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— ¿Y ya lo conociste? — Emmanuelle había jalado todo el cable del teléfono de la pared hasta la ventana más cercana, sentada en un banco mientras su hermana la interrogaba. El fresco aire de la mañana le enfriaba la cara, mientras escuchaba de fondo el sonido de los árboles frotándose entre sí. Le llegaba el olor de los abetos con rocío.

— No — respondió, con una sonrisa. Ese día sería el día oficial en el que Emmanuelle conocería al profesor cuya clase estaría asistiendo. Verdaderamente, la emocionaba la idea de estar frente a uno de sus autores favoritos y trabajar con él era como un sueño, de solo pensarlo empezaba a balancear sus pies en el aire como una colegiala —, pero el papeleo ya está listo y empiezo hoy — le echó un vistazo al libro en su regazo, acariciándolo en el lomo. La portada ponía "La sinfonía de las palabras ocultas: por Oscar Isaac Hernández Estrada", y de sólo releer el título Emmanuelle suspiró. Jamás se habría imaginado tener la oportunidad de trabajar con un autor tan importante para ella, sin embargo, el hecho de que Oscar aceptara su solicitud como asistente de maestro le había cambiado la vida por completo, y no podía esperar más para empezar a trabajar con él. Se preguntaba qué tan apropiado era llevarse su copia del libro para que se lo firmara.

— ¿Justo ahora qué haces? — preguntó su hermana, Eva, al otro lado del teléfono. Emmanuelle le dio una calada al cigarrillo en su mano, desechando la ceniza por la ventana.

— Desayunando.

Eva chasqueó la lengua y Emmanuelle sonrió, podía imaginarse la expresión perspicaz de su hermana al otro lado de la línea, y sintió por un momento las lágrimas picando en sus ojos.

— No llores — pidió su hermana mayor. Sabiendo perfectamente lo sensible que era Emmanuelle cuando estaba lejos de ella fue capaz de adivinar que estaba a punto de llorar, por la emoción de empezar una etapa emocionante para ella, y que su hermana no estuviera físicamente para verlo. Emmanuelle, por su lado, vio al techo y frunció el ceño.

— No iba a llorar, metiche — se defendió, ahora dando un sorbo del café que descansaba en el marco de su ventana —. Ya me tengo que ir, tengo que alistarme para el trabajo.

— Está bien, llámame de nuevo cuando puedas — Emmanuelle asintió, olvidando que Eva no podía verla —. Te amo, princesa. Tendrás un buen día — y con esas palabras, la llamada terminó, dejando a Emmanuelle con una opresión en el pecho, deseando abrazar a Eva.

Su momento de reflexión le duró poco, la interrumpieron unos golpes en su puerta. Se levantó, quitándose la toalla que tenía en el cabello y se puso un ligero suéter antes de abrir, sabiendo quién la esperaba del otro lado — ¿Ya desayunaste? — le preguntó la figura de Lucas, recargado en el marco de la puerta.

— Sí — dijo ella, escondiendo el cigarro detrás de sus piernas, pero el humo la delató.

— No sé cómo sea con ustedes los europeos, pero no pueden tener un cigarrillo y una barra de chocolate como desayuno todos los días — la reprendió, rascándose el frondoso bigote encima de su labio superior.

— También me tomé un café — le respondió con humor, calzándose sus zapatos mientras hablaba con él, quien no se veía muy convencido por su argumento.

— Elena hizo el desayuno, quiere que bajes a comer con nosotros, así que toma tus cosas y vamos — ordenó, haciéndole un gesto hacia la puerta —. Después de desayunar nos vamos a la escuela.

Emmanuelle verdaderamente no tuvo otra opción más que aceptar, apagando el cigarrillo antes de recoger rápidamente su maletín con sus libros, guardando su copia del libro de Oscar. Si la conversación surgía, le iba a pedir su autógrafo, ya estaba determinada. Igual iba a estar trabajando con él por dos semestres, así que qué más daba.

Cherry  ― 𝘖𝘴𝘤𝘢𝘳 𝘐𝘴𝘢𝘢𝘤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora