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Definitivamente esto de no hacer preguntas era muy difícil para Emma.

En el transcurso de los últimos meses trabajando con Oscar, había descubierto que la lección más importante que estaba aprendiendo con él era a seguir órdenes ciegamente, y aunque quizás era estúpido en más de una ocasión, en algunas otras era extremadamente liberador. Casi la hacía suspirar de alivio el tener que sólo hacer algo sin tener que hacer una exhaustiva evaluación sobre el por qué lo estaba haciendo.

Si le preguntaba a Oscar el porqué de algo que él le pedía, por más rimbombantes y dulces que fueran las palabras que él usara para darle una explicación, siempre se podían limitar a un "Porque yo lo digo", y recientemente esa explicación venía siendo más que suficiente. Pero no en esta ocasión.

Con él todo era claro, todo era maravilloso, hasta que sentía la urgencia de desaparecer por días sin explicación alguna. Al menos ahora la llamó de vez en cuando, pero sólo para tratar cosas de las clases, decirle algunas palabras dulces torpemente al teléfono, luego colgó. La ponía insoportablemente nerviosa, aunque quisiera decirse a sí misma que no era así. Emmanuelle trataba seriamente de no hacerse ninguna película en la cabeza, pero era probablemente lo más complicado que se le podía pedir: el no sobre pensar.

Quizás, y sólo quizás, era parte de estar acostándote con un hombre mayor, una persona lograda y con cosas que hacer con su vida, era de esperarse que a veces iba a estar ocupado, no era que no quisiera verla, o, al menos, eso se decía a sí misma. Debía ser eso. Rezaba que fuera eso. Ella no sabía sobre cómo era verdaderamente el comportamiento de las cosas que ella identificaba como "sanas", porque siempre encontraba un modo de apegarse a los hombres más flojos, derrotados y poco ambiciosos que se encontrara y terminaban volviéndose emocionalmente distantes una vez ella ya les había resuelto la vida, o al menos, intentaba resolverles la vida.

Habría sido terriblemente devastador que Oscar se estuviera cansando tan rápido de ella cuando estaba haciendo todo lo posible por mantenerse agradable con él, portarse bien. Y le salía natural, cuando estaban juntos Emma sentía esta urgencia de ser dulce y suave como una gatita dócil ronroneando en su regazo, y Oscar parecía disfrutar su sumisión más que cualquier otro hombre con el que ella había estado antes, aunque no parecía ser de la misma forma en la que los otros hombres lo habían hecho.

Oscar parecía regocijarse en el hecho de que Emmanuelle estuviera tan sensible y expuesta para él, tener el poder de deshacerla enteramente y, aun así, no hacerlo. Mejor, él escogía cuidar de ella, y Emma tenía este sentido de deuda hacía él, era algo que ambos sabían sin que fuera un tema de discusión entre los dos, lo sentían. Era diferente a otros hombres porque con los demás este sentimiento de sumisión y disposición a ser humillada y maltratada era fingido.

Para Emma ser una mujer era actuar, constantemente analizarse a sí misma desde un ojo crítico que podía o no existir, y que la perseguía eternamente. Esta humillación a veces la perseguía más en el ámbito sexual, a veces en el romántico, de cualquier manera, ella se sentía reducida a una colección de miembros y otras partes corporales sin vida alguna. Lo que más excitaba a aquellos hombres no era solo su habilidad para aceptar dicha degradación, sino que, además, parecía que amaba ser tratada de esa forma.

La personalidad de Emma oscilaba entre dos extremos, su inocencia se destrozó definitivamente cuando, a muy corta edad, descubrió la forma en la que los hombres categorizaban a las mujeres en un sistema binario de aquellas dignas de ser folladas, a aquellas que no lo eran. Hubo un momento en donde se preguntó cuándo los hombres empezarían a pensar sobre ella en un ámbito sexual, y luego, notó que la idea de no ser apreciada en un contexto sexual se sentía irremediablemente peor que sí serlo.

Cherry  ― 𝘖𝘴𝘤𝘢𝘳 𝘐𝘴𝘢𝘢𝘤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora