03: la mosca en la leche

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Eran las seis de la tarde cuando Kim Taehyung arribó en esa cuadra de Namsan, con el cabello desordenado por el viento que golpeó su rostro mientras iba contra la ventana en su asiento del bus.

El sol besaba las montañas de la ciudad en el horizonte para atardecer cuando se paró en frente de la entrada de la tienda esotérica de su mejor amigo. Él habría entrado confiado si no estuviera cerrada, incluso con la cortina de hierro abajo.

Frunció el ceño. ¿Por qué no estaba abierta la tienda? ¿Dónde estaba Jimin?

Juntó sus nudillos contra el vidrio de la puerta y tocó. —¿Jimin-ah? —preguntó, fuerte, para que le escuchara por si estaba adentro. Juntó el oído al percibir un agite de algún colgante por dentro, sus piezas golpeándose entre sí, pero más nada.

Un poco extrañado, sacó su móvil y le llamó. Después de cinco tonos la llamada fue enviada a buzón.

Suspiró, desconcertado. ¿Habría sucedido algo? Jimin nunca cerraba antes de las seis. Además, ¿qué le podría pasar a Jimin? A él no solía pasarle nada malo. Volvió a llamar, pero no obtuvo respuesta.

Se mordió el interior de la mejilla. Namjoon. A lo mejor estaba con Namjoon. Buscó su número con algo de torpeza y le marcó.

Estaba a punto de maldecir cuando por fin recibió respuesta:

—Taehyung-ah.

—Hyung. —Suspiró aliviado—. ¿Estás con Jimin? No hay nadie en la tienda.

—¿Estás abajo?

Taehyung enarcó una ceja, subiendo la mirada hacia el pequeño apartamento que iba conectado al local. —¿Tú estás arriba?

—Sí. Iré a abrirte.

—Pero Jimin...

—Te abriré primero.

Taehyung estaba cruzado de brazos cuando Kim Namjoon, alto y fornido debido a su oficio —era un loco por los deportes extremos y el ejercicio en general—, lo recibió en la puerta.

—¿Qué le pasó? ¿No vas a decirme?

Namjoon alzó sus hombros, su cabellera marrón atrapada por la brisa de otoño. —Yo tampoco sé qué le pasó. Él solo me llamó diciendo que se sentía muy agotado. Está en cama y no para de sudar.

Taehyung se encaminó adentro con rapidez al oír tal respuesta. Namjoon cerró la puerta y fue tras él. Sí, desde que Taehyung había conocido a Jimin sabía que era extraño que alguna cosa mala le sucediera. Podía contar con sus dedos las gripes que había pescado o los raspones que se había provocado. Quizá era justamente ese el problema, la mosca en la leche de su destino: él estaba bien casi siempre; pero si estaba mal, podía llegar a ser de vida o muerte.

Su abuela se lo había dicho muchas veces en el pasado.

Por eso fue que subió las escaleras hasta el apartamento y corrió adentro buscándolo.

—Jimin, ¿dónde estás? —preguntó al vacío. Detrás suyo se asomaba Namjoon—. ¿Dónde está?

—En el cuarto.

Suspiró despavorido cuando encontró a Jimin tal como describía Namjoon: grandes ojeras bajo sus ojos cerrados, sudor empapando sus sienes. Se arrodilló junto a él y sostuvo su rostro.

—¿Jiminie? ¿Jimin-ah? —Lo palpó, pero no tenía fiebre. Sudaba en frío—. ¿Park Jimin?

El chico en cuestión se movió un poco en sus manos, frunciendo el ceño y arrugando la nariz.

Los hijos de la camelia «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora