Parte 9- El futurista.

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La mañana llegó tras la tragedia que se suscitó en la cama de uno de los tantos hogares en Nueva York. Octavio, con el rostro manchado de vergüenza, no pudo ver más a la mujer, quería y, sobre todo, necesitaba despejar su mente, su alma que anhelaba ser escuchada. Por un instante pensó en la iglesia, confesarse ante una divinidad que lo veía en todo momento, pero se arrepintió nada más parar el coche frente a la primera institución religiosa. Luego el rostro de su alumno vino a él, pero lo descartó enseguida. Así como su secretaria. En cuanto pensó en sus amigos solo halló conexiones en el medio, no más allá de simples contactos a los que fielmente ayudaba, no eran más que favores que debían pagarle. Pero, tras salir del coche, por algo de cafeína, siendo aún las cinco de la mañana, su mente se iluminó... Había alguien, alguien que lo había conocido tanto como su hermano. Decidido su encuentro se subió a su automóvil viajando por encima del límite hasta abandonar la ciudad, dejando atrás sus pesares, pero embarcándose en un viaje donde, para su mala fortuna, solo su mente y él podían conversar. Para apaciguar los demonios una canción en la radio sonó. Melódica, suave, extremadamente dulce para cualquier oído, todo lo contrario a lo que en el hombre habitaba.
El motor rugiendo, el aire chocando en el metal del capó, la música ensordeciendo a su escuchar y, lo más importante, la carretera vacía un domingo por la mañana, todo acabó, la poca paz, dio fin para cuando los muros de concreto se hicieron presente. Parecían enormes en cuanto más se acercaba, tan infinito para cuando se paró sobre la entrada principal. Nunca había estado ahí, se sentía como un total desconocido, sin ruido de fondo que lo ayudase a distraerse. Abrió la ventanilla a orden del guardia. "¿Tiene cita?" La mujer en traje cuestionó. "No, pero es solo una visita rápida." Trato de sonar lo más tranquilo posible pese al nerviosismo de ver las paredes, de ver las puertas de un mundo que nunca había cruzado. "Identificación." Ordenó la ley, obteniendo prontamente lo requerido. "Adelante. Los protocolos serán explicados en el interior. Siga de frente, a la derecha y en la puerta azul lo esperará un guardia." Cumpliendo todo Octavio se adentró por fin, impactado por el sonar del metal para cuando las puertas le dieron la bienvenida. Era una fortaleza, se dijo a si mismo al avanzar en su coche, una fortaleza que contenía el peligro dentro de cada una de las paredes.
Los protocolos llegaron, sin mucho margen de error por ser una persona sin antecedentes, además de que el nombre siempre le ayudaba a pasar por alto cualquier irregularidad... Esperó, paciente, caminando tras un oficial por el estrecho pasillo, mirando que cada ventana, cada escaparate donde la luz se colaba estaba reforzado por barrotes. Era una jaula en todo el sentido de la palabra.
"Enseguida vendrá. Tome asiento, señor Ions." El guardia lo abandonó, dejándole una vez más en la soledad de su pensar, ahora dentro de una pequeña cafetería, sabía que no podría ser en único en visitar ese día a alguien, al menos intuía por las mesas colocadas en cada rincón de la habitación. Solo eso había, una mesa pegada a la pared y sillas a cada lado, no era ningún restaurante, ningún lugar bonito y el color beige de las paredes lo reafirmaban.
Todo marchó con naturalidad hasta que el sonido de la puerta rechinó por cada rincón, llamando al hombre que sentado se hallaba. "Octavio." Una voz ronca, que rompió antes de completar su nombre, le llamó. Tal vez dolido, arrepentido por el rostro con solo tristeza, pero, por alguna razón Octavio solo pudo mirar sus manos cautivas por esposas de acero inoxidable, así como sus tobillos negándole la libertad con la que ese hombre siempre había vivido. "¿Qué haces aquí? Eres la última persona que pensé que me vendría visitar." Su voz cada vez más se agrando conforme se iba acercando a él, tomando asiento prontamente para quedar de frente, pero, Octavio, diferente a su contraparte, no había movido ni un solo músculo. "Me alegro que lo hayas eso, no me mal entiendas, pero..." Curtis Lancet. El hombre frente a él no era otro más que uno de sus mejores amigos, amigo que lo había traicionado, pero que pese a ello su semblante serio no parecía cambiar, siendo las marcas bajo sus ojos, digno del cansancio de una vida encarcelado, lo único a relucir de él. Su cabellera abundante de hacía un año ya no existía, ni siquiera los lentes que tanto necesitaba, ahí dentro no era más que un solo preso como cualquier otro. "¿Algo pasó? Aunque antes que nada quisiera de—"
"Humberto murió." Tajante, sin sentimiento, sin remordimiento, Octavio soltó. Curtis en shock abrió los ojos, impactado sin saber que decir. "¿Qué?" Solo eso sus labios pudieron carburar. "Murió de cáncer, como madre... Pulmón." Pese a no ser el tema más sencillo Octavio pudo retener su rompimiento, aguantando el rugir de su garganta tras un carraspeo. "Oh... Yo." Curtis se llevó las manos a la cabeza peinando lo poco que de su cabellera quedaba, inmediatamente cubriendo su rostro con ambas manos, deslizándolas hasta que solo su boca quedó oculta. "Lo siento tanto, Octavio." Bajó sus manos, apretando bajo la mesa en un puño. "No quiero ni imaginar lo que estás pasando, real—"
"Solo vine a preguntarte una cosa, Curtis." Cortante detuvo el pésame sincero de quien consideró alguna vez su mejor amigo. Cruzando ambos brazos a la altura del pecho mientras un mechón de cabello cubría un poco su rostro, lo hizo a un lado y entonces le encaró. "¿Por qué lo hiciste?" Preguntó con acidez el científico libre. Curtis dudó de su respuesta abriendo la boca, pero no saliendo nada, jugó incluso con sus dedos mientras un suspiro atorado salía de su boca, claramente afectado por sus errores. "No tenía nada ya, no había nada que perder y—"
"Éramos amigos." Trató de refutar el hombre en libertad. "¿Amigos?" Cuestionó el encarcelado con confusión en su rostro. "Te aislaste de todo el mundo. Si no fuera porque te insistí de tomar ese encargo no te hubieras presentado, Octavio." Aclaró el hombre en pena. "Me prometieron que no habría daños, que nadie saldría lastimado y a cambio me resolverían la vida... Por un momento pensé que así podría verte una vez más y en cuanto tuviera el dinero largarme lo más lejos posible... Ya no tenía nada después de todo." La sala calló en silencio, no con incomodidad, ni siquiera con lo opuesto, solo un silencio merecido y sin un significado mayor... Hasta que "Me acosté con Alice."
"¿Qué?" Curtis dejó su rol de verdugo para con su mirada mostrar incredulidad e impacto, conteniendo por un par de segundos el aire en sus pulmones. "Estábamos borrachos. Discutíamos sobre si era correcto que se fuera de vacaciones con Mary y por un momento sentí el pánico de mi vida, sentí que en cuanto les dijese adiós ya nunca más las volvería a ver y... Supongo que traté de..." No pudo, no encontró la valentía suficiente para completar sus deseos más oscuros, sus pensamientos más agrios. "Lo peor es que..." Calló, sin saber que más decir. "¿Te gustó?" Preguntó el otro al tratar de completar la frase de aquel quien fue su amigo. "No, Dios. No, me siento sucio, me siento la peor basura posible ahora y mientras ocurría, me siento lo peor, lo más asquerosos, siento que... siento que traicioné Humberto y... Y... Dios." No pudo más, se rompió encorvando su espalda tras ocultar su rostro entre las manos que débilmente trataban de desdibujar al ser en el que se había convertido. "Solo puedo pensar en lo mucho que no quiero perderlas, no de nuevo." Mientras el suave llanto de Octavio ocurría Curtis no tenía una idea de cómo enfrentar el escenario que nunca por su mente se había cruzado, ni siquiera en sus borracheras más locas, eso estaba por delante del límite. Volteó a ver al guardia quien le asintió sabiendo lo que quería hacer y solo podía hacer. Se levantó, caminando hacia su amigo para enredarlo entre sus brazos en un abrazo que prontamente se fortaleció por las manos de Octavio que se aferraron al uniforme de preso del otro. "¿Así se sentía cuando estabas perdiendo a Martha?" Inocente, inclusive sin sentido, Octavio preguntó cuando los ánimos se relajaron logrando separarse, pero manteniendo al hombre esposado de cuclillas a su lado. "No hay segundo en el cual no piense que pude haber hecho más por ella... Y eso es algo que estará conmigo hasta la tumba, Octavio. " Sus miradas se volvieron a cruzar mientras el hombre en cuclillas enderezaba su figura, esto sin despegar sus ojos del otro. "Solo puedo decirte una cosa, Octavio." Atento al que llamaron le observó. "Habla con ellas, hazles saber que siempre estarás para ellas y, más que nada, protégelas, no importa que tengas que hacer, vete de este mundo sin arrepentimiento... Que ellas te vean irte, pero nunca al revés. " Su mente se esclareció por fin desde el encuentro maldito de la noche pasada, rebotando con las palabras que la televisión había marcado en él... Tenía una idea, un solo objetivo en mente gracias a las palabras de su amigo.

Marvel's The Spectacular Spider-man IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora