El que busca, encuentra

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Habían pasado algunos días y Ernest ya estaba recuperado. Byleth lo había ido a visitar los primeros tres días, pero ya a los últimos dos días de su recuperación, el muchacho no la volvió a ver. Supuso que había pasado algo. A la hora de ser dado de alta, Miguela fue a visitarlo para darle la buena noticia.

—Jovencito, ya estás totalmente recuperado —dijo Miguela, mientras soltaba una risilla—. Eres bastante vigoroso. Estas heridas corrosivas suelen dejar a las personas tiradas durante semanas.

—Supongo... Digamos que me cubrí bien —Ernest trató de dar cualquier excusa.

—Qué confiable eres —la mirada de coquetería de la enfermera era evidente—. Quizás seas digno de proteger a una doncella como yo...

—Sí, supongo —respondió Ernest, tomando sus cosas—. Pero espero que no sea necesario. Es decir, todavía me queda mucho por aprender para ser algún tipo de caballero andante, ¿no cree? Quizás conozca a su príncipe azul en otro lugar.

—Me quedaré solo con la última parte de tu respuesta, chico —dijo Miguela, con una sonrisa mordaz—. Ahora puedes retirarte.

Ernest se fue trotando para llegar lo antes posible al aula de los Ciervos Dorados. Allí encontró a Lysithea, quien estaba leyendo.

—Ahí estás, joven suicida —dijo ella, mirando con cierta indiferencia a su compañero de clases.

—Hola, Lysithea —respondió Ernest, con ánimo serio—. ¿Ha pasado algo? Deberíamos estar en clases ahora.

—Ah... Eso —dijo la chica, cerrando su libro—. Sucede que hace un par de días dieron el aviso de que la hija de Seteth, Flayn, había desaparecido. Así que todos están buscándola y preguntándole a gente.

—¿Qué? ¿Ella? —preguntó Ernest, preocupado—. ¿Y por qué no estás buscándola también? Párate y ven conmigo, ahora mismo.

—Pero si ya busqué ayer y nada... —Lysithea suspiró para ponerse de pie—. Estuve en eso todo el día. Pero te acompañaré.

Lysithea y Ernest siguieron en la búsqueda de Flayn. A ratos se encontraban con sus compañeros que estaban en lo mismo, aunque a ratos también se dedicaban a flojear o leer algo. Raphael incluso intentaba levantar muebles y piedras para ver si esa pequeñina se había metido por ahí. Claude estaba subido en los techos intentando ubicarla. De repente, Ernest vio cómo Shamir se les acercaba.

—Ah... Así que sobreviviste —dijo Shamir, sin siquiera saludar a Ernest.

—Así es... Hola, Shamir.

—Parece que necesitan ayuda. Vamos juntos a buscar a Flayn.

Sin siquiera poder discutirlo, Shamir se unió a la pareja. Ahí cerca del cementerio, los tres encontraron al bibliotecario, Tomas. Shamir se le acercó para preguntarle algo. Lysithea se le unió. Ernest no pudo avanzar. Estaba paralizado. Sintió un peso horrible en su cuerpo, y una descarga de hiel en su sangre. Estaba aterrado. Sentía algo en ese viejo que no podía describir. Algo que jamás había experimentado. O quizás sí, en algún recuerdo todavía perdido por tantos traumas.

—Muchacho, haz algo, por favor —dijo Shamir, con actitud seria.

—De acuerdo.

Tomas no sabía mucho. Teorizó sobre algunas cosas, pero nada concreto. Sólo mostraba preocupación por la chica. Los tres agradecieron y se retiraron. Cuando estaban a suficiente distancia del viejo, Shamir le habló a Ernest.

—Te dio miedo el viejo, Ernest.

—No sé... No puedo describirlo.

—Yo tampoco... —respondió la mercenaria, dubitativa—. Dicen que ese hombre se fue hace unos años del Monasterio y volvió hace poco. Pero algunos sienten que desde que llegó que ya no es el mismo.

Luz y Oscuridad: Una historia de Fire Emblem Three HousesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora