10: el enfermo incurable de Joseon

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glosario al final del capítulo

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Debían ser las dos de la mañana cuando se paró en el portal de esa casa. La madera bien cuidada de las puertas y los retoños esponjosos delataban la clase alta que se erguía por dentro. Kangdae no recordaba la última vez que había entrado a una casa de nobles, y nunca había tenido la intención, aunque su padre lo llevara de niño como asistente para algún tratamiento en el pasado.

El sirviente de esa casa había estado en silencio todo el viaje, aunque notablemente nervioso por el ademán que mantenía, arrancándose la piel alrededor de las uñas. Kangdae había intentado preguntar por más detalles, por supuesto, porque las instrucciones de la Haengsu no habían sido muy informativas, pero no había obtenido nada del sirviente que lo escoltaba. Sólo sabía lo básico: que trataría la enfermedad de un noble, y que debía ser discreto. Eso significaba, teniendo en cuenta la hora y la mirada cómplice que le había dado la mujer al sirviente: que nadie sabía que pisaría esa casa, y nadie debía enterarse.

Miró al sirviente mientras este le dirigía a los arbustos junto al portón, descubriendo la entrada del personal que servía en la casa, y apretó los brazos que había mantenido cruzados por todo el camino, sus bultos con medicina en la espalda. ¿Quién era ese noble que parecía y quería proteger por otros medios? Esa familia de seguro podría contratar a los mejores médicos en Joseon. ¿Entonces para qué alguien como él?

Siguió al sirviente en la oscuridad de la noche cuando este apagó su fuego. Entraron a la casa y se escabulleron por los largos y pulidos pasillos. Kangdae podría apreciarlo mejor a la luz del día.

Empero, su vista mejoró cuando vio a través de las puertas del cuarto del fondo una vela consumiéndose lento. La madera del suelo, oscura, hacía que la luz rebotara. Esa debía ser la habitación del enfermo. ¿Era que no había dormido?

Como si el sirviente leyera su mente, susurró:

—Mi amo no ha dormido apropiadamente en meses.

La mente de Kangdae intentó hipotetizar con rapidez: ¿algún problema de corazón, de pulmones? ¿Algún dolor insoportable? ¿Qué podría interrumpir el sueño de ese hombre?

Se corrigió a sí mismo cuando la puerta se abrió y pudo ver la silueta sudada en la cama.

No era un hombre, sino un muchacho.

El joven respiraba con dificultad, eso era obvio por el desesperado vaivén en sus ropas caras para dormir sobre su cama abullonada. El cabello azabache opaco se le pegaba a la frente pálida, verdosa. Su ceño permanecía fruncido, todo su cuerpo en alerta, como si debiera echarse a correr.

Kangdae tragó saliva.

El sirviente hizo consciente con suavidad al muchacho, que se sobresaltó desde su propio pensamiento, con la hipervigilancia afectada por el cansancio mental que implicaba dejar de recibir el divino regalo del sueño por tanto tiempo.

—Joven amo... Disculpe interrumpirle, ¿cómo se siente?

El muchacho frunció más el ceño, incorporándose con ayuda del sirviente. Sus ojos oscuros estaban irritados, pero sus pestañas largas lo camuflaban bien. Kangdae pudo detallarlo mejor cuando el joven noble se volteó a mirarlo. Volvió a sobresaltarse.

—¿Quién es? —El sirviente lo tomó con suavidad de los hombros, como queriendo contenerlo.

—No se sorprenda, no hay necesidad. ¿Recuerda que le hablé de la mujer que salvó mi vida? Él envió a este médico experto para tratarlo. Fue tan piadosa... Sé que podrá descansar pronto, joven amo. Ella tiene su fe puesta en su mejora.

Los hijos de la camelia «KookTae» ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora