06: asesinar flores

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Taehyung decidió que odiaba las caminatas.

Jodidamente las odiaba, por el jodido dios. Se recostó contra un árbol unos segundos, intentando recuperar el aliento en la cuesta arriba del monte Pyeonghwa. No le veía la gracia. Esforzarse, sudar bajo el sol de mediodía como si se cocinara en el caldo de unos fideos, sentir que no podía respirar.

Era un asco.

—¡Vamos, Taehyung-ssi! —presionó alguno de sus compañeros, el resto mirándolo desde unos metros más arriba con esa asquerosa expresión de superioridad—. Ya casi llegamos.

Un bichito intentó acercarse a él, y Taehyung brincó, alejándose. Jodidamente odiaba los bichos también. Arriba algunos rieron, pero siguieron su trayecto, dejándolo un poco atrás. Taehyung respiró por la boca, enfadado, con algunas hebras pegadas a sus mejillas, y los siguió. Si fuera porque sería peor abandonar la actividad en ese momento, él se iría. Dios. Se iría corriendo o rodando cuesta abajo.

Sus pulmones se sentían defectuosos cuando alcanzó la cima, por fin. Él debía sentarse o se desmayaría. El cielo pareció piadoso filtrando nubes para que el sol no lo atacara en la corta meseta, y fue suficiente para dejar a Taehyung recuperar la fuerza.

Sus compañeros ya habían sacado sus loncheras para tomar el almuerzo como un picnic. Por supuesto que no se fijaron en él y en su ausencia de lonchera —nadie le había avisado—, y por supuesto que no les importaría incluso si se enteraran. Se dejó caer en el césped cálido y cerró los ojos, su estómago rugiendo al sentir el aroma a comida. Comería después, se dijo. No debía perder la calma. No se iba a morir si no comía en dos horas más, hasta que bajaran de ahí. Se puso el brazo sobre los ojos y suspiró.

Estuvo en la misma posición hasta que escuchó otras voces; voces diferentes a la de sus compañeros. Entonces se incorporó, sin querer parecer dormido, con unas ramitas en el pelo. Vio a un grupo de personas con chalecos azules que pasaban recogiendo alguna que otra basurita. Seguro algún colectivo ambiental. Taehyung desvió la mirada, secó su sudor y se levantó, sacando de su bolsa deportiva un botellón con agua. Tomó hasta saciarse, confirmó que sus compañeros siguieran comiendo y decidió acercarse al barranco. En la mañana había escuchado que la vista era muy buena, y quería comprobarlo. Avanzó lento, una brisa fresca abrazando su acaloro. Miró hacia atrás, al fondo de la meseta que después del prado se poblaba de árboles densos, y se preguntó qué habría más allá. 

Continuó avanzando y miró hacia adelante. Fue después de otros cuantos pasos que divisó el barranco; a cada lado del barandal turístico, dos grandes piedras.

El viento se hizo más fuerte. Taehyung solo siguió avanzando hasta alcanzar el borde. No tenía muchos recuerdos del suceso de su infancia en ese barranco. No es que sintiera una sensación familiar pisando ahí. Miró hacia abajo, dejando sus manos caer en la baranda de madera. El vacío arbóreo recibió su vista después de metros de caliente piedra sosteniendo la montaña. Inhaló hondo, intentando encontrar conmoción. No había nada. Su madre estaría decepcionada cuando le contara.

Se quedó atascado en la imagen, solo mirando.

Había una leyenda en ese barranco, ¿no era cierto? Apretó el barandal. Traiciones y el suicidio de dos amantes. Se volvió hacia sus lados, buscando el aviso que explicaba la historia del lugar. Recordaba vagamente haber visto uno de esos.

Lo vio al extremo izquierdo, casi pegado a una de las piedras, algo borroso por los años a la intemperie, y se acercó a leerlo. El monte, las guerras... Solo había un pequeño párrafo sobre los amantes al final. Se habían suicidado juntos huyendo del peligro. ¿Pero cuál peligro?

Los hijos de la camelia «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora