuello
- Jo- Joder - mascullé entrecortadamente
- Ni podrás gritar como el otro día - me dijo al oído en un susurro que hizo que me temblasen las piernas
- Vale, lo pillo, ¿Y qué sugieres? - comenté echándome hacia atrás
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Besos prohibidos en París
RomanceAmistad, amor y familia, tres palabras aparentemente inofensivas, pero se nos olvidan otras como traición, infidelidad y decepción. Estos seis términos pueden tener muchas cosas en común, más de las que pensamos y Léa Roux y Nathan Miller están a pu...