Voluntad de partir

56 4 0
                                    

Suciedad, oscuridad y olor a moho. No había mucho qué decir: la miseria era evidente. Sin embargo, para ese niño de nueve años, ese lugar era su refugio. Ahí vivía su madre adoptiva, Raquel, la que se dedicaba a ser partera. Una partera especial: una clandestina, que atendía a nobles que mandaban a sus concubinas y criadas desafortunadas a tirar por ahí sus bastardos. Ese niño era otro más.

El niño sentía el dolor de sus manos. Recordaba que había tenido que romperle el pescuezo a una gallina. Un pequeño rayo de luz se coló por una ventana bloqueada con unos tablones clavados en esta. Ese pequeño haz iluminó al niño y a alguien más. No era la gallina, era una mujer rubia, hermosa, despojada de su humanidad. Las marcas de dedos en su cuello eran evidentes.

Ernest despertó dentro de forma repentina, pero sin exaltarse. El sueño que lo había despertado ahora era el mismo que solía tener la mayoría de las noches. No sabía mucho del contexto ni entendía lo que estaba pasando. Le traía pésimas sensaciones, pero no podía recordar si eso le había pasado a él.

El chico despertó en aquel carro que llevaba transportándolo desde la medianoche. Parecía que estaba por amanecer. Sacó la cabeza por la lona que cubría dicha carroza. Se dio cuenta que había dejado hace un buen rato Ernmas, en el extremo sur del Reino de Faerghus. Según un comerciante que lo acompañaba en su viaje, recién habían pasado por Anann. Ya eran las últimas horas de viaje antes de llegar a Garreg Mach.

Ernest iniciaría sus clases en la Escuela de Oficiales. Ya iniciaba el mes de La Luna de la Lluvia verde, por lo que el clima era agradable. Según sabía Ernest, varias cosas habían sucedido durante el tiempo que tramitaba su traslado desde la escuela Real de Hechicería de Fhirdiad.

Una profesora quien se había incorporado hace unos meses había estado envuelta en una serie de situaciones críticas en Garreg Mach. Al parecer, había resultado ser la única persona en muchísimo tiempo en blandir la Espada del Creador, aquella arma utilizada por el mismísimo Némesis el Libertador. Decidió que quería conocerla a como diera lugar y estudiar con ella.

Ernest era un chico de mediana estatura, cabello rubio oscuro, ojos café claro y una mirada algo vacía. Si bien se había especializado en magia negra y uso de la Razón, su contextura corporal hacía notar que debía ser un guerrero relativamente fuerte.

La carroza por fin llegó a la entrada a Garreg Mach. Aquel era el nombre del Monasterio que representaba a la Iglesia Seiros, o bien, la Iglesia Central. Precisamente, el Monasterio se ubicaba en el centro del continente, en un plano dentro de la Cordillera de Oghma, cadena montañosa alta y extensa que atravesaba de norte a sur el continente de Fódlan.

Aquel templo era tan antiguo como la religión que adora a la Diosa Sothis. El templo se componía de una serie de zonas divididos en grandes edificios. Los tres edificios principales contenían la entrada principal, comedores y otros sectores de organización militar y cívica, el segundo edificio albergaba a los estudiantes, profesores y a la arzobispa, llamada Rhea, quien era la líder de la Religión en esos momentos. El tercer edificio no era otra cosa que la Catedral, la cual resultaba ser la más grande del continente.

El monasterio, además, funcionaba como Academia de Oficiales del Continente. Esto no era otra cosa que una academia militar en la cual asistían nobles u otras personas de las tres naciones para recibir entrenamiento en todos los aspectos claves para poder mediar los conflictos frecuentes en el continente y adquirir suficiente influencia en aspectos políticos, religiosos e incluso económicos. Ya es bien sabido que a Ernest no le importaba nada de eso. Solo quería satisfacer su curiosidad.

El carro cruzó el puente para acceder al Monasterio y se detuvo en la compuerta para ingresar al lugar. El comerciante se bajó primero. Ernst lo siguió.

Luz y Oscuridad: Una historia de Fire Emblem Three HousesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora