1.
En ese entonces, Emmanuelle tenía apenas veinticinco años, a bordo de un tren, la ruidosa y gigantesca máquina que la llevaría desde Seattle a su destino, atravesando una pesada neblina y una multitud de árboles milenarios tan rápido como una bala. La fría lluvia de Washington empapaba el piso de una ambientación grisácea, que la reconfortó muchísimo al momento que levantó la mirada.
Su viaje llevaba un corto trayecto de cuarenta y cinco minutos, lo notó justo al levantar su muñeca a la altura de sus ojos, no queriendo ponerse sus gafas para ver los pequeños números de su reloj porque estaban sucias, calculó que le faltaban otros quince minutos para bajarse del callado tren.
Pensó en su suerte, sentada por su cuenta en un vagón casi vacío. Para esas fechas no muchas personas iban a turistear al pueblo de Snovalley Haven, al menos no cuando tienen más cerca a otros pueblos más pintorescos, y si lo hacían, seguramente conducían. A su gran edad y con todos los años que llevaba viviendo sola en Norteamérica, Emmanuelle no se acostumbraba a conducir en carretera si no llevaba compañía, por eso optó por tomar el tren. Se encorvó, descansando su barbilla en sus frías manos, suspirando con tranquilidad, mientras sus ojos ardían por estar reacia a usar sus gafas para leer.
Tanteó la cajetilla que palpitaba en su bolsillo, tentándola a que encendiera un cigarrillo por el tiempo que llevaba sin una oportunidad para fumar. Sintió su corazón acelerándose bajo su esternón, y golpeó sus dedos contra el reposabrazos de su asiento, viendo el brillante letrero de PROHIBIDO FUMAR repetidas veces. Se dio un pequeño golpe ella misma en su sien, no era una adicta, decidió que podía esperar quince minutos más. Quizás era abstinencia a la nicotina, o sus emociones tomando lo mejor de ella, delatando la impaciencia que tenía de llegar a su nuevo hogar.
El valle ya no era completamente nuevo para ella, ya había viajado las 38 millas entre la ciudad y el escondido pueblo montañoso aproximadamente tres veces para llevarse sus pocas pertenencias, pero ahora este era su último viaje en tren antes de instalarse completamente, y presentarse en su nuevo trabajo. Se arrancó pedazos de la piel seca de sus labios, tratando de recordar las indicaciones que Lucas le había dado para poder llegar de la estación del tren a su vivienda y su trabajo por su cuenta. Se arrepintió de haber rechazado la oferta de que fueran a recogerla, todo por querer "explorar", creyendo que tendría tiempo. Un pedazo de piel que se arrancó del labio inferior se quedó en sus dientes, y una gota de sangre cayó en el libro que descansaba en su regazo.
Tras llegar a la estación, el letrero que le impidió fumar todo el viaje (su nuevo enemigo personal), se apagó, y pudo tomar su maletín para bajar a paso rápido, cepillándose el cabello enredado con los dedos, y encendió un cigarrillo apenas salió del tren, caminando por el andén como si tuviera idea de dónde dirigirse, sus zapatos de un rojo rubí crujiendo contra el suelo. La gente caminaba con recios impermeables de colores apagados y brillantes por igual, yendo a la estación para seguramente llegar a tiempo a sus trabajos en la ciudad. Se sintió avergonzada de preguntar indicaciones, porque todos parecían tan apurados y eso la abrumó, sin poder evitar una mueca de leve disgusto.
Se sintió como una niña vestida con ropa de adulto, apretando la manija de su maletín, su flequillo pegándose a su cara gracias a la leve llovizna, y le dio una larga calada a su cigarrillo tratando de acabárselo antes de que la lluvia lo apagara por ella.
Mareada por fumar rápido, casi corrió al reconocer un motel a las afueras, cerca de la estación, lo que significaba que no estaba muy lejos del pueblo, al menos para sus estándares. Caminó, reconociendo un poco más sus alrededores, pasando por el letrero anciano pintado a mano que anunciaba la entrada al pueblo:
"¡Bienvenidos a Snovalley Haven! Disfrute su estancia en el Pacífico Noroeste".
Emmanuelle ladeó la cabeza viéndolo. Tenía un dibujo de Pie Grande.
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Cherry ― 𝘖𝘴𝘤𝘢𝘳 𝘐𝘴𝘢𝘢𝘤
Fanfiction❝Necesito un padre, necesito una madre, necesito un ser viejo y más sabio para llorar. Hablo con Dios pero el cielo está vacío.❞ → Sylvia Plath. La cereza más dulce en medio del calor del verano. 「𝙀𝙣 𝙥𝙧𝙤𝙘𝙚𝙨𝙤.」 #1 en Dark Academia - 10/03...