Cayó a sus rodillas, con el aire mezclándose con la sangre, su aliento débil acariciando la maleza que picaba en su cuerpo. Oyó su voz a lo lejos, sus manos sacudiéndolo, halándolo.
—Vamos, cariño. Vamos, sé que puedes. Levántate. Levántate —distinguió. Sombras cruzaban entre las perlas de sangre —su sangre— enredadas entre sus pestañas. Todo su campo de visión era una masa oscura y borrosa. Percibían más sus oídos que cualquier otro de sus violentados sentidos.
Se escuchaban pasos.
Se escuchaban gritos.
Podía sentir el aullido hambriento de las llamas.
Debía levantarse. Sabía que tenía que levantarse. Continuar por su objetivo. Continuar por él.
Parpadeó un par de veces, intentando ponerse más lúcido; intentando ver la maraña de pelo azabache que con manos temblorosas le sostenía el rostro con cortadas vivas y ardientes en su piel. Sabía que él no estaba mucho mejor. Sabía que Miyong lo había molido a golpes esa mañana, pero no podía verlo. Su cuerpo iba a desplomarse en cualquier momento. Que no lo soltara. Que no lo soltara nunca.
—Por favor, amor. Este es el último esfuerzo. Vamos a descansar, ¿sí? Vamos juntos.
Inhaló dolorosamente, sintiendo el interior de su garganta escurrir en un sabor metálico. Hemorragia interna.
—Jeonung —logró pronunciar, después de mucho tratar.
—¿Sí? ¿Sí? Aquí estoy. —Lo oyó sollozar, y eso fue peor que cualquiera de los dolores que almacenaba en su carne.
—No llores, Jeon —exclamó, gastando sus últimos alientos en decírselo—. Por favor.
—No me digas eso —ladró, con la voz lastimada—. No puedes decirme eso. ¿Cómo te atreves?
—Levántame —musitó, escuchando los pasos violentos cada vez más cerca, el prado iluminándose por antorchas. Iban a alcanzarlos—. Terminemos esto.
Oyó a Jeonung lloriquear una vez más antes de que pusiera las manos frías en sus axilas.
—Sí, amor. Ven aquí. —Entonces lo impulsó hacia arriba, y con una fuerza inhumana proveniente de sus músculos desgarrados y apaleados, levantó al chico y lo puso contra él. Lograron avanzar de nuevo.
Jeonung respiró con dificultad, distinguiendo las piedras de Pyeonghwa entre la masa oscura de la noche.
—Ya estamos llegando. Aguanta solo un poco más —le pidió Jeonung, en un hilo de voz. Cada centímetro de su cuerpo dolía. Estaba casi seguro de que tenía rota una costilla, y su tobillo derecho traqueaba de una manera extraña, pero ya nada importaba. Una vez alcanzaran esas piedras, todo estaría bien.
Estarían en paz.
El hombre contra suyo respiró en silbidos, intentando impulsarse, para que llegaran más rápido. Tenían que llegar. Tenían que llegar. Tenían que llegar. Sólo tenían que llegar. Ellos lo habían planeado a la perfección. Ellos tenían todo calculado. Una vez alcanzaran la pequeña loma, solo bastarían diez pasos.
Pero Miyong y sus hombres parecían cada vez más rápidos. ¿Si lo lograrían?
Una vez alcanzaron la loma, el tobillo herido de Jeonung los hizo colapsar de nuevo. El dolor que le paralizó la pierna, en un respingo de aire frío, solo le hizo saber que oficialmente se había roto. Soltó un quejido, gruñendo por lo bajo. Alcanzó la mano del contrario.
—Lo siento. Lo siento. Mi tobillo...
—Solo faltan diez pasos.
—No sé cómo levantarme ahora, Dae —admitió, llorando silenciosamente. Su nariz goteó, amargando su piel.
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Los hijos de la camelia «KookTae» ©
Fiksi PenggemarFugitivos de Camelias Blancas, suicidas de Camelias Rojas, anhelo de Camelias Rosas. Conocemos el hilo rojo del destino, ¿pero cuántos destinos soportaría sin romperse? Libro origen del Universo Camelia. Actualización cada 6, 16 y 26 del mes. «nu...