El caballero de la oscuridad y su maestro

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Ernest tomó en consideración las palabras de Lysithea. Él consideró que ya era tarde. Tenía que encontrarse con Byleth. Tenía que contarlo lo que había soñado. Ya sabía que la niña era Lysithea. Sin embargo, todavía no sabía quién podría ser esa mujer decapitada. Temía encontrarse con una respuesta horrible, sobrecogedora. Ernest se levantó de su silla para despedirse de Lysithea.

—Es mejor que me vaya a descansar, Lysithea —la expresión de pesar conmovía a la chica—. Te agradezco sobremanera tu consideración y apoyo. No contaré nada de esto, no te preocupes.

—Está bien... Ernest —la mirada de ella combinaba pesadumbre e incluso una ternura por su compañero de clases—. Ve a descansar; yo ordeno los libros que estabas usando.

—Gracias... Hasta luego.

Ernest se retiró de la biblioteca. Lysithea lo vio partir, mientras sentía su corazón latir de forma extraña. No parecía acostumbrar a este tipo de reacciones. «No entiendo; definitivamente no entiendo... Tengo que ser cuidadosa con estas sensaciones.» pensó ella, para luego suspirar y tomar los libros que había utilizado Ernest.

Ya era casi el atardecer, y Ernest no encontraba a Byleth por ningún lado. Quizás estaba ocupada aun con todo lo que había pasado sobre la desaparición de Flayn. Finalmente ella llegó a su habitación, algo agitada.

—¡Ernest, acompáñame!

—Qué ocurre... Encontraron a Flayn, ¿no es así?

—Eso creemos. Sígueme —el tono de Byleth era de una inquietud que no solía ver Ernest en ella.

La pareja fue corriendo por el Monasterio. Llegaron hasta una pequeña habitación en un sector relativamente cercano a los establos. Desde allí, pudieron ver cómo unos compañeros de clase atendían con urgencia a Miguela, docente y enfermera de la Academia de Oficiales.

—Marianne, encárgale a algún guardia para que se lleve a Miguela —ordenó Byleth, con una voz marcada.

—Co-correcto, Profesora —Marianne corrió con una postura cabizbaja hacia el exterior de la habitación.

—Byleth, debemos ir hacia esa gruta que señalaba Miguela —Claude se aventuró a dicha sugerencia con apremio.

—Nos dividiremos, entonces —dijo la profesora, mientras se dirigía a Ignatz—. Ignatz, ve y dile a Marianne que venga con nosotros después de llamar algún guardia. Después, bajen juntos y reúnanse con nosotros. Bajaremos en el acto.

Ernest estaba paralizado. Su actitud taciturna reflejaba todavía la conmoción en la que estaba por su pesadilla de hace un rato.

—Espabila, Ernest —dijo Claude, con actitud de apremio—. No tengo idea de lo que te sucede, pero no es el momento de andar en introspección. Ahora debemos cumplir con nuestro deber.

—De... Acuerdo, Claude. Así lo haré —Ernest agradecía las palabras de Claude.

De inmediato, la clase de los Ciervos Dorados bajó por aquella gruta. Llegaron a una cámara subterránea bastante amplia. Los pasillos llevaban a distintas salas bloqueadas entre sí por barrotes firmes. Había algunos círculos de teletransportación, qué probablemente conectaban distintas salas o pasillos distantes entre sí.

—Este lugar de seguro es una gran trampa —dijo Byleth mirando a su alrededor—. Sean cuidadosos con el terreno. Distribuyámonos por el lugar, pero sin distanciarnos demasiado. Debemos cuidarnos entre nosotros para derrotar a los enemigos que tenemos al frente.

Byleth debía ser diligente. Esta situación era definitivamente sospechosa, y más con todo el contexto que rondaba aquel día. Usó su destreza para guiar a sus estudiantes y derrotar a los que parecían ser miembros de la Iglesia de Occidente. Lorenz y Lysithea se lucieron con la magia negra, mientras Lorenz y Claude atacaban desde la retaguardia con sus arcos. Leonie y Raphael acompañaban a Byleth en la vanguardia. Ernest

—Me voy a escabullir más adelante a inspeccionar lo que nos queda por avanzar —sugirió Ernest a Byleth.

—No. No puedes —respondió ella con voz seca—. Estás a mi cargo y me harás caso.

—Está bien.

Ernest se sentía un poco frustrado por las aprehensiones de su profesora. Pero quizás era verdad lo que decía. Supuso que lo mejor era seguirla en la vanguardia. Así fueron adentrándose en esa cámara subterránea y sus pasillos intrincados. Al centro de ese lugar, había una sala protegida por un grupo bastante grandes de monjes y soldados. Fue una batalla algo lenta y que requirió que Marianne, quien se había incorporado a tiempo, usara sus habilidades curativas.

Cuando pudieron derrotar a todos los oponentes, Byleth ordenó a Raphael y Ernest a que la ayudaran a abrir esa recámara. Encontraron allá a el dichoso caballero Oscuro, de quien se hablaba en medio de rumores en la academia y que ya se les había aparecido en el Mausoleo cuando Byleth obtuvo su Espada de la Creación.

—Supuse que nos encontraríamos de nuevo aquí, Byleth —dijo el caballero Oscuro a la profesora.

—Supongo... La vez pasada no peleamos, pero quizás esta vez sea distinto.

—Supones bien —respondió él con su voz de ultratumba—. Será un honor luchar a muerte contigo.

El terrible enemigo se aproximó a Byleth rápidamente. Los estudiantes intentaron acercarse a él, pero este los espantó con precisos hechizos de rayos que los hirieron. La lucha contra Byleth resultó brutal. Ella usaba su espada, mientras que él usaba una hoz temible. Byleth se vio obligada a retroceder un poco. Siguiendo la dirección del próximo ataque, alguien pudo repeler al enemigo oscuro: Era Ernest.

—Ni idea quién eres, pero no dejaré que hieras a Byleth —dijo Ernest, mientras tomaba con fuerza su espada—. Tendrás que vértelas conmigo también.

—Supongo que lucharemos en equipo, Ernest —Byleth se detuvo al lado de su estudiante—. No se te atreva confiarte ni por un instante. Este tipo es sobradamente fuerte.

El caballero se quedó quieto y mudo por unos instantes. Luego, empezó a reír de forma perversa y desenfrenada.

—¿Qué es lo que te causa tanta risa, eh? —preguntó Byleth, empuñando con fuerza su espada y tomando una postura de ataque.

—Ja, ja ¡Qué alegría tener a este individuo aquí! —la risa de ese caballero oscuro combinada con su voz temible hizo temer a todos los estudiantes de los Ciervos dorados.

—Te... ¿Te refieres a mí? —preguntó Ernest, estupefacto.

—Pues claro... "La sombra".

—¿La sombra? —preguntó Byleth, sorprendida—. A qué te refieres... Y de dónde podrías conocer a Ernest.

—Pues lo conozco, y le estoy muy agradecido, Byleth... —respondió el temible enemigo, con una voz aún más atemorizante—. Este querido estudiante tuyo fue quién me enseñó a matar... No; fue él quién me enseñó a masacrar.


Luz y Oscuridad: Una historia de Fire Emblem Three HousesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora