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La semana había pasado lenta y tortuosa. Emma se encontró trabajando sola, atrapada en un torbellino de emociones. Oscar había desaparecido sin dejarle un mensaje, en administración no le decían nada sobre él, y ella se vio obligada a tomar las riendas de algunas de sus clases y cumplir con todas sus horas de oficina gracias a su repentina ausencia.

Cada día que pasaba sin ninguna palabra de Oscar la dejaba sintiéndose cada vez más inquieta. Ella había hecho todo lo posible para empujar los pensamientos de él al fondo de su mente, sumergiéndose en el trabajo y conversaciones con Adora. Pero en el fondo, una parte de ella no podía sacudirse la preocupación y el anhelo que sentía por él.

Ese viernes por la mañana, Emma se sentó sola en su apartamento, mirando su teléfono, deseando que sonara o la contestadora pillara con un mensaje de Oscar. Pero permaneció decepcionantemente silencioso. Ella suspiró, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. La incertidumbre la carcomía, llenando su mente con interminables preguntas.

¿Estaba bien? ¿Había pasado algo? ¿Por qué no se había acercado a ella? ¿Se había enojado con ella? ¿Qué había hecho para ganarse que la ignorara de esa manera? La falta de respuestas pesaba mucho en su corazón, dejándola sintiéndose a la deriva en un mar de emociones sin respuesta.

Lo había llamado un par de veces en la semana, sin ninguna respuesta más que del mensaje pregrabado de su buzón de voz.

El desagradable recuerdo de su encuentro casual potenciado por la decepción de la semana pasada igual la acechaba. Cuando había terminado y echó al muchacho de su casa, ella se había puesto a llorar. Antes de eso, Emmanuelle llevaba tres años de celibato, que rompió con la primera persona que se encontró, cayendo en ese comportamiento repetitivo y nocivo por el cual había empezado a ser célibe en primer lugar.

Emma ni siquiera se consideraba una persona de gran apetito sexual, lo más atractivo para ella era imaginarse cómo sería tener sexo, no verdaderamente tenerlo. Le atraía el concepto, la sensación de intimidad, cariño y seguridad que se suponía tendría que venir con él, pero eso nunca lo había reconocido en sus anteriores parejas, al contrario, siempre terminaba decepcionada y sintiéndose usada, sin valor y nada de respeto propio. Con asco hacia los hombres a los que les había dado la oportunidad de hacerla sentir mal, y asco hacia ella misma por haberles dado la oportunidad. Estaba convencida de que por eso los demás la veían y trataban como una tonta. También la perseguía una sensación de culpa, como si hubiera traicionado a Oscar por haber estado con aquél tipo en lugar de haberlo esperado más tiempo en la cafetería.

Y ahora Oscar no estaba por ningún lado.

Tragó saliva pesadamente, caminando al espejo del baño para verse con los ojos azules empañados por las lágrimas agrupadas. Se arregló el cuello de la camisa blanca que llevaba debajo de su suéter negro, intentando distraerse, pero no funcionó. Así que tuvo que recurrir a una vieja táctica que la hacía sentirse patética — Mi vida es hermosa — se mintió, con voz entrecortada y haciendo pucheros, instintivamente llevándose la mano a la cicatriz de su antebrazo izquierdo sobre su ropa. Cada que ella se sentía así, era como si aún ardiera, palpitando para siempre en su piel, recordándole sus fracasos —. Vale la pena amarme — cerró los ojos mientras repetía sus antiguas afirmaciones, y varias lágrimas calientes finalmente mojaron sus mejillas cuando hicieron su recorrido hacia abajo. Respiró con dificultad, pero pudo calmarse. Hablarse a sí misma siempre la estabilizaba cuando lloraba, cuando se sentía abrumada de estar consciente de su existencia en este mundo. Abrió los ojos y vio su reflejo, como si fuera otra persona —. Gracias por mantenerme viva otro día.

Le asintió a su imagen en el espejo, y se sorbió la nariz, limpiándose las lágrimas con la mano. Últimamente estaba teniendo muchas sesiones para llorar. A veces sentía que no podía seguir para siempre, los días transcurrían pero nada pasaba, y su corazón se seguía sintiendo tremendamente solo.

Cherry  ― 𝘖𝘴𝘤𝘢𝘳 𝘐𝘴𝘢𝘢𝘤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora