Parte 21- ¿Te arrepientes?

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La soledad del edificio donde todo culminó fue lo primero que Octavio Ions pudo ver tras su derrota. Los escombros en la entrada, las mesas alrededor hechas desastre por su batalla, los manteles, los carteles que simbolizaban una unión que nunca sería la suya. Todo cayó sobre su cuerpo magullado. Trató de levantarse, de luchar por el futuro deseado, pero su voluntad ya no daba para más, había sido superada, fulminada, pero sobre todo, había dejado de ser inherente a su ser. Así que decidió quedar ahí. Boca abajo, mirando al único lugar donde la luz era provenida a su cuerpo, una luz que aunque tenue se proclamaba como cegadora ante sus ojos. Pensó que sería el final, que hasta ahí llegaría su persona, pero esos pensamientos pesimistas acabaron en cuanto el boquete se iluminó de sobremanera y entonces sus oídos comenzaron a funcionar gracias a ensordecedor aleteo de unas aspas, anunciando la llegada de la autoridad y con ello sus ojos cerró, porque sabía que todo se había acabado, yéndose al sueño con la imagen de su familia como último pensamiento.

Pasaron los días, ni siquiera supo cuánto tiempo pasó, solo logrando sentir el pitido a su izquierda, un pitido constante que le recordaba que seguía vivo, que sus pecados debía pagar. No se atrevió a abrir los ojos ni siquiera cuando las autoridades llegaron a su lado exigiendo respuestas. Se mantuvo callado, inclusive en el traslado hacia su nuevo hogar. Se mantuvo cabizbajo, con los ojos aún cerrados, no por la vergüenza de una decisión, sino por la poca fuerza de voluntad para ejecutarla.
Logró escuchar murmullos mientras sus ropas cambiaba, aún con las heridas de la batalla; un brazo fracturado junto a un caminar desnivelado. Para cuando pudo percatarse ya se encontraba en su celada, totalmente expuesto como un animal a cuatro paredes, cada una dejando en evidencia el cristal de las ventanas por donde lo observaban sin contar a la más grande, a la que dividía la habitación con una puerta de metal enorme del otro lado. Parecía una sala de interrogación de máxima seguridad, pero ahí yacía su nueva cama, un lavabo y un inodoro. No era una sala, era su nueva habitación, el lugar donde pasaría el resto de su vida. No hubo corte, no hubo abogados, todo fue concebido de inmediato, fue catalogado como amenaza para la humanidad y por consecuencia no tenía derecho a nada, porque ya no era considerado un humano.

Los días volvieron a pasar, o tal vez horas, para Octavio ya era difícil decir cuando era que el sol se ocultaba, porque ni siquiera la luna le dejaban ver, lo único que vio fue el blanco de las paredes, el gris del lavabo y las bandejas donde le servían la comida. Los colores prontamente dejaron de existir a su alrededor y se limitaron a persistir en una mente en la que solo los recuerdos existían. Recuerdos que le atormentaron por las personas que había dejado atrás.
Pensó en su hermano y la traición que le hizo. En su cuñada y en como traicionó su palabra. En su sobrina, la pequeña que crecería sin un padre quien le felicitase al graduarse o que le diera un simple abrazó. Y al final pensó en Peter Parker, al ente que le tendió la mano y destruyó su sueño, pero también a aquel que había salvado a su sobrina, el vigilante que la ciudad admiraba.

Las horas pasaron, lo dedujo, por fin, por la frecuencia en que las comidas eran traídas hacia su persona. No había ni siquiera una interacción con quien le daba la bandeja, todo se realizaba por una caja que, al costado de su cama, aparecía en lo que parecía un cajón al sobresalir de la pared. Pero, después de tanto tiempo, ese día fue diferente, ese día la puerta al otro lado del cristal se abrió y una figura en rojo y azul se mostró con el pecho en alto, así como la última vez que lo vio, tan estoico y preparado para cumplir su deber, pese a que sus lentillas mostraran la neutralidad de su rostro, su andar y respirar demostraba la pesades de un ambiente como el de aquella celada.
Su andar lo trajo a la silla colocada frente a la división, siempre mostrando la cabeza en alto, nunca dejando de mirar a la figura del científico que una vez admiró. "Doctor Ions." La suave voz le llamó, mirándole como no se movía de la cama, pero tampoco su mirada del vigilante.
Bajo la mirada, el hombre en traje de prisionero, la subió después de unos segundos y luego avanzó, colocándose en la silla que se había plegado tras salir del piso. "Eres la primera persona que veo en días... creo." Su voz débil de no haberla utilizado en días hizo suspirar a quien bajo la pascara estaba, mientras el otro giraba suavemente su rostro como si estuviera viendo el objeto más especial de su vida. "Dios." Musitó tembloroso el doctor. "Me alegro tanto de que estés vivo." Dejó salir formando una pequeña y casi imperceptible sonrisa. "Todo aquí parece nanotecnología. Es increíble ¿No?" Sus manos levantó dejando ver en sus muñecas una especie de brazaletes que robaban su libertad. "Así como lo que tienes en tu pecho." Dijo llevando su propia mano a su pecho. "Solo se activan cuando son necesarias." Culminó bajando la cabeza, queriendo hablar de todo menos de lo que sabía que vendría. "Doctor." Peter le llamó. "Tranquilo." Le respondió el preso. "Si te preocupa tu secreto debes saber que está a salvo conmigo. No te quiero hacer daño, nunca lo quise hacer." Seguía sin mirarle, sin un atisbo de lo que Peter había enfrentado aquella noche en la cima del Empire State. Por un momento le hizo sonreír por la esperanza de recuperar al hombre bondadoso que conoció, pero no se quería engañar. "Adrian Tomes me dijo algo mientras luchábamos. " Por fin tomando la batuta de la conversación el vigilante enderezó su espalda. "Tú tienes tu mente hecha." Parafraseó a su enemigo haciendo al científico levantar la mirada. "Pero creo en las segundas oportunidades, simplemente no pudo dejar que todo acabe así, Otto." Continuó, seguro de sus palabras, seguro de lo que le diría. "Aun así, todo recae en ti. Si no lo deseas está bien, mi respuesta seguirá siendo la misma." Por segunda vez en la habitación sus miradas conectaron, pese a que uno poseía una máscara, podían ver el alma del otro. Lo que una vez buscaron y encontraron al estar juntos en la comodidad de ese laboratorio donde nadie más los entendía mejor que el otro. "Lo seguiré deteniendo las veces que sean necesarias." A diferencia de Ned, Octavio no flaqueó. Su mente estaba hecha y si bien no sabía cómo regresar a la pista para poner sus deseos a carburar, no tenía pensado dejarlo todo atrás. "Entonces será inevitable." Musitó el científico colocándose de pie, dando por terminada la conversación. "Por desgracia." Contestó un arácnido mientras iba levantándose de la silla. "Pese a todo me alegro de que estés bien, Otto." Con una sonrisa tras la máscara los primeros pasos fueron dados. Había sido una conversación corta, pero sustancial, puesto que ambos no iban a ceder en sus ideales, no iban a rendirse en la visión que tenían de un mundo que los necesitaban. "Cuídese, doctor. Vendré en otra ocasión." Así fue como la conversación con Peter acabó. Retando al otro, sin claros arrepentimientos de ninguna de las partes, pero si con el pesar que eso conllevaría.
Otto no estaba mal, eso mismo se repetía mientras suspiraba tranquilamente esperando a que la figura, la espalda que hacía noches había visto, se marchara de su vista, tan imponente y más grande de lo que una vez la suya se manifestó.

Marvel's The Spectacular Spider-man IIIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora